Jóvenes
Niños y adolescentes, los más receptivos a los mensajes agresivos y violentos
Un estudio señala que del 35 al 40% de los niños y adolescentes delincuentes provienen de familias desestructuradas y han sufrido malos tratos en el hogar
Factores genéticos, psicológicos, familiares, educacionales y ambientales influyen desde la más corta edad en que niños y adolescentes sean más receptivos a los mensajes agresivos y violentos de su entorno. Según abunden más unos u otros, unos niños se dejarán seducir y otros se protegerán. No obstante, diferentes estudios constatan que los actos violentos son más frecuentes en el sexo masculino y en el medio urbano. La fascinación que la agresividad ejerce desde la infancia es, según los expertos, un instinto, pero también un aprendizaje. La psiquiatría define desde la infancia varias formas de patológicas de violencia infanto-juvenil, englobadas desde la década de los años ochenta en los llamados trastornos de la conducta.
Este problema, que para algunos autores aparece en personalidades psicopáticas y es la expresión de una forma frustrada de psicosis, se caracteriza por una persistente transgresión de las normas sociales y violación de los derechos de los demás. Incluye un amplio grupo de comportamientos, con marcado carácter agresivo y antisocial, que van desde mentiras, pequeños hurtos, desobediencias, fugas del hogar, novillos en el colegio o instituto, crueldad con los animales y consumo de drogas, hasta agresiones físicas de diversas importancia, actos de vandalismo, atentados contra la propiedad, violaciones sexuales y homicidios.
El núcleo familiar puede ser un caldo de cultivo para los predispuestos. Así lo demuestra otro estudio, que evidencia que del 35% al 40% de los niños y adolescentes delincuentes proceden de familias desestructuradas y han sufrido malos tratos en el hogar. Cuando el núcleo familiar es estable y afectuoso, el niño sabrá interiorizar y canalizar los contenidos agresivos. Sin embargo, muchos niños conflictivos tienen un padre autoritario, despótico, tiránico, alcohólico o drogadicto.
Las conductas aisladas de violencia, a tenor de los expertos, no suponen un trastorno de conducta. Un adolescente puede llegar a cometer un homicidio bajo los efectos del alcohol o pelearse brutalmente en un momento de pérdida de control, sin que presente ninguna psicopatía. En cambio sí está claro que cuanta más intolerancia a la frustración, más riesgo de ser violento. Es la llamada ley de Dollard, que toma el nombre de un psiquiatra estadounidense ya fallecido: a toda frustración sigue una conducta agresiva. Cuanto más inmadura sea la personalidad, mayor la intolerancia al fracaso y mayor el riesgo de conductas agresivas. No obstante, también existen alteraciones cromosómicas, lesiones cerebrales en el lóbulo temporal izquierdo (adquiridas generalmente en el parto) o brotes de esquizofrenia que se expresan con comportamientos agresivos.
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