Coronavirus

Ecofascismo: El virus nos hará libres

El planeta es el principal beneficiado por el brusco parón de la actividad humana. Ciudades sin contaminación atmosférica, reducción drástica de las emisiones de dióxido de nitrógeno y una calidad del aire que no conocíamos. Hasta aquí, todos de acuerdo. También Pedro Sánchez se vanaglorió de ello en una de las primeras ruedas de Prensa que dio después de decretar el estado de alarma. Sin ser quizá consciente, sus palabras conectaban con el ecofascismo que está emergiendo en buena parte del mundo con motivo de la pandemia del COVID-19.

Este virus nos ha descolocado como sociedad y en medio del caos empiezan a colarse algunas consignas escabrosas, como que la madre Tierra exige venganza o que el planeta andaba falto de una buena limpieza. En Twitter y otros foros sociales, estas frases no pasan desapercibidas y se convierten en santo y seña de esos grupos que no necesitan más que una chispa para escaldar los ánimos.

Y es lo que ocurrió con un tuit que tomaba la idea del grupo ECO ecologista británico Extinction Rebellion (XR) de que, si la polución ha bajado, el agua está cristalina y la naturaleza salvaje ha vuelto, queda claro que el hombre es el virus y el COVID-19 la vacuna que la Tierra necesitaba. Su mensaje ha superado los 200.000 «me gusta» y alguno de los comentarios que le siguen alcanza los 600.000, aunque XR se desdijo después. ¿Son lobos solitarios? ¿Realmente existe una amenaza? ¿Quién está detrás de esta distopía ecofascista que plantea la reducción demográfi ca desde la violencia y otros desatinos?

El activista australiano Jeff Sparrow, autor de «Fascists Among Us», ve en estos pensamientos una raíz claramente nazi y anuncia que ni imaginamos el espacio que podría empezar a ganar el ecofascismo aprovechando este desastre. En la red se palpa en foros como Reddit, cuyo debate sobre el COVID19 deja clara la obsesión de algunos grupos ecofascistas por proclamar la pureza racial como única forma de salvar el planeta. En su advertencia, Sparrow recuerda que el ecofascismo tiene en sus fi las a Patrick Crusius, el presunto autor de la masacre ocurrida en Texas el 3 de agosto de 2019, quien justifi có su decisión de disparar en una seria preocupación por el medio ambiente: «La aniquilación del medio ambiente está creando una carga masiva para las generaciones futuras.

Si podemos deshacernos de sufi cientes personas, entonces nuestra forma de vida puede ser más sostenible», publicó en un comunicado. Sus ideas son similares a las que aparecieron en un documento escrito por otro asesino en masa, Brenton Tarrant. Este australiano que mató a tiros a 51 fi eles en dos mezquitas se autodenominó ecofascista. Los grupos ecologistas más extremos están haciendo del COVID-19 su bandera para apropiarse de la defensa del planeta desde unos supuestos más que dudosos.

Así se expresa para LA RAZÓN, Carlos U. Bouza, uno de los activistas que tiene el grupo de animalistas radicales Frente de Liberación Animal en el País Vasco. «Lo que vemos, una vez más, es el uso de animales en laboratorios para investigar la vacuna contra esta enfermedad y probar fármacos. Nadie puede convencernos de que esto sea lo más beneficioso.

El mantra de salvar vidas humanas no nos sirve si hay que sacrificar animales». El respeto a la Tierra lleva a ideas tan extremas, a veces delirantes, como el antinatalismo, un movimiento cuyo fi n es detener la procreación como un acto ética y ecológicamente moral.

Su precursor, el filósofo surafricano David Benatar, invita a la natalidad cero como modo definitivo para, algún día, lograr la extinción de la raza humana. En las redes, el movimiento ha tomado vida propia. Amanda Sukenick, cineasta y artista de 37 años de Chicago, dirige un canal de YouTube sobre esta corriente en el que asegura parir es para ella una decisión ingenua y arrogante y ecológicamente insostenible. Arguyen que tenemos una de las poblaciones más envejecidas del mundo. El pronóstico, al menos para las próximas décadas, es una tercera edad muy numerosa que necesitará una potente fuerza laboral. La propia vejez de estos antinatalistas podría ser indeseable. Son movimientos pacíficos y voluntarios, pero su presencia creciente exige algunas refl exiones: ¿Qué ocurriría si se expandieran?

¿Es este el modo más oportuno de mejorar la densidad demográfica? Es cierto que el planeta no da para más, pero los científi cos aconsejan cordura. Fernando Valladares, investigador del departamento de Biogeografía y Cambio Global del Centro Superior de Investigaciones Científi - cas (CSIC), nos ofrece su particular versión: «Estas ideas beben de observaciones y datos reales sobre el impacto negativo y global de la actividad humana en el planeta, pero simplifi - can el mensaje, descartan alternativas y no facilitan el diálogo social. Más bien tienden a polarizar la opinión publica entorno a un tema complejo y muy sensible». Con el lenguaje apropiado, no descarta poder transmitir el mensaje tan necesario de que somos como una enfermedad para la salud de los ecosistemas y que debemos cambiar de actitud. Pero añade un matiz: «Con un lenguaje demasiado mordaz pueden suscitar reacciones que no favorecen la refl exión».

ECOLOGISMO RADICAL

En sus discursos, el ecologismo radical expone la amenaza que suponen las masas de personas desplazadas para la salud humana y piden cerrar defi nitivamente las fronteras para frenar el desastre ambiental. Es algo que están reclamando países como Hungría, políticos como Marie Le Pen o grupos de ultraderecha como Hogar Social, en España. Su portavoz en Madrid, Melissa Domínguez, lo defi ende en conversación telefónica: «El COVID-19 es una catástrofe humanitaria de extrema gravedad que debería servir de advertencia para cerrar fronteras, en lugar de analizarlo desde una necesidad ecológica para reducir emisiones. El coste humano está siendo insoportable, como lo va a ser también la miseria que va a traer esta pandemia». Dispensar la muerte como balsa de salvamento o hacer cualquier diagnóstico equivocado basado en la exaltación puede tener un efecto devastador. En la Iglesia brasileña han causado un profundo malestar las declaraciones del teólogo Leonardo Boff, ex fraile franciscano, en la web A Terra É Redonda. Proclama que el cornavirus es un castigo de Gaia, la Madre Tierra, por la mala conducta del hombre: «La pandemia que vivimos es una represalia de la Tierra, que siente, piensa, ama, venera y se preocupa». La crisis del coronavirus está dejando muchas refl exiones sobre qué mundo queremos o qué lecciones deberíamos tomar para prevenir una nueva catástrofe sanitaria. Frente al peligro de estas especulaciones el astrofísico Richard Dixon director de la organización Friends of the Earth Scotland, expone algunas razones por las que cualquier enfoque ecofascista es indefendible. En primer lugar, el coste en vidas humanas. En segundo lugar, porque este brote puede hacer que descarrile la acción contra el cambio climático al tener a todos los gobiernos lidiando con el virus. Por último, porque cualquier reducción en las emisiones es solo un alivio temporal. En esa línea, Tithi Bhattacharya, profesora de Historia en la Universidad de Purdue (EEUU), alerta del peligro que supone entretenerse con argumentos sin ninguna ponderación. «El coronavirus debería ser el aviso para un nuevo orden social, la solidaridad y la lucha contra el cambio climático. Si no, esta pandemia parecerá una fiesta en comparación con lo que vendría».

NO HAY TIEMPO PARA FANATISMOS

Vendrán más pandemias y más graves que la del coronavirus. La OMS lleva tiempo avisando y tendremos que estar preparados. Fernando Valladares aconseja quedarse con la ecuación que nos ha llevado a este desastre: «Es la suma de destrucción del medio natural y desigualdad social amplificado por la globalización. El primer término elimina el papel protector de la naturaleza ante infecciones y zoonosis. El segundo fuerza actividades humanas que nos exponen al contacto con animales que contienen grandes cargas víricas. Y el tercero eleva a escala planetaria un problema, una infección, que podría quedar restringido a escala local».