Oración

Entrega total

Textos de oración ofrecidos por Christian Díaz Yepes, sacerdote de la archidiócesis de Madrid

Entrega total
Vencer al tentador José Javier Míguez Rego.

Meditación para este V domingo de Cuaresma

Está el Salvador en la ciudad santa. Así van pasando las horas en que calles y casas bullen por el trajín de la pascua, próxima a celebrarse. Hay quienes se preparan con auténtica fe. Otros, con la indiferencia de una costumbre de la cual sacar provecho. Pero para él no es una pascua más. Ha venido para protagonizar la definitiva. Y no solo para un pueblo, sino para todo hombre y mujer que acojan su gratuidad y exigencia. Leamos con atención:

«En aquel tiempo, entre los que habían venido a celebrar la fiesta había algunos griegos; éstos, acercándose a Felipe, el de Betsaida de Galilea, le rogaban: “Queremos ver a Jesús”.

Felipe fue a decírselo a Andrés; y Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús.

Jesús les contestó: “Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre. Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este. mundo se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo premiará. Ahora mi alma está agitada, y ¿qué diré?: Padre, líbrame de esta hora. Pero si por esto he venido, para esta hora. Padre, glorifica tu nombre”.

Entonces vino una voz del cielo: “Lo he glorificado y volveré a glorificarlo”.

La gente que estaba allí y lo oyó decía que había sido un trueno; otros decían que le había hablado un ángel.

Jesús tomó la palabra y dijo: “Esta voz no ha venido por mí, sino por vosotros. Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el Príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y cuando yo sea elevado sobre la tierra atraeré a todos hacia mí”.

Esto lo decía dando a entender la muerte de que iba a morir» (Juan 12, 20-33).

El evangelio de hoy nos presenta una solicitud intrigante: algunos griegos, es decir, paganos que no formaban parte de Israel, desean ver a Jesús. Esta es una petición le lleva a él a reflexionar sobre su propia glorificación y el significado profundo de su sacrificio. Porque su misión, que inicialmente se había circunscrito al pueblo hebreo, ahora se abre también a los que hasta entonces no habían conocido la revelación de Dios. A partir de ahí, Jesús expresa la imagen del grano de trigo que cae en tierra y muere para ilustrar que su muerte traerá frutos abundantes. El evangelio nos introduce así en el tema de la transformación a través del sacrificio y la muerte como paso hacia la glorificación y la vida abiertas a todos los hombres. Este es el punto central en la vivencia cuaresmal.

El templo y todo lo anterior están por caducar, pues el definitivo santuario es Cristo, tal como él mismo expresaba el domingo pasado en el episodio de la purificación del templo de Jerusalén. Lo que Dios Padre quiere no son ofrendas externas, sino el exceso de amor del Hijo, que muestre en nuestra historia cómo y hasta dónde llega Dios por nosotros. Por eso el Nazareno no observa desde fuera lo que está por celebrarse, sino que se implica enteramente en ello. Son su cuerpo y su sangre los que serán inmolados. La luna en creciente le indica que llega el momento del máximo amor. Es Dios mismo ese amor que no conoce ni medidas ni medianías. Se trata de una entrega total de Dios y su enseñanza al hombre de cómo ha de vivir también él. Jesucristo lo encarna y revela como lo más humano del hombre. Libre y decidido, dócil y exigente, compasivo y veraz.

Estas palabras contienen la enseñanza divina sobre el desapego de uno mismo y para poder entregarnos a Dios y a los otros, mostrando que aquellos que se aferran a sus vidas las pierden, pero los que las entregan por Él las conservarán para la vida eterna. Esta enseñanza resuena especialmente en la Cuaresma, tiempo de renuncia y entrega, donde encontramos verdadero significado y vida en Cristo al seguir su ejemplo de sacrificio y amor total. Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás vale para el reino de Dios, sentenció el mismo Jesús en otra ocasión (Lucas, 9, 62). Ahora quiere mostrar hasta dónde llega esta exigencia. Así nos interpela y revela la verdad. Su misericordia trasluce la plenitud de la justicia. La gracia y esfuerzo se corresponden. El sacrificio y gloria quedan unidos por siempre.

Qué distinta esta determinación de Cristo de nuestras actitudes acomodaticias, de nuestro mínimo esfuerzo y falta de compromiso. Cómo nos dejamos llevar tantas veces por lo fácil sin pagar el precio que exige la eternidad. Qué lejos quedan del Dios del via crucis el camino blando, la hipocresía de quien todo pretende y poco da de sí mismo. Ese no es Dios y tampoco ha de serlo el hombre.

No bastan solo la buena intención y el sentimiento para celebrar la Pascua de Cristo. Es necesario ir más allá: seguirle hasta el Calvario cargando nuestra cruz cotidiana. Especialmente la que nos ha salido al encuentro en estos días. La autenticidad del amor que nos sostiene y anhelamos se juega en la entrega de nosotros mismos en el presente que nos toca vivir. En esta próxima Semana Santa nuestra fe y nuestra esperanza se prueban en lo concreta y comprometida que sea nuestra entrega personal. Un corazón entero llega hasta el final.

Así, en la profundidad de esta Cuaresma, en el camino hacia la Pascua, encontramos la verdadera esencia de nuestra fe: La llamada a seguir a Jesús con entrega total, a vivir su mensaje de amor y sacrificio, y a encontrar en su cruz la redención y la vida eterna. Que en esta temporada santa, podamos renovar nuestro compromiso con Cristo, llevando nuestra cruz con valentía y amor, y experimentando la verdadera plenitud de su gracia y su gloria.