Oración

Así en la tierra como en el cielo

Textos de oración ofrecidos por Christian Díaz Yepes, sacerdote de la archidiócesis de Madrid

 La Santísima Trinidad, de Masaccio. Iglesia Santa María la Novella, Florencia, Italia
La Santísima Trinidad, de Masaccio. Iglesia Santa María la Novella, Florencia, ItaliaLa Razón

Meditación para este domingo de la Santísima Trinidad

El domingo pasado hemos completado el tiempo de Pascua con la celebración del Pentecostés. Por eso hoy contemplamos el misterio de Dios en su plenitud. Él es Trinidad, es decir, comunión de amor de Tres distintos: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

«En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios”.» (Juan 3,16-18).

Dios es Amor porque es Trinidad, unidad y distinción entre el Padre y el Hijo en el Espíritu Santo. Comunión de los diversos, que es todo lo contrario a la uniformidad y mucho más al individualismo. Cada una de las Personas Divinas es en relación con las demás: El Padre ama al Hijo, el Hijo responde a su amor y la relación entre ambos es el Espíritu. Son distintos, pero a la vez UNO porque se aman en esa distinción, sin confusión ni contraposición.

Nosotros hemos sido creados a imagen y semejanza de este Dios trinitario. Por tanto, a imagen del amor que une y distingue. Nuestra realización está en reflejar este modelo divino, ya presente en nosotros pero que debe purificarse hasta que Dios sea todo en todo lo que somos y hacemos. Este descanso en Dios, esta realización plena, se logra viviendo la comunión interpersonal.

La Iglesia está llamada a ser esa realidad que muestra en la historia el misterio de la unidad divina, gracias a la comunión de sus diversos miembros, carismas y llamadas particulares. Por eso San Cipriano de Cartago, un pastor de los primeros siglos del cristianismo, afirmó: "El sol tiene muchos rayos, pero una sola luz; el árbol tiene muchas ramas, pero un solo tronco; muchos arroyos fluyen de una sola fuente... Así la Iglesia, aunque se extienda por todo el mundo, es una sola" (De Ecclesiae Unitate, 5). Esta unidad de los distintos es el testimonio que debemos dar al mundo. En ello profundizó Santo Tomás de Aquino cuando explicó: “En el acto de amar se da una cierta unidad que distingue a los amantes, pues el amante se convierte en uno con el amado” (STh, I-II, q. 28, a. 1). Este acto de amor es el reflejo humano de la comunión divina, donde la unidad no anula la distinción, sino que la enriquece.

Pero ¿cómo vivir esta llamada en nuestro mundo actual? En ella nos jugamos nuestro ser y nuestro trascender. Por eso, todo nace de una espiritualidad. Es decir, de un compromiso interior de cada persona y comunidad a convertirnos, comprometernos y ofrecer el testimonio de lo que creemos y nos sostiene. Fue lo que san Juan Pablo II presentó como hoja de ruta para toda la Iglesia al inicio del tercer milenio, cuando nos llamó a vivir una espiritualidad de comunión. Recordemos parte de lo que ella exige:

“Espiritualidad de la comunión significa ante todo una mirada del corazón sobre todo hacia el misterio de la Trinidad que habita en nosotros, y cuya luz ha de ser reconocida también en el rostro de los hermanos que están a nuestro lado. Espiritualidad de la comunión significa, además, capacidad de sentir al hermano de fe en la unidad profunda del Cuerpo místico y, por tanto, como «uno que me pertenece», para saber compartir sus alegrías y sus sufrimientos, para intuir sus deseos y atender a sus necesidades, para ofrecerle una verdadera y profunda amistad. Espiritualidad de la comunión es también capacidad de ver ante todo lo que hay de positivo en el otro, para acogerlo y valorarlo como regalo de Dios: un «don para mí», además de ser un don para el hermano que lo ha recibido directamente. En fin, espiritualidad de la comunión es saber «dar espacio» al hermano, llevando mutuamente la carga de los otros (cf. Ga 6,2)” [Juan Pablo II, Novo millennio ineunte, 43].

En Dios, que es Trinidad, tenemos la unión de los distintos. En una espiritualidad de comunión, el camino para realizarlo. Sigamos, pues, viviendo esta vocación, reconociendo y celebrando la multiplicidad de talentos y características personales que nos enriquecen, y construyendo la comunión hacia la plenitud del amor divino, donde unidos, en la singularidad de cada uno, podemos hacer ver el reino de Dios así en la tierra como en el cielo.