Fauna

El avistamiento de aves, un mercado que alza el vuelo

Tras la pandemia los birdwatchers fueron los primeros en hacer cola en los aeropuertos

Aviturismo en Santa Ambuleia (Angola)
Aviturismo en Santa Ambuleia (Angola)larazonfreemarker.core.DefaultToExpression$EmptyStringAndSequenceAndHash@7594fd9f

No hace ni tres semanas, el 27 de diciembre, una entusiasta multitud se reunió en torno a una casa de Cypress, en la periferia de Los Ángeles, obligando a la policía a intervenir para restablecer el tráfico y encauzar al gentío que se adensaba por momentos. Poco después, los medios más punteros de la Costa Oeste explicaban con pelos y señales (con plumas y señales sería lo correcto) qué es lo que había sucedido para que se movilizase tanta gente. La razón de lo que a todas luces constituía un acontecimiento era que un ejemplar de búho ártico –del búho de Harry Potter, si se le apea el tratamiento– había aparecido en el sur de California, en unas coordenadas donde nunca se había detectado su presencia. A día de hoy, más de 300.000 personas se han desplazado hasta el lugar con la intención de fotografiar la «rara avis» y poder observarla detenidamente.

El caso es que lo que podría definirse como anécdota repleta de magia navideña pone de manifiesto el apogeo de una especialidad turística que ha experimentado un crecimiento exponencial tras la pandemia. Cuando, después del cerrojazo, el mundo abrió sus puertas, los birdwatchers fueron los primeros en hacer cola en los aeropuertos. Keith Barnes, uno de los propietarios de la agencia internacional Tropical Birding, afirma que los teléfonos no dejaron de sonar en 2020, año en el que la covid enlutaba el planeta. Mientras la mayoría de los operadores se hundían en el pánico por la perspectiva de ruina inevitable e inminente, agencias especializadas se ocupaban en mejorar prestaciones y preparar el reencuentro con sus amigos y clientes.

Combinación insuperable de panoramas vírgenes y experiencias inéditas, el birdwatching global, la observación de aves en destinos exóticos a los que la naturaleza ha bendecido con una avifauna sorprendente, ha situado a las agencias especializadas en la primera línea de un mercado –el turismo de élite– en el que la competitividad abona la excelencia.

Sirva como ejemplo, la cifra de «birdwatchers» que visita Costa Rica anualmente: casi medio millón y aún no ha tocado techo. Otro tanto puede decirse de Ecuador, Perú o Colombia sin salir de Latinoamérica. No faltan los países tropicales, con abundancia de avifauna como Angola, Camerún, Tanzania, Papúa Nueva Guinea o Indonesia, por ejemplo, que están dispuestos a alcanzar al grupo de cabeza. Sin embargo, para materializar este novedoso negocio no es suficiente tener las aves, si no también todo el conjunto de ingredientes, guías especializados, agencias que entiendan las necesidades del cliente, conservación de los enclaves y saber vender el producto.

El boom de los aficionados al birding está ligado a la irrupción del smartphone en una cotidianidad que se proyecta más allá de los cotos y de las fronteras. La proliferación de usuarios de aplicaciones como ebird y Merlin que permiten –a través de imágenes de alta resolución y de unas fichas precisas y elocuentes– no sólo identificar a cada especie sino reproducir su canto con el fin de atraerlas, han puesto al alcance del neófito lo que hace pocos años acaparaban los expertos.

Existen, así mismo, una serie de rankings que registran, en tiempo real, la cifra de avistamientos de cada uno de los miembros de una suerte de club a cielo abierto en el que tres millones de personas, de todas las culturas, razas y procedencias, mantienen una competición estimulante e incruenta.

¿Habrá que recordar, por fin, que fue precisamente el búho el ave que Minerva, diosa de la sabiduría, eligió como emblema? El búho de Harry Potter, lejos de equivocarse, acertó plenamente al señalar que existe un nicho de mercado que aún no se ha explorado –que aún no se ha explotado– con la profesionalidad que se merece.

Noam Shany es experto en desarrollo de turismo de aves