Medioambiente

En 2030, el planeta habrá producido 82 millones de toneladas de residuos electrónicos anuales

Un estudio de las Naciones Unidas advierte de la tasa de reciclaje habrá caído al 20%

Baterías de teléfonos móviles
Baterías de teléfonos móvileslarazon

Nadie duda que estamos en plena era digital, pero la cara B de la transformación tecnológica implica una acumulación invisible que también amenaza al planeta: la basura digital, un concepto que abarca no solo los dispositivos obsoletos, sino también los datos inútiles, los archivos olvidados, los sistemas ineficientes y los equipos que permanecen encendidos o almacenados sin uso. Todo ese material, sea intangible o inactivo, sigue consumiendo energía, recursos y materiales que no son renovables.

“La sociedad ha aprendido a borrar un archivo con un clic, pero no a limpiar sus residuos digitales”, señala Mercè Botella, socia fundadora de la cooperativa de telefonía consciente Somos Conexión. “Cada dispositivo electrónico en desuso que no se recicla ni reutiliza, cada copia de seguridad guardada en la nube que nadie revisa y cada cuenta abandonada contribuyen a una deuda energética y ecológica que seguimos ignorando”, añade.

Según el Global E-Waste Monitor 20241, en 2022 se generaron 62 millones de toneladas de residuos electrónicos en el mundo, un 82% más que en 2010. De ese volumen, apenas una quinta parte (un 22,3%) fue documentado como recogido y reciclado de forma ambientalmente adecuada, precisa ese estudio. El resto se pierde en vertederos, incineradoras o cadenas informales de reciclaje que no garantizan la seguridad ambiental ni la salud de las personas. Si la tendencia continúa, para 2030 el planeta habrá producido 82 millones de toneladas de residuos electrónicos anuales (un 32% más), mientras la tasa de reciclaje habrá caído al 20%, advierte un estudio de las Naciones Unidas.

El impacto económico y en la salud

Ese dilema no solo se mide en toneladas, sino también en el impacto para la salud. La Organización Mundial de la Salud (OMS) advierte que la basura electrónica o e-waste es una de las corrientes de residuos sólidos que más rápido crecen en el mundo. En su degradación, estos residuos pueden liberar hasta mil sustancias químicas diferentes, entre ellas plomo, mercurio, cadmio o retardantes bromados. En algunos países en vías de desarrollo, donde llegan toneladas de residuos exportados desde Europa o Norteamérica, cientos de miles de personas, entre ellos niños y niñas, trabajan en su manipulación sin protección, inhalando gases tóxicos y contaminando suelos y aguas.

“Muchos dispositivos que aquí consideramos inservibles terminan en manos de personas que los desmantelan con sus propias manos, poniendo en riesgo su salud para recuperar unos gramos de cobre o de oro”, afirma Botella. “No se trata solo de contaminación: detrás de cada residuo hay historias humanas invisibles y un sistema global que externaliza sus desechos”.

La dimensión económica del problema también es gigantesca. Los residuos electrónicos generados en 2022 contenían materiales valiosos —cobre, oro, hierro o aluminio— por un valor estimado de 91.000 millones de dólares, de los cuales solo una fracción fue recuperada. Sin embargo, la brecha regulatoria sigue siendo enorme: solo 81 países, el 42 % del total, cuentan con leyes o políticas específicas sobre residuos electrónicos, y muchas no tienen mecanismos eficaces de cumplimiento.

La basura que no se ve

Pero la basura digital también vive en la nube. Copias duplicadas, registros infinitos y sistemas redundantes requieren servidores que consumen energía y agua constantemente para mantener datos que nadie tiene en cuenta. Según el Global E-Waste Monitor 2024, los centros de datos y las infraestructuras digitales son responsables de cerca del 4% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero, una cifra que podría duplicarse en menos de cinco años si no se adoptan medidas de eficiencia y depuración digital.

A ello se suma el enorme volumen de información innecesaria: se calcula que en 2025 se habrá generado un volumen de datos digitales de 175 zettabytes (recordemos que cada zettabyte representa 1.000 terabytes), cinco veces más que en 2018. Pero la contrapartida es que hasta el 60 % de los datos almacenados por empresas y organismos son redundantes, obsoletos o triviales, lo que implica un consumo de recursos sin propósito.

“El problema no es la tecnología, sino nuestra relación con ella”, concluye Botella. “Debemos aprender a depurar tanto como a innovar. El progreso no puede seguir generando residuos infinitos, porque si lo hace, el futuro será un vertedero digital. El progreso tiene que ser sostenible, o no lo podremos llamar progreso”