Nuevas cepas

El coronavirus de las mutaciones infinitas

Inglesa, surafricana, brasileña, danesa. Nuevas cepas más contagiosas y mortales

Poca gente se las tomó en serio. La aparición de nuevas variantes del coronavirus SARS-CoV-2 produjo en las autoridades sanitarias el consabido mantra de llamamientos a la calma. «No está demostrado que sean más contagiosas». «No está demostrado que afecten a las vacunas que tenemos en marcha». «No está demostrado que hayan llegado a nuestro país». Pero a medida que la ciencia aprende más sobre las mutaciones que está sufriendo la estructura genética de este escurridizo patógeno, algunas de las incógnitas se despejan y la preocupación crece. Ya sabemos que algunas variantes han llegado a nuestro país, de hecho, están colonizando a velocidad inusitada el mundo. Ya sabemos que sí son más contagiosas. Y ayer el primer ministro británico, Boris Johnson, anunció que hay «evidencias» de que la nueva cepa identificada en el Reino Unido «está asociada a un mayor nivel de mortalidad». La nueva variante británica parece ser un 30% más mortífera. Por ejemplo, con 1.000 personas de 60 años infectadas con la variante anterior se podría esperar que 10 de ellos fallecieran. Pero esto se eleva a alrededor de 13 con la nueva variante. Esta cepa británica fue detectada en aguas fecales de Granada ya el 17 de diciembre, según se ha conocido ahora.

También comenzamos a saber que pueden afectar a la efectividad de las vacunas. Esta misma semana se han publicado los primeros datos inquietantes al respecto.

Uno de los científicos que más saben de esta variantes en todo el mundo es el bioinformático brasileño Tulio de Oliveira, profesor de la Nelson Mandela School of Medicine en Sudáfrica, que se presenta a sí mismo como «cazador de virus». El pasado mes de noviembre, Tulio recibió en su laboratorio varios viales con sangre de pacientes de coronavirus diagnosticados en la provincia sudafricana de Cabo Oriental. Allí se acababa de experimentar un repentino aumento de los casos sin explicación aparente. El bioinformático analizó la información genética de las 16 muestras de virus recibidas y halló en todas las mismas mutaciones que no esperaba. Probó con otras muestras de pacientes de otras regiones del país y encontró las mismas modificaciones en parte de la estructura del virus. Algo estaba haciendo que los ciudadanos sudafricanos se infectaran de un coronavirus diferente. Un lote de muestras le llegó desde el laboratorio de genómica de Stellenbosch (localidad famosa por su vinos) con una nota escéptica de un colega. «No creo que encuentres variantes aquí, estamos demasiado aislados del resto del mundo». De Oliveira aceptó el reto. «Si más del 50 por 100 de tus virus tiene mutaciones, me regalas una caja de vino». El cazador de virus ganó la apuesta: de las 67 muestras, 58 eran de la misma variante nueva que recorría el país.

Hoy esa variante, tras colonizar Sudáfrica, se encuentra ya en pacientes de 23 países distintos y compite en extensión con la otra variedad nueva más extendida, la llamada «inglesa», que ya infecta en 60 países, incluida España.

Los virus son máquinas de replicarse. Cada vez que un ejemplar de SARS-CoV-2 entra en la célula humana envía instrucciones genéticas para que ésta ensamble en el orden correcto los 29 tipos de proteínas que componen el puzle de su estructura y comience a copiarlo. En cada copia se pueden producir pequeñas modificaciones azarosas, errores de transcripción a razón de dos o tres cada mes de vida. La mayoría de estas mutaciones no afectan al desarrollo del virus. Pero algunas pueden cambiar el aspecto del patógeno al modificar o borrar algunos de sus aminoácidos importantes. En diciembre, los laboratorios del Consorcio de Genómica Covid del Reino Unido detectaron muestras de pacientes del sur de Inglaterra que contenían coronavirus con 17 mutaciones importantes. Había nacido la llamada «variante inglesa». La variante pertenece a un linaje llamado B.1.1.7 y de los 17 cambios genéticos, 8 afectaban a la proteína en espícula del virus: la región donde el patógeno se enlaza con las células humanas y en la que actúan la mayoría de las vacunas de las que se dispone. Una de esas mutaciones es especialmente preocupante, la llamada N501Y (porque ocurre en el aminoácido 501 y transforma una asparagina N en tirosina Y). Esta mutación cambia la forma de la proteína de la espícula justo en el lugar donde entra en contacto con la célula. Esa proteína es la llave de entrada para infectar nuestro cuerpo. Y no siempre funciona. En la mayoría de los casos, las zonas de contacto del virus y la célula no encajan exactamente (como si la llave tuviera un diente mal pulido) y el virus no puede contagiarnos. Pero con la mutación N501Y la llave es mucho más eficaz. Por eso la variante inglesa contagia entre un 30 y un 50% más que las anteriores versiones del coronavirus.

Esa misma mutación se ha encontrado en la variante sudafricana y en las nuevas versiones que ahora empiezan a preocupar procedentes de Brasil y de Dinamarca. Pero a ella se van sumando nuevas mutaciones en la misma región que van dotando al coronavirus de una llave de entrada cada vez más eficaz. Los científicos temen que se esté produciendo un proceso de evolución convergente que haga que todos los coronavirus de los cinco continentes estén acumulando las mismas mutaciones en la misma dirección: contagiar más y mejor.

En este momento hay cuatro grandes variedades que preocupan: la inglesa, la brasileña, la sudafricana y la danesa (que apareció en Dinamarca en noviembre pero se ha hecho fuerte en California). A medida que aumentan los casos, estas variantes se hacen más prevalentes lo que indica que están desplazando a las demás. Se cree que en marzo algunas de ellas ya podrían ser mayoritarias. Es obvio que estamos ante un virus más contagioso que en la primera ola. Los datos presentados esta misma semana en una conferencia científica ante el ministro de Salud de Sudáfrica por el doctor Salim Abdool Karin avalan que, de momento, estas mutaciones no están produciendo una enfermedad más grave. A medida que el porcentaje de pacientes diagnosticados con ellas crece, no aumenta porcentualmente el número de muertes o de hospitalizaciones. Pero lo que ahora preocupa a los expertos es cómo pueden afectar los cambios a las vacunas que ya están en marcha en todo el mundo. A pesar de que los responsables de Pfizer y Moderna se apresuraron a anunciar que sus vacunas eran eficaces contra los nuevos coronavirus, cada vez está más claro que, aunque sigan siendo eficaces, lo serán menos. Esta semana se ha presentado un estudio preliminar con 44 voluntarios sudafricanos que han pasado la enfermedad y han generado anticuerpos. En 21 de ellos los anticuerpos eran incapaces de reconocer las nuevas mutaciones del virus.

Este dato ha alertado a la comunidad científica porque puede indicar dos realidades igual de preocupantes: que las personas contagiadas con coronavirus antiguos puedan reinfectarse fácilmente con los nuevos y que las vacunas diseñadas con cepas del año pasado ya no sean tan válidas en el nuevo escenario.

En cuanto a la posibilidad de reinfección, Penny Moore, viróloga del Instituto Nacional de Enfermedades Transmisibles de Sudáfrica, y autora del estudio citado, reconoce que «estamos cada vez más convencidas de que las nuevas variantes escapan a la capacidad de neutralización de los anticuerpos con mayor facilidad». Ese es el primer paso hacia el contagio recurrente.

En cuanto a la pérdida de eficacia de las vacunas las cosas no son tan claras. También esta semana, el inmunólogo de la Universidad de Rockefeller Michael Nussenzweig ha presentado un estudio preliminar con 20 personas que han recibido las vacunas de Pfizer o de Moderna. En todas se ha apreciado un descenso en la capacidad de neutralización de las nuevas mutaciones. Algunos autores afirman que la capacidad puede ser 10 veces menor.

¿Significa eso que las vacunas actuales dejarán de servir? Con eficacias demostradas de más del 90 por 100 ni siquiera un descenso de 10 veces en la neutralización convertirá a las terapias en inservibles. Pero parece evidente que estos preparados verán reducidos sus porcentajes de éxito. Los últimos estudios avalan la idea de que en el futuro habrá que reformular las vacunas contra el coronavirus como se hace cada año con la gripe. Pero algunos virólogos destacan que el coronavirus no se comporta como la gripe. La capacidad de mutación y la prevalencia de los contagios en la población mundial es una bomba de relojería. Los humanos somos máquinas fotocopiadoras andantes. Cuantos más de nosotros estemos contagiados, más copias del virus se están fabricando cada segundo y más probabilidades de que una de esas copias lleve una mutación que no sepamos controlar.