
El buen salvaje
El sobaco
Acabábamos de conocer lo penúltimo de Begoña («hermana, yo no te creo»), pero lo que interesaba era el sobaco blanco de Rosalía, el mismo tabú de todas las temporadas
Se dice pronto, pero se dice mal. El sobaco es palabra condenada al ostracismo de los guarros que dejan axila para los anuncios de desodorante o de cuchillas de afeitar rosas, para que luego digan que del rosa. La regla ya es roja en los spots, pero los avíos de rasurar siguen siendo rosas. En fin. Rosalía llegó a la Semana de la Moda de París con la idea de liarla. No lo tenía fácil; la mujer que humilló a las uñas de Fu-Manchú apareció con un sobaco mimado durante semanas y teñido de blanco. Con un sobaco canoso, que no es un verdadero sobaco, sino otra cosa, dejó a los presentes callados, pero las redes, que no tienen pelos en la lengua, se revolucionaron con un debate antiguo sobre si las mujeres pueden o deben o no exhibir la crecida pelusa de la axila.
Dios mío, pensé, «mientras por competir con tu cabello, oro bruñido, el sol relumbra en vano», a la gongorina manera, qué no ha de hacer el pelo que del brazo se acurruca llegado el otoño. Cuánto aburrimiento se desperdicia cada día y cuánto discurso de las mujeres contra la libertad de que una de ellas elija dónde ponerse las mechas. Acabábamos de conocer lo penúltimo de Begoña («hermana, yo no te creo»), pero lo que interesaba era el sobaco blanco de Rosalía, el mismo tabú de todas las temporadas. De Begoña no conocemos intimidades físicas, a lo Brigitte Macron, pero las que salen a flote cosquillean una moral hirsuta, que pincha como si nos besara Isabel Pantoja, según cuenta la leyenda y me lo dejó dicho Jesús Mariñas. Las mujeres siguen sometidas al juicio del photocall y el rasurado de su estética; no así los hombres, que mantenemos el pelo fuera del campo semántico de la polémica. Callo sobre mi velluda figura. Envidia de Macron. Lo de Rosalía es más postureo que reivindicación. Lo masculino puede aprender los secretos de una espada en «Forjado a fuego», y uno se pregunta por qué los señores que saben hacer estas cosas son tan raros (y feos), pero a las chicas que quieren hacer sus espadas, un sobaco, se las ajusticia enredándose en sus melenas.
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