Roma

La sabiduría de los humildes

La Razón
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Un hombre rebosante de bondad, saber e inteligencia renuncia a su ministerio de Obispo de Roma, Sucesor de San Pedro. Tiene casi ochenta y seis años y, en su declaración nos decía: «[Para] anunciar el Evangelio, es necesario también el vigor tanto del cuerpo como del espíritu, vigor que, en los últimos meses, ha disminuido en mí de tal forma que he de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio que me fue encomendado».

¡Qué hermosa lección de humildad! La humildad consiste en reconocer y asumir la verdad propia. Su clarividencia al darse cuenta cabal del paulatino descenso de su vigor, sin aferrarse a su posición de preeminencia como Pastor de más de mil millones de católicos, nos hace inclinar la cabeza, y quizás deslizar una lágrima, ante la sublimidad de un acto tal de desprendimiento de sí en favor de la Iglesia a la que tanto ama.

Hace cinco días, el 6 de febrero, como arzobispo Castrense tuve la suerte de estar con Benedicto XVI, en su audiencia pública de los miércoles. El motivo fue agradecer al Pontífice el año Jubilar que concedió por el primer centenario de la Virgen del Pilar como Patrona de la Guardia Civil. La comisión fue presidida por el Ministro del Interior, junto con las máximas autoridades y componentes de todos los empleos del Cuerpo. Fue muy emotiva la entrega de una talla en plata de la Virgen del Pilar sobre un tricornio. Sonreíamos al recordar la foto del Papa tocado del tricornio, tomada hace varios años, que dio la vuelta al mundo. Tuvo palabras de aliento espiritual para estos servidores de España, a la que mostró siempre un gran cariño.

En este encuentro pudimos comprobar que se le veía con menos movilidad, pero con un rostro en el que brillaron su inteligencia y su bondad. La chispa de luz de sus ojos no había disminuido en intensidad, prueba de una mente vivaz y escrutadora. ¡Adiós, hombre humilde, sabio y santo! ¡Dios te guarde en tu nueva vida de servicio a la Iglesia en la oración!