Oración

¿De qué lado estamos?

Textos de oración ofrecidos por Christian Díaz Yepes, sacerdote de la archidiócesis de Madrid

Detalle de la escultura del Cristo Rey de Lisboa.
"Tobías y el ángel", de Eduardo Rosales Gallinasclaudegeraldespixabay

Domingo de Cristo Rey

¿De qué lado estamos? Es la pregunta que hemos de responder en el examen definitivo de nuestra vida. Como vemos, ya Cristo nos ha revelado en base a qué seremos evaluados, que son la caridad en sus múltiples aplicaciones. Por ella nos jugamos nuestro camino para alcanzar a Dios y la bienaventuranza que preparada para nosotros. Leamos y meditemos:

«En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Cuando venga el Hijo del hombre, rodeado de su gloria, acompañado de todos sus ángeles, se sentará en su trono de gloria. Entonces serán congregadas ante él todas las naciones, y él apartará a los unos de los otros, como aparta el pastor a las ovejas de los cabritos, y pondrá a las ovejas a su derecha y a los cabritos a su izquierda. Entonces dirá el rey a los de su derecha: “Venid, benditos de mi Padre; tomad posesión del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo; porque estuve hambriento y me disteis de comer, sediento y me disteis de beber, era forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, encarcelado y fuisteis a verme”. Los justos le contestarán entonces: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer, sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos de forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o encarcelado y te fuimos a ver?”. Y el rey les dirá: ‘Yo os aseguro que, cuando lo hicisteis con el más insignificante de mis hermanos, conmigo lo hicisteis. Entonces dirá también a los de la izquierda: ‘Apartaos de mí, malditos; id al fuego eterno, preparado para el diablo y sus ángeles; porque estuve hambriento y no me disteis de comer, sediento y no me disteis de beber, era forastero y no me hospedasteis, estuve desnudo y no me vestisteis, enfermo y encarcelado y no me visitasteis. Entonces ellos le responderán: ‘Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, de forastero o desnudo, enfermo o encarcelado y no te asistimos?’ Y él les replicará: “Yo os aseguro que, cuando no lo hicisteis con uno de aquellos más insignificantes, tampoco lo hicisteis conmigo. Entonces irán éstos al castigo eterno y los justos a la vida eterna”.» (Mateo 25, 31-46)

Con la Palabra de hoy cerramos el Año Litúrgico. Su ubicación en este domingo, entonces, nos habla de un cierre, y por tanto, de recoger la cosecha de lo sembrado. Así nos tocará asumirlo en nuestro momento final, cuando tengamos que rendir cuentas de nuestra propia vida ante Aquel que nos la dio para que la supiéramos ofrecer con generosidad.

¿De qué lado quedaremos al momento del examen final? ¿Mereceremos la alabanza o el reproche, el premio o el castigo? Cada uno puede empezar a preparar hoy mismo esta respuesta, dejándose interpelar por este evangelio claro y contundente. Ante el Señor no hay medias tintas: «El que no está conmigo está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama», sentencia el mismo Cristo y Rey en otro pasaje (Mateo 12, 30). Él nos pide cuentas del amor vivido concretamente hacia el que nos ha necesitado. Cada acción hecha u omitida hacia un hermano, Dios la asume como hecha o dejada de hacer consigo mismo. Por eso hoy hemos de revisar cómo está nuestra caridad para saber qué tan preparados estamos para el examen definitivo.

Cristo pide cuentas específicamente de la caridad porque él ha sintetizado todos los preceptos divinos en el doble mandamiento del amor a Dios y al prójimo. Ahora va aún más al centro del precepto y nos hace entender que todo queda referido en el amor que hayamos vivido por Dios hacia los hermanos. En el prójimo encontramos a Dios, por tanto, es la vía privilegiada para alcanzarlo. Él está en el hambriento de alimento y también de atención; en el sediento físico y en el que padece sed espiritual; en el carente de ropas y en el que ve violentada su dignidad; en los presos de sí mismos y en los cautivos de toda clase de prisión. Ninguno de nosotros puede permanecer indiferente ante esta realidad.

Llama la atención que este pasaje del evangelio está dirigido por Cristo a “los suyos”. A diferencia de otros pasajes, en los cuales interpela a los judíos o se acerca a los paganos, nuestro texto de hoy está dirigido específicamente a los que ya formamos parte de la comunidad cristiana, y que quizá hemos relajado la radicalidad de nuestra fe. El domingo pasado las lecturas nos revelaban que ya en los orígenes de la Iglesia muchos perdían el empuje inicial al comprobar que la segunda venida de Cristo se retrasaba. Entonces se dejaban llevar sin más por el pensamiento de este mundo presente, ocupándose de los propios asuntos, procurando una vida acomodada y olvidando las necesidades de los demás. Ante esto Jesús nos exige la radicalidad del amor. No podemos cejar en nuestra caridad. Él se tarda, pero llegará, y lo hará», precisamente «como ladrón en la noche”, cuando no se le esté esperando. Pero la caridad abre nuestros ojos para no perderlo de vista. En el amor vivido al hermano momento a momento podemos mantener esa vigilancia que nos hará presentarnos ante el Justo Juez con el examen preparado.

Dios nos da hoy la oportunidad de ponernos a tono con respecto a las preguntas definitivas desde las que nos examinará. No dejemos pasar esta oportunidad de corregir lo que sea necesario, disponiéndonos a vivir una existencia plena de frutos de amor concreto hacia quien nos necesita. El premio será grande. Causa estupor pensar que también sobre nosotros Cristo pronuncie las palabras: «Venid, benditos de mi Padre, entrad a tomar parte del reino preparado para vosotros». ¿Nos vamos a perder esta recompensa?