Religión

Con nosotros y más allá

Textos de oración ofrecidos por el sacerdote – vicario parroquial de la parroquia de La Asunción de Torrelodones, Madrid

Imagen de Jesucristo frente a los fariseos
Imagen de Jesucristo frente a los fariseosLa RazónArchivo

Lectio divina de este domingo de la Ascensión del Señor

“Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”, asegura Cristo antes de ascender al cielo. Así consuma su paso por la tierra, y también las palabras que hemos celebrado estos últimos domingos, marcadas por el misterio de su permanecer entre nosotros y de nosotros en él. Leamos con atención.

«En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Al verlo, ellos se postraron, pero algunos dudaron. Acercándose a ellos, Jesús les dijo: “Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; 2enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos”» (Mateo 28, 16-20).

En nuestros artículos anteriores meditábamos sobre el significado de “Permanecer” de los evangelios, que en griego se dice “Hypo-méno”, y significa estar sostenido desde lo profundo. Esta semana compartía sobre esto con un amigo sacerdote, quien me contó que al practicar la lectio divina de estos mismos domingos con su compañero coadjutor y varios miembros de su parroquia, encontró que ese verbo “Méno”, que emplea san Juan, es el mismo con que el ángel saludó a la Virgen María como la “plena de gracia”: “Kejarito-Méne” (Lucas 1, 28). Así, desde la primera aparición de la Virgen en la Escritura y la entrada de Cristo a este mundo, Dios nos revela que la permanencia de su gracia en la criatura es fundamental para que esta alcance su verdadera realización. María es la humanidad realizada porque la gracia de Dios permanece plenamente en ella y toda ella permanece en Dios. Veamos cómo esto se relaciona con la ascensión de Cristo al cielo.

En el pasaje de hoy, Cristo no solo dice que se queda con nosotros, sino que emplea el verbo “Eimí”, en presente, que significa que es y está con nosotros. Eso nos remite al Nombre que Dios reveló a Moisés en Éxodo 3, 14: “Yo soy el que soy para ti”. Cristo ahora puede referir ese Nombre a sí mismo, “Yo soy/estaré con vosotros, porque el Resucitado es el mismo Dios que se reveló a los judíos, y también el Ser eterno buscado por los filósofos de todo tiempo. Es decir, en Cristo Dios ofrece su trascendencia aquí y ahora a toda la humanidad, tanto al primer pueblo elegido como a todos los que le buscan con buena voluntad. Él es el Lógos anterior a todo y que sobrevive a todo. Es la eterna Palabra, razón y sentido que da origen, sostiene y trasciende cada cosa y persona. Por eso Cristo es también nuestro ser más profundo, el cual podemos encontrar vivo y presente tanto en nuestra intimidad como en las personas y la entera realidad con las que, por él y con él, entramos en comunión. Así entendemos por qué ha dejado de mostrarse físicamente por su Ascensión al cielo, porque su presencia es ahora más íntima y real. Lo que necesitamos es aprender a contemplar, celebrar y anunciar su presencia en nosotros. Esta gracia nos la ha ofrecido a través del Bautismo, por medio del cual hemos sido constituidos en templos vivientes, humanidad divinizada porque Dios ha venido a permanecer en ella. Por eso, una vez que Cristo ha asegurado a sus primeros discípulos que está con ellos, les envía por todo el mundo a anunciar el evangelio y bautizar.  Su permanencia en y entre nosotros se hace así inicio y garantía de nuestra trascendencia, porque si el Ser eterno toma lugar en nuestras vidas, es para quedarse y que nuestra realidad alcance mucho más de lo que ahora podemos percibir.

Así volvemos al misterio de María, en quien encontramos ya realizado todo. En ella permanecía la gracia desde su concepción inmaculada, es decir, de antemano a lo que Cristo ofrecería a todos los que redimiría. Lo que él adelanta en ella es lo que nos ofrece a los que convierte en templos suyos por la purificación del Bautismo. Por eso, celebrar su ascensión al cielo nos hace volver la mirada a nuestra tierra, de la cual hemos sido creados para elevarnos hasta lo más alto. Tomemos conciencia de esta verdad nuestra más auténtica. Estamos aquí, pero somos de más allá. No somos inmaculados como María, pero sí hemos sido regenerados a la pureza celestial por el don que Dios nos ha ofrecido al consagrarnos en el Bautismo. Valoremos nuevamente lo que esto significa y elevemos así nuestra mirada esperanzada hacia el cielo, abierto para nosotros