Oración

Pasar a la luz

Textos de oración ofrecidos por Christian Díaz Yepes, sacerdote de la archidiócesis de Madrid

Retablo Maestà, Museo dell'Opera Metropolitana del Duomo, Siena
Retablo Maestà, Museo dell'Opera Metropolitana del Duomo, SienaDuccio

Meditación para este II domingo de Pascua

«Dichosos los que crean sin haber visto» (Juan 20, 29). Solo la fe nos hace pasar del desaliento a la fortaleza y del miedo a la confianza. El evangelio de hoy, en que Cristo resucitado muestra a Tomás las heridas de su pasión, revela este recorrido que nos lleva siempre más allá de lo que podíamos prever:

«Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: “Paz a vosotros”. Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: “Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo”. Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos”. Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: “Hemos visto al Señor”. Pero él les contestó: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo”. A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: “Paz a vosotros”.  Luego dijo a Tomás: “Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente”. Contestó Tomás: “¡Señor mío y Dios mío!”. Jesús le dijo: “¿Porque me has visto has creído? Bienaventurados los que crean sin haber visto” ». (Juan 20, 19-29).

Después del Viernes Santo los discípulos habían quedado descorazonados. Ha sido una tragedia perder al Maestro de la manera más afrentosa. Además, tienen miedo de sufrir su misma suerte. Y ¿dónde está Tomás? Quién sabe, quizá deambula sin sentido, buscando un refugio mayor o cómo escapar del desengaño. Es la imagen de la dispersión interior y exterior de los discípulos, que, aunque están juntos, ya no logran confiar en Dios ni en sí mismos ¿Pueden acaso hacerlo después de la decepción de la cruz y la huida de todos? ¿Puede Tomás creer a los que dicen que han visto al Resucitado? Él necesita su propia experiencia, porque la fe puede anunciarse, mas no transferirse. Él podía escuchar a los demás, pero necesitaba vivir su propio encuentro con Cristo glorioso. Una semana después –tiempo suficiente para que Tomás reflexione y atesore el deseo de reencontrar al Maestro– este aparece y le muestra las “pruebas” que pedía: las marcas de los clavos y la lanza. Así Tomás llega a profesar su fe y se rinde en adoración al Dios cercano, vivo y vivificante. Este es el itinerario interior y que ha de vivir el creyente de todo tiempo, como nosotros hoy.

En cada momento de miedo, desorientación y amenazas resuena el eco de lo que los discípulos habrían experimentado con cada azote y cada clavo sobre Cristo. Porque tenemos que pasar de sostener nuestras vidas, como Tomás, más en las expectativas que en la verdadera esperanza. ¿Cuál es la diferencia? Ex-spectare se refiere a proyectar el futuro hacia lo que se puede ver y calcular. Implica más la razón que el corazón y pone más la confianza en los propios medios que en la intervención de Dios. En cambio, la esperanza es un don teologal, es decir, regalo divino. Por eso está vinculada a la fe como certeza de lo que no se ve. Y no se ve porque nuestros ojos alcanzan solo hasta un límite, no al infinito. Sabemos que los demás discípulos de Cristo también tendían a compartir estas expectativas a corto plazo y según sus criterios. Es la resurrección de Cristo lo que despierta el sentido de eternidad. Esto también puede originar que hoy pensemos que esta Semana Santa fue hermosa porque pudimos retomar en gran medida nuestras celebraciones y tradiciones, pero que ya quedó atrás. Que Cristo resucitó, sí, pero no estuvimos ahí hace dos mil años para verlo y meter nuestros dedos en sus heridas. Por eso hoy también su palabra viene a nosotros y nos dice: «Dichosos los que crean sin haber visto». Este “no ver” de la fe es lo que, paradójicamente, nos hace pasar a la luz, si somos capaces de abrir nuestra alma en confianza y dejar que él la ilumine con su gracia.

Las heridas que el Resucitado muestra a Tomás no solo le comprueban que sigue siendo el mismo de la cruz, sino que es mucho más. Es decir, que no solo se ajusta a lo que él hubiera esperado, sino que le hace conocer que la trascendencia ha salido a su encuentro. Las pruebas que recibe demuestran mucho más de lo que pedía. Y a nosotros esto nos dice que no solo se puede sacar algo bueno de lo negativo, sino que quien cree puede esperar lo imposible. También nos habla de la necesidad que tenemos de experimentar a Cristo así: Vivo, cercano y transformador. Nuestra fe es actual y se manifiesta en la respuesta coherente, solidaria y creativa que también nosotros ofrezcamos hoy. ¿Qué clase de discípulos seremos? ¿Los quejumbrosos, cerrados por el miedo, anclados a unas expectativas fracasadas? ¿Permaneceremos cautivos de nuestros propios cálculos, tan faltos de esperanza? Como Tomás, dejemos de pedir demostraciones y rindámonos en adoración y confianza, aun cuando nos cueste entender el porqué de tantas cosas.