Religión
Pequeñas grandezas
Textos de oración ofrecidos por el sacerdote – vicario parroquial de la parroquia de La Asunción de Torrelodones, Madrid
Lectio divina para este domingo XI del tiempo ordinario
Hoy recibimos una respuesta al pesimismo y la poca valoración que a veces damos a lo que vivimos: lo eterno comienza en la sencillez del presente, la plenitud de la vida se nos ofrece como semilla. Porque en el orden del amor, nada hay insignificante. Para Dios no cuenta lo llamativo, sino la autenticidad de lo que se siembra. Él se encarga de hacerlo germinar. Meditemos sus palabras:
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «El reino de Dios se parece a un hombre que echa semilla en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo fruto sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega». Dijo también: «¿Con qué podemos comparar el reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después de sembrada crece, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros del cielo pueden anidar a su sombra». Con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra, acomodándose a su entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado (Marcos 4, 26-34).
Jesús nos presenta su reinado desde la pequeñez de una semilla. Esta nos habla de lo silencioso, imperceptible, pero lleno de la potencia de la vida. Así nos revela al Dios pequeño, al Dios de lo pequeño y al Dios de los pequeños…
Dios pequeño porque es el Infinito que se hace pequeña palabra, pequeño niño en el pesebre, pequeño pan en el altar, el último de los condenados que muere en una cruz. En él no cabe la prepotencia, sino que viene a nosotros desde la humildad en que hemos de ser capaces de reconocerlo. Desde allí nos hace dar el salto hasta el cielo.
Dios de lo pequeño porque para encontrarlo no tenemos que remontarnos muy lejos ni emprender grandes proezas: Él está en lo cotidiano, en el hermano que pasa a nuestro lado, en lo escondido de nuestro corazón.
Y es el Dios de los pequeños porque se resiste a los soberbios para dejarse encontrar por las almas sencillas. Es el Resucitado que se aparece al pequeño germen de los apóstoles para hacer de ellos la gran siembra de la Iglesia. Hoy sigue alentando a su comunidad por medio de su Espíritu para que no deje de comunicar la Buena Nueva.
Por eso, entra en ti mismo y busca esas pequeñas semillas que día a día Cristo esparce en tu interior como sutiles inspiraciones, convicciones que quizá estés olvidando, líneas de alguna lectura que sigue repitiéndose en ti, el recuerdo de algún aprendizaje del pasado, momentos de recogimiento en que la verdad cala en nosotros con fuerza resonante. Riega esas semillas con tu oración, míralas crecer con esperanza, ofrécelas a otros con desinteresada caridad.
También has de cultivar, es decir, darle el culto que se merece, a todo lo que Dios va sembrando entre los tuyos. Reaviva las gracias que Él da a tu familia, en cada hijo que nace y crece en el amor. Acepta y responde a las pruebas con que Él labra la tierra de vuestras almas para que su simiente arraigue y fructifique. Y sobre todo, ten esa paciencia que todo lo alcanza, porque hay árboles que germinan muy pronto, otros necesitan más de un invierno duro para fortalecerse; nuestro Padre no deja de hacer germinar lo que hayamos acogido sin desconfianza.
Así son las cosas de Jesús, para quien lo más grande es lo más sencillo. Los pequeños detalles, los que importan porque revelan la profundidad del alma. Él es el único que podía revelar la eternidad en la pequeñez de una semilla, la vida de cada día como escalones hasta el cielo.
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