Oración
Del haber sido al llegar a ser
Textos de oración ofrecidos por Christian Díaz Yepes, sacerdote de la archidiócesis de Madrid
Meditación para este II domingo del tiempo ordinario
¿Cuántas veces te has preguntado quién eres en realidad? Porque no son tus acciones las que te definen, sino tu ser. Agitur sequitur esse, enseñaban los antiguos: “El ser está por delante del hacer”. Pero el día a día te exige respuestas prontas; lo importante se va sustrayendo a lo urgente, y la pregunta fundamental queda sonando a tu puerta mientras debes repetir tu rutina. Ha de llegar el momento en que atiendas a esa moción más profunda, que es el mismo reino de Dios latente en ti. Fue lo que Cristo hizo vivir a sus primeros discípulos, y sigue siendo su modo de despertar a todos los que han de seguirle. Leamos con atención:
«Después de que Juan fue entregado, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios; decía: “Se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio”. Pasando junto al mar de Galilea, vio a Simón y a Andrés, el hermano de Simón, echando las redes en el mar, pues eran pescadores. Jesús les dijo: “Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres”. Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Un poco más adelante vio a Santiago, el de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca repasando las redes. A continuación los llamó, dejaron a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros y se marcharon en pos de él». (Marcos 1, 14-20).
No era vano el quehacer de Andrés, Pedro, Santiago y Juan con sus barcas y sus redes. Sin embargo, eso había de alcanzar un nivel mayor. El evangelio nos dice que “eran pescadores”, pero la forma verbal determinante del pasaje no es este pretérito de su condición inicial, sino la que se dirige hacia adelante: “fieri”, que quiere decir “llegareis a ser pescadores de hombres”. Su oficio previo era bueno y necesario, pero aún le faltaba el hecho decisivo para alcanzar su plenitud. Debían hacerlo por Cristo, con Cristo y en Cristo. De esto se trata la conversión a la que él mismo llama a todos desde el inicio del evangelio. Porque todo parte del encuentro con él, que nos atrae, transforma y encamina hacia mucho más de lo que hubiéramos esperado. Esta llamada no cancela lo que hasta ahora hemos sido, sino que nos purifica y hace trascender hacia nuestro ser más auténtico. Porque Cristo mismo es la verdad y la vida que todo hombre anhela alcanzar.
La tensión entre un pasado incompleto y la plenitud que llegará por Cristo es determinante en la versión de Marcos sobre la vocación de los primeros discípulos, que complementa la versión de Juan que leíamos el domingo pasado. Si en aquel texto el rasgo distintivo era el juego de miradas, que nos adentraba en el misterio mismo de la Santísima Trinidad hecho presente en la historia, en este de hoy lo es el trascender desde lo que éramos a lo que podemos llegar a ser. Es Jesús quien tiene la iniciativa de escoger y llamar personalmente a los que él quiere constituir en discípulos suyos, haciéndoles pasar de una condición incompleta a la realización de su verdadero ser, permitiéndoles vivir todo con él, por él y en él.
No nos hacemos cristianos por accidente o por propia iniciativa entre tantas propuestas religiosas. Si somos seguidores de Cristo es porque él mismo nos ha escogido y convocado para formar parte de los suyos. Como lo expresó Benedicto XVI: «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva» (Deus caritas est, 1). Si repasas tu propia vida, podrás ir comprendiendo cómo Dios te ha dirigido esta llamada a través de caminos misteriosos que evidencian su amor por ti. Tómate unos minutos para reflexionar sobre esto. Vuelve a esos momentos de encuentro personal con Él, cuando se te ha mostrado en tu intimidad y, a la vez, radicalmente trascendente, hecho similar a ti para que te hagas semejante a Él. Reflexiona sobre todas esas veces en que te ha revelado tu verdad personal, pero sin aislarte en ti mismo, sino que te ha abierto al encuentro con los demás.
«Seguidme». La llamada de Jesús a sus discípulos no es para aprender simplemente una doctrina. Es para recorrer un camino que da un sentido pleno a la propia existencia y, sobre todo, nos dirige hacia la vida eterna. Por eso implica la conversión de dejar atrás una vieja vida, aquello que «éramos». Eso es lo que representan las barcas y las redes dejadas por los apóstoles en la orilla, tan necesitadas de alcanzar la plenitud de sentido que Cristo habría de ofrecerles. «Seguidme…», es la palabra con la que él llama a sus discípulos al camino de realizaciones y conquistas con él, pero que no dejará de implicar también la cruz de la abnegación, las noches oscuras y la caridad como norma de vida, para entrar así en la gloria. Ahora esta llamada se dirige a nosotros. Queda de nuestra parte estar atentos y responder con valentía y generosidad. Así pasaremos de lo que hemos sido hasta lo que verdaderamente nos hará ser.
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