Religión
Audacia
Textos de oración ofrecidos por el sacerdote – vicario parroquial de la parroquia de Santa Ángela de la Cruz, Madrid
Meditación para el IV domingo de Adviento
En este último domingo antes de la Navidad, fijamos nuestra atención en la Madre de Dios, quien no retiene para sí misma el don singularísimo que ha recibido, sino que se hace servidora y comunicadora de la gracia que le ha sido dada. Leamos con atención:
«En aquellos mismos días, María se levantó y se puso en camino de prisa hacia la montaña, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Aconteció que, en cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel de Espíritu Santo y, levantando la voz, exclamó: “¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Pues, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá”.» (Lucas 1, 39-45).
La audacia de la Virgen María al decir sí al plan de Dios se prolonga en su sí a la humanidad. El Espíritu Santo la impulsa a ir siempre más allá. Así se hace modelo del evangelizador en salida. Va más allá de lo previsto. Es intrépida para servir, anunciar y compartir las maravillas de Dios. Así nos muestra el camino hacia la auténtica Navidad. A la luz de esta realidad, hoy conviene que te preguntes: ¿Qué frenos y temores debo superar para crecer en audacia evangélica?
María es Bienaventurada porque ha creído. Su fe abre la puerta a lo inaudito: la venida de Dios al mundo. En nuestra respuesta de fe se juega también nuestra bienaventuranza. Como ella, ofrezcamos también nosotros hoy esa respuesta confiada a las promesas de Dios. No desesperemos de lo que aún no podemos ver. En lo íntimo y oculto al mundo bulle la gracia que Él quiere derramar sobre nosotros. Primero asintamos confiados y lo prometido se hará evidente en nuestras propias obras. En un momento de silencio con-siento la venida de Dios a mi vida. Le pido que se haga presente en cuanto Él mismo me ha dado. No pongo frenos y le entrego todo.
Dios ha querido que por María vinieran todas las bendiciones a la humanidad. Cuando Isabel la encuentra, la criatura que lleva en su seno queda llena del Espíritu Santo. Porque María no retiene nada para sí. Ella es llena de gracia para ofrecer estos dones a los demás. Porque ser audaz es saber dar. Ser valiente es ser capaz de amar. En estos días previos a la Navidad fijamos nuestra atención en la belleza de María, que es porque ama, está llena porque da. Nos confiamos a su intercesión y nos acogemos a su amor que todo nos lo puede alcanzar de Dios. Con Dante Alighieri, cantamos a la Madre de Dios:
«¡Oh Virgen Madre, Hija de tu hijo, alta y humilde más que otra criatura, término fijo del eterno consejo,
Tú eres quien hizo a la humana natura tan noble, que su Autor no desdeñó convertirse a sí mismo en su creación.
Dentro del vientre tuyo ardió el amor, cuyo calor en esa paz eterna hizo que germinaran todas las flores.
Aquí nos eres rostro meridiano de caridad, y abajo, a los mortales, de la esperanza eres fuente vivaz.
Mujer, eres tan grande y vales tanto, que quien desea gracia y no te ruega quiere volar sin alas.
Mas tu benignidad no sólo ayuda a quien lo pide. En muchas ocasiones se adelanta al pedirlo, generosa.
En ti misericordia, en ti bondad, en ti magnificencia. En ti se encuentra todo cuanto hay en las criaturas hay de bondad.
(La divina comedia, III parte, canto XXXIII)
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