
Tribuna
La universidad pública madrileña sin falsa retórica (I): las trampas de la polarización
Se tiende a obviar el valor del servicio público de producción y transmisión de conocimiento que la universidad ofrece


Hay cosas realmente extrañas en nuestra cada vez más polarizada modernidad. Por ejemplo, ha cundido la especie, propia de “los hunos y los hotros” (Unamuno “dixit”), según la cual defender la universidad pública es cosa de izquierdas y, en cambio, promover la universidad privada lo es de derechas. Sin embargo, recordemos que alguien tan poco sospechoso de izquierdista como Aristóteles afirmó en su “Política”: "Como la ciudad en su conjunto tiene un único fin, es evidente que también la educación ha de ser una sola y que tiene que ser la misma para todos y que su cuidado debe ser público y no privado" (citamos la traducción en prensa de la profesora Federica Pezzoli).
Últimamente, la Universidad Complutense de Madrid (UCM), en la que profesamos, ha tenido la dudosa distinción de ocupar la portada de varios periódicos de tirada nacional con motivo de su profunda crisis económica y las dificultades para la concesión de un crédito de 34,5 millones de euros por parte de la Comunidad de Madrid que la rescate temporalmente de su calamitosa situación. La noticia arroja importantes sombras sobre un modelo de gestión dudoso, pues qué duda cabe que no se debía haber llegado a esto en la administración de la mayor universidad presencial de España. Pero también pone en evidencia un marco ideológico que cada vez se extiende más, consistente en dejar de considerar prioritaria la financiación de la red de universidades públicas madrileñas, abandonándolas a su suerte, a una especie de pairo económico. Este giro paulatino de agenda política, carente de justificación alguna más allá de una vaga asociación de la universidad pública con las izquierdas –que resuena también en los populismos americanos–, no se molesta en ocultar demasiado la cada vez menos solapada intención de fortalecer empresas educativas privadas con ayuda de fondos públicos, en buena parte por estar, supuestamente, alejada de debates ideológicos.
Hay algo profundamente equivocado en todo este proceso. El error se aprecia especialmente en el tratamiento que se ha dado a la crisis de la UCM en el debate público. Por de pronto, se tiende a obviar el valor del servicio público de producción y transmisión de conocimiento que la universidad ofrece, en la medida en que su tradición, cuerpo docente e investigador e instalaciones históricas la han vuelto beneficiaria de la confianza de tantos estudiantes y sus familias. Para seguir proporcionando este honorable servicio, semejante al que ofrece la red pública de hospitales, museos, bibliotecas o conservatorios, la universidad necesita contar con un apoyo constante de su propia administración autonómica. Pero no solo para conseguir un salvavidas hasta el próximo naufragio, sino para transformarse y crecer en consonancia con las necesidades de la docencia y la investigación en el siglo XXI.
¿Qué implica esto? Para empezar, la UCM debe aspirar a conformar un polo atractivo de universidades públicas madrileñas, semejante al constituido por las universidades públicas de Berlín, que cuente con programas sólidos de movilidad de estudiantes, personal de administración y servicios y, sobre todo, de personal docente e investigador. Podemos señalar el potencial que tendría un Campus de Excelencia de Humanidades, de la misma manera que uno semejante de Ciencias Sociales, en el que puedan converger Grupos, Institutos y Departamentos de las diversas Facultades de esta área. Aplicarnos el “¡que inventen otros!” solo conseguirá debilitarnos aún más. Otro proyecto que no debería esperar a que la LESUC lo incentive desde una mirada puramente empresarial sería el que dotase de los medios para convertir a la UCM y al resto de universidades públicas madrileñas en destinos clave para un Espacio Latinoamericano de Educación Superior, con programas ambiciosos de intercambio, “alumni”, contratos pre- o postdoctorales y proyectos de investigación, que hagan de nuestra región el interlocutor clave con las naciones hermanas de América. No podemos permitirnos que la Unión Iberoamericana de Universidades quede en una “golondrina que no hace verano”.
Hemos citado las humanidades con preferencia porque son las grandes perjudicadas por los recortes y las amenazas de cierre de titulaciones. Hay una errónea concepción –tememos que cada vez más imperante en nuestro entorno gubernamental– de que la universidad debe enfocarse a ofertar enseñanzas prácticas y presuntamente “útiles”, que prometen rédito inmediato. En caso de seguir esa línea, las humanidades serían borradas de un plumazo. A consecuencia de ello, la educación superior se centraría prioritariamente en la producción económica, y no tanto en la reflexión de fondo y generación de sentido en torno a la cultura y sociedad humanas, beneficiando con preferencia a grandes corporaciones y quedando en manos de las élites que pudieran pagarlas. Quien quisiera dedicarse "al arte" tendría que afrontar sus costes. Muy lejos queda esto de la misión de la Universidad que defendiera hace un siglo Ortega, adaptando el modelo universitario alemán a una España necesitada de modernización. Lamentablemente, nuestras autoridades postergan su responsabilidad de proteger esta importante institución de educación superior pública –que debiera ser su buque insignia–, transversal y plural desde sus propios orígenes, y de convertirla en líder en calidad y valores humanísticos, en médula dorsal para el progreso de la sociedad. Y volvemos a Aristóteles para concluir: “La búsqueda constante de la utilidad es lo que menos conviene a las personas magnánimas y libres". No es de izquierdas ni de derechas defender la necesaria centralidad de la universidad pública en nuestra sociedad.
David Hernández de la Fuente, Faustino Martínez Martínez y Nuria Sánchez Madrid, son Catedráticos en la UCM.
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