Vaticano

Los abusos, un arma para tumbar papables

La lacra que ha minado la credibilidad de la Iglesia podría ser utilizada para minar a algunos cardenales

El papa Francisco sosiene el báculo de plata durante la homilía de la misa Crismal del Jueves Santo que celebró en la basílica de San Pedro, en la Ciudad del Vaticano, hoy, jueves 17 de abril de 2014.
El Papa Francisco sostiene el báculo de plata durante la homilía de la misa Crismal del Jueves Santo que celebró en la basílica de San Pedro, en la Ciudad del VaticanoClaudio PeriAgencia EFE

La lacra de los abusos es un talón de Aquiles de la Iglesia católica. Lo cierto es que tanto Benedicto XVI como Francisco se han erigido como los pontífices que han intentado reconducir todas las instituciones eclesiales para atajar una crisis que se ha llevado parte de la credibilidad de la institución. Aunque los pasos dados durante los doce años de Jorge Mario Bergoglio en el Vaticano han marcado un antes y un después con su máxima de «tolerancia cero» frente a los depredadores sexuales, los especialistas en la lucha contra este delito así como las víctimas consideran que todavía no se ha hecho lo suficiente y que tan solo estaría encaminado.

Al igual que sucedió este miércoles con los números rojos que asolan a las cuentas de la Santa Sede, se espera que de aquí al 7 de mayo, cuando arranque el cónclave para elegir al próximo Sucesor de Pedro, se permita hacer una radiografía del estado de la cuestión tanto desde el punto de vista canónico como judicial, así como la verdadera respuesta que están dando las Iglesias locales.

Sin embargo, fuentes eclesiales consultadas por LA RAZÓN comparten su preocupación de que no solo se vaya a radiografiar si verdaderamente se está aplicando la hoja de ruta que Francisco marcó tras la cumbre celebrada en Roma en febrero de 2019 con los presidente de las Conferencias Episcopales de todo el planeta. «Se trata de una cuestión tan delicada de puertas para adentro y también ante la opinión pública que no me extrañaría que se utilizara como un arma arrojadiza para dinamitar a cualquier candidato que entre con fuerza en la Capilla Sixtina», comentan desde el Vaticano, refieriéndose, sobre todo a las últimas jornadas del precónclave. «Está claro que si en estos días alguien deja caer que alguno de los cardenales de las quinielas tiene un caso en su diócesis o en su entorno que ha encubierto, que no ha resuelto tal y como exige la víctima e incluso se lanza una acusación de ser autor de algún tipo de abusos de poder, de conciencia o sexual, sus posibilidades se minarían de inmediato», añade. Es más, comparte que «nadie querría tener a un Papa con la sombra de no haber afrontado de cara esta cuestión, sobre todo, teniendo en cuenta las directrices que ha ofrecido Francisco».

Sin embargo, un especialista en acompañamiento a víctimas de abusos comparte a este periódico que «es muy complicado que un pastor que esté a pie de obra no tenga casos de abusos en su diócesis». «Otra cosa es que antes o después se ponga de manifiesto si es de los que ha mirado para otro lado, no ha querido recibir a las víctimas o no ha llevado a cabo los procesos canónicos tal y como debería», apostilla. En esta misma línea, apunta que, «igual que puede influir su pasado político si ha tenido una afiliación a algún partido extremista o ha sido condescendiente con una dictadura, ahora la cuestión de la pederastia también habla de si un candidato apto o no para liderar la Iglesia».

Lo cierto es que el primer Pontífice latinoamericano de la historia ha marcado un antes y un después a la hora de atajar este grave problema. «Su legado fue el de abrir un proceso –no cerrado aún– para dar respuesta a esta realidad de abusos que sufre tanta gente vulnerable, también adulta, en el seno de la Iglesia cometidos por miembros del pueblo de Dios, ya sean clérigos o laicos», explica Jordi Bertomeu, sacerdote catalán que es algo más que un oficial del Dicasterio para la Doctrina de la Fe. Francisco confió en este español la investigación de no pocos casos, entre ellos, los que se producían en el Sodalicio de Vida Cristiana, la plataforma creada por el peruano Luis Fernando Figari en 1971 con presencia en 25 países a través de sus diferentes ramas consagradas y laicales, masculinas y femeninas. Tal fue la gravedad del trabajo exhaustivo que hizo junto al arzobispo maltés Charles Scicluna, que a principios de año Francisco decretaba la disolución de este grupo.

Para Bertomeu el verdadero cambio de registro de Bergoglio tuvo lugar tras su viaje a Chile en 2018, cuando pudo comprobar un encubrimiento generalizado de los obispos del país, en tanto que, no solo habían ocultado a los victimarios, sino que habían presentado a las víctimas como organizadores de una campaña para acabar con la Iglesia. «Fue catártico: entró en la tragedia de las víctimas y nunca más nada sería igual», relata el presbítero, que subraya como una de sus principales aportaciones prácticas ««una ley para terminar con la pasividad y el encubrimiento ante las denuncias». O lo que es lo mismo, reformó el libro VI del Código de Derecho Canónico, reformó las normas seguidas con los «delicta graviora».

En este contexto, Bertomeu considera que la Iglesia todavía está en un paso incipiente para dar carpetazo a la cuestión. Por ello, reclama, no solo al próximo Papa, sino a toda la comunidad católica, que siga apostando de manera decidida por «justicia para las víctimas, prevención y cuidado para los más vulnerables, tutela eficaz de los derechos de los fieles».