Religión

El corazón que sigue sangrando

Textos de oración ofrecidos por Christian Díaz Yepes, sacerdote de la archidiócesis de Madrid

El Cerro de los Ángeles
El Cerro de los Ángeleslarazonlarazon

Meditación para el fin de semana del Sagrado Corazón de Jesús

Este fin de semana, la liturgia nos confronta con el misterio del Corazón de Jesús, cuya solemnidad hemos celebrado este viernes 27. Año tras año, la Iglesia nos invita a contemplar un corazón real, palpitante, humano y divino. Un corazón herido, abierto, y todavía sangrante hoy. Es el Corazón del Redentor del mundo, que continúa siendo fuente de vida y de juicio, de consuelo y de verdad. Su latido sigue marcando el pulso de la Iglesia, aunque muchas veces lo olvidemos.

"Uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua… Y en otro lugar la Escritura dice: “Mirarán al que atravesaron” (Jn 19,34.37).

Este acontecimiento es la llamada a fijar el alma en el corazón traspasado del Cordero de Dios, del cuya inmolación brota la Iglesia como desde su fuente inagotable. Pero también es una llamada ante lo que sigue ocurriendo hoy. Este corazón sigue siendo traspasado, ahora no por una lanza romana, sino por la indiferencia espiritual de buena parte de la Iglesia, cuando aparta la mirada de su Divino Esposo para enfocarse en agendas periféricas, sociales o ideológicas.

La escena evangélica es sobrecogedora. Los judíos piden a Pilato que acelere la muerte de los crucificados para que no queden colgados el sábado. Los soldados rompen las piernas de los ladrones, pero al llegar a Jesús no lo hacen, pues ya había muerto. Sin embargo, uno de ellos le atraviesa el costado. Y de él brotan sangre y agua.

Aquel gesto brutal y aparentemente innecesario, sirvió a Dios para revelar algo mayor: el Corazón de Jesús, centro de su persona divina y humana, está ahora expuesto y entregado. No cerrado, sino abierto. No oculto, sino ofrecido. Y desde entonces, el corazón de Cristo mana por su Iglesia, alimentándola desde lo más íntimo de sí. Pero también continúa sufriendo.

Santa Margarita María de Alacoque, en sus revelaciones, describe cómo el Corazón de Jesús se mostró a ella como un horno ardiente de amor, incapaz de contener su fuego. A partir de estas revelaciones personales, la atención de los católicos hacia el corazón de Jesús se expandió por toda la Cristiandad, hasta alcanzar que se celebrara anualmente la fiesta del pasado viernes. Muchos otros santos también han reconocido este Corazón como fuente de todas las gracias. Santa Gertrudis la Grande lo llamaba horno de amor y fuente vivificante, pidiendo que ese fuego consumiera su propio corazón. San Juan Eudes, por su parte, lo consideraba como el corazón de su corazón, centro de su vida interior. También san Juan Pablo II y el papa León XIII destacaron el poder del Sagrado Corazón para renovar la Iglesia y reconciliar al mundo con Dios mediante la consagración y la reparación. Unos y otros testigos han enseñado que el Sagrado Corazón es la misma Eucaristía, identificándolo con la presencia real de Cristoen el Santísimo Sacramento. Adorar al Corazón de Jesús es, en última instancia, adorar al Cristo eucarístico, al Dios vivo que se sacrifica da cada día en el altar.

La identificación del corazón de Cristo con la Sagrada Hostia ha sido providencialmente confirmada en numerosos milagros eucarísticos alrededor del mundo. Por ejemplo, en el milagro de Tixtla (México), una hostia que empezó a sangrar inexplicablemente, al ser analizado con rigor científico, resultó ser tejido cardíaco humano con signos de sufrimiento extremo..

Este es el mismo Corazón que sigue sangrando cuando lo desplazamos del centro de la vida de la Iglesia. Cristo nos ha amado tanto no ha escatimado nada, y sin embargo recibe ingratitud, frialdad e indiferencia. Este contraste entre el amor divino y la frialdad humana llama a una respuesta de reparación. El amor al Sagrado Corazón no es solo contemplativo, sino también reparadora y activa: busca responder a Cristo en su dolor actual, causado por el olvido y la traición de los suyos.

El desplazamiento de Cristo: su herida silenciosa

Durante las últimas décadas, muchas corrientes dentro de la Iglesia han intentado responder a los clamores del mundo moderno: pobreza, desigualdad, cambios sociales, injusticias. Porque, ciertamente, el Evangelio exige una respuesta al sufrimiento humano. Pero cuando estas causas reemplazan al anuncio de su centro, que es la muerte y resurrección de Cristo como salvación de las almas, la Iglesia comienza a desdibujarse. Como dijo con fuerza el papa León XIV a los obispos del mundo reunidos en Roma para celebrar su jubileo, esta semana: “No se trata de adornar la pastoral con un barniz cristológico, sino de que todo en la Iglesia brote de Cristo y conduzca a Él.”

Esto es precisamente lo que también esta semana ha denunciado el teólogo Clodovis Boff, figura emblemática de la así llamada “teología de la liberación” en Sudamérica. Hace más de veinte años, Boff —hermano del también teólogo Leonardo Boff— dio un giro decisivo en su pensamiento. Advirtió que aquella teología, que buscaba encarnar el Evangelio entre los pobres, había sustituido a Cristo por categorías ideológicas marxistas. Así, el pobre ya no era el destinatario privilegiado del mensaje de Jesús, sino su punto de partida metodológico: el “primum epistemologicum”, el principio desde el cual se comprendía toda la fe.

Boff describe las consecuencias de este cambio con contundente claridad. La fe se politiza, la Iglesia es vaciada de lo sobrenatural, y la pastoral ofrece solamente “lo natural”, cuando las almas claman por lo eterno. Desde hace más de cinco décadas la Iglesia en Iberoamérica habría relegado la gracia, la salvación y la vida eterna a un segundo plano, mientras ha centrado su discurso en realidades temporales. Lo paradójico es que, siguiendo ese derrotero, los problemas sociales no se han resuelto, sino que se han agudizado. Las almas languidecen y los templos se vacían. Solo se han vuelto a llenar gracias a los nuevos movimientos espirituales que ponen a Cristo al centro de toda la vida personal, familiar y eclesial. Y, vaya ironía, mientras los consagrados al Señor se despojan de todo signo exterior, los fieles vuelven a portar cruces en sus pechos y brazaletes distintivos en sus manos, las cuales se alzan para alabar a Dios, a la par que se fatigan a diario por edificar el mundo según la manifiesta voluntad de Dios.

Y aquí volvemos al Evangelio de Juan: “Mirarán al que atravesaron.”

¿Dónde queda hoy esa necesaria mirada al Crucificado? ¿Dónde está el anuncio del único Salvador, que murió y resucitó, y cuya sangre y agua brotan aún para sanar las heridas más profundas del alma humana? ¿Cuándo fue la última vez que un documento pastoral colocó en su centro a Cristo mismo, y no a una causa o a una estructura? Como también lo exigió León XIV a los obispos en su meditación sobre el Sagrado Corazón de esta semana: “En ciertos contextos, Cristo ya no es negado abiertamente, pero ha sido desplazado de hecho, sustituido por causas, valores o estructuras”. Con esto queda sancionado desde la más alta autoridad eclesiástica que el desplazamiento de Cristo no siempre es explícito, pero sí práctico y “pastoral”, lo que al final deriva en un cristianismo sin Cristo y en un mundo sin alma.

Una Iglesia funcional, pero sin Dios

La crítica de Boff duele porque es cierta y porque proviene de un otrora arquitecto del pensamiento que ahora denuncia. Su voz es la de un converso. Y por eso tiene autoridad moral para denunciar que se han confundido los medios con el fin, el fruto con la raíz, la acción pastoral con la mística del encuentro con Cristo.

Efectivamente, una Iglesia que no fija su mirada en el corazón traspasado del Señor es “una ONG con cruz”, como también aseveró León XIV. Aquella puede tener cierto impacto social, puede llenar plazas para conciertos efímeros y redactar documentos, pero ha perdido el alma. Porque ésa no es otra que el Corazón crucificado y glorioso del Salvador. Y ese Corazón sangra cuando se reemplaza su presencia viva por las ideologías del tiempo.

Sangre y agua brotaron del corazón abierto de Cristo. Son las materias y signos del Bautismo y la Eucaristía. Es decir, de ese Corazón herido nace la vida sacramental, nace la fe, nace la Iglesia. Desconectarse de él no es sólo un error teológico; es el inicio de la muerte por inanición espiritual.

Volver al Corazón abierto

Frente a este panorama, la solución no está en polarizarse, ni en estrategias de marketing espiritual. La solución es volver a mirar al que atravesaron. Volver a la primacía de lo sobrenatural. Esto no es olvido de los pobres, sino la única forma de amarlos de verdad: mostrándoles a su Redentor.

Hoy, como la tarde en que abrieron el costado de Nuestro Señor, es día de Preparación. La Iglesia se prepara —o debería prepararse— para una nueva toma de conciencia. Y la conversión que adviene no es sólo moral o “pastoral”, sino teologal. Ella ha de volver al principio, a la fuente, al Corazón abierto del mismo Dios. Mirar de nuevo al que hemos atravesado con nuestras omisiones, reduccionismos y desviaciones. Como concluye León XIV: “Mirar el Corazón traspasado del Señor es un examen de conciencia para cada obispo: ¿desde dónde estoy hablando y hacia dónde conduzco al Pueblo de Dios?”.