Opinión

Acabar con la injusticia

«Existen varias leyes vigentes que atribuyen a las enfermeras funciones y competencias que no son las que desempeñan en el año 2024»

Imagen de la campaña "Pregunta a tu enfermera" puesta en marcha por el Consejo General de Enfermería
Imagen de la campaña "Pregunta a tu enfermera" puesta en marcha por el Consejo General de EnfermeríaCGELA RAZÓN

La profesión sanitaria más numerosa es víctima de una grave discriminación e injusticia. Mujeres y hombres que son el baluarte de los cuidados, de la atención a nuestra sociedad envejecida, sufren un menosprecio profesional y laboral que se traduce en frustración y desilusión, que impide una mejor asistencia a los pacientes.

Este atropello no es una cuestión minoritaria. Afecta a más del 1% de la población en edad de trabajar: las enfermeras y los enfermeros españoles. Por resumirlo para un lector de prensa general, por una parte, existen varias leyes vigentes que atribuyen a las enfermeras funciones y competencias que no son las que desempeñan en el año 2024. A esto se suma el hecho de que la Administración pública las encuadra en la escala pública en un grupo inferior al de cualquier otro graduado universitario, el grupo A2.

A ningún gobierno le ha parecido urgente resolver esta injusticia histórica. A las enfermeras y enfermeros, entregadas a su vocación de servicio, guiadas por su profesionalidad, no las verán quemando neumáticos en una autopista, tirando piedras o haciendo una huelga salvaje. Pero eso no debería ser obstáculo para resolver una injusticia que sólo –y sobre todo– requiere de voluntad política.

Encuadrarse en un grupo inferior –debido a que Enfermería era una diplomatura hace varias décadas– acarrea muchas consecuencias perjudiciales para los profesionales. Además de una remuneración impropia de su trabajo, la actual clasificación impide a las enfermeras ocupar puestos de responsabilidad para los que están sobradamente preparadas. Se da la paradoja que, ya no un médico, que no sorprende a nadie, sino un economista, un periodista, un físico teórico o un abogado puede dirigir un centro sanitario y una enfermera, no. ¿Qué sentido tiene eso?

Esperamos que, con la reforma del Estatuto Marco, que está en teoría en proceso, se solucione este agravio comparativo y se modifique la Ley Básica del Empleado Público (EBEP) posicionando a las enfermeras y enfermeros donde se merecen en el Grupo A unificado. Sin embargo, los que llevamos tantos años lidiando con ministros y consejeros de Sanidad nos vemos obligados a ser escépticos a pesar de la buena disposición que ha mostrado el Ministerio de Sanidad.

Recordemos que en esta reforma intervienen otros departamentos como Hacienda o Función Pública que, sin duda, pondrán reparos a un cambio que afecta a tantos profesionales. ¿Porque somos muchos y no resulta sencillo arreglar el problema, las enfermeras y enfermeros de este país se merecen ser insultados, relegados a un segundo plano y discriminados?

El problema se ve agravado debido al desinterés histórico de los partidos políticos por modificar leyes fundamentales de la Sanidad como la Ley del Medicamento o la Ley de Ordenación de las Profesiones Sanitarias (LOPS), que no recogen la capacidad de prescripción de medicamentos por parte de las enfermeras –dentro de sus competencias– como ocurre con podólogos y odontólogos.

Eso genera inseguridad jurídica y que no pueda aplicarse con normalidad una norma avanzada como es la indicación –prescripción– de fármacos por parte de nuestros profesionales, algo cotidiano en naciones avanzadas como Reino Unido, Países Bajos o Suecia. A pesar de ser algo recogido en la legislación, los que intentan poner obstáculos al desarrollo profesional de las enfermeras –y a la vez confundir a la población– lo tienen más fácil mientras las grandes leyes sanitarias de este país no se actualicen.

La verdad es que resulta difícil de comprender que mientras las administraciones hacen una nueva exhibición de hipocresía al afirmar, ufanos, que apuestan por la Enfermería, la realidad en el espejo nos devuelve problemas enquistados como la falta de desarrollo de las especialidades, unas ratios de enfermeras propias de Chipre o Letonia o la pervivencia de los techos de cristal que mencionaba antes.

Sin una enfermería fuerte será imposible proporcionar a la población los cuidados que requiere en el panorama actual. Insisto, la Sanidad no puede quedarse anclada en un modelo diseñado para atender pacientes agudos en un entorno hospitalario, ni puede sobrevivir sin enfermeras o, como anhelan algunos, con una enfermería servicial esperando recibir órdenes de otros. Sin enfermeras no hay salud, sin salud no hay futuro.