Oración

Vencer al tentador

Textos de oración ofrecidos por Christian Díaz Yepes, sacerdote de la archidiócesis de Madrid

Vencer al tentador
Vencer al tentador José Javier Miguez Rego

Solo Dios en su amor podía asumir este intercambio. Sin necesitarlo, Cristo se acerca al último, lo toca y carga consigo su desgracia, muriendo como un maldito, ya sin aspecto humano, en una cruz fuera de la Ciudad Santa. Hasta aquí llega su «quiero», que, por ser expresión de la voluntad divina, es más fuerte que la muerte. Por eso concluye la profecía: «…Lo que el Señor quiere prosperará por su mano. Por los trabajos de su alma verá la luz (…) Mi siervo justificará a muchos, porque cargó con los crímenes de ellos. Le daré una multitud como parte, y tendrá como despojo una muchedumbre. Porque expuso su vida a la muerte y fue contado entre los pecadores, él tomó el pecado de muchos e intercedió por los pecadores» (Idem 10-12).

También tenemos mucho para aprender de este leproso. A nosotros, que nos sentimos seguros en nuestras precauciones y sistemas sociales, tantas veces se nos olvida que ante todo hemos de buscar a Dios. Es decir, mientras más nos encerramos en nuestra autosuficiencia, menos reconocemos nuestra necesidad de Él. Pero esa actitud tarde o temprano nos confina al callejón sin salida de todos los soberbios que, lejos del toque divino, ya no pueden acercarse a nadie más. Para evitarlo, el primer paso hacia la plenitud que Dios nos ofrece es exponer ante Él nuestra propia impureza, reconocer nuestra indignidad, no para quedar en la humillación, sino para pedirle con confianza: «Si quieres, puedes sanarme». Por eso, no temamos presentar al Salvador nuestra miseria en sus múltiples formas y sus dramáticas consecuencias. ¿Acaso hay alguna que él no haya asumido? Expongámosle con humildad y realismo aquello de lo que nos avergonzamos, lo que incluso hemos llegado a pensar que ya no tiene solución, como esas faltas recurrentes, esas oscuridades más hondas y las incapacidades que nos frustran. En el altar de la cruz él extiende sus manos para abrazar todo esto y derrama su sangre para redimirlo. ¿Seremos tan humildes y valientes como para presentarle nuestras llagas físicas, morales y sociales y así poder recibir el toque divino?