Ecuador

El periodismo desciende a las «bodegas humanas»

Jalis de la Serna posa delante de presos tatuados en una cárcel latinoamericana
Jalis de la Serna posa delante de presos tatuados en una cárcel latinoamericanalarazon

«Es la mayor violación de los derechos humanos que he visto en mi vida». Con esta frase podría resumirse el trabajo con el que los periodistas de «Encarcelados» se enfrentan cada semana. Todos los miércoles a las 22:30 horas, Jalis de la Serna y Alejandra Andrade se cuelan en las cárceles de Bolivia, República Dominicana, Costa Rica o Perú para mostrarnos la cara más inhumana de las prisiones latinoamericanas, en las que unos 1.500 españoles sobreviven al hambre y a la tortura. Pero la dimensión del programa ha traspasado literalmente los barrotes de la pequeña pantalla y, aparte de transformar la manera de producir los reportajes sobre la realidad, también consiguió «liberar» a Lola Sánchez, una de las protagonistas.

«Sobre todo es un gran orgullo hacer un programa como éste. No es un espacio fácil, debido a sus contenidos de cierta dureza, muy serios e informativos», confiesa Jalis de la Serna a LA RAZÓN. Es plenamente consciente de que cada semana son casi dos millones de espectadores los que se sientan frente al televisor para conocer de cerca los entresijos de las condiciones de los presos españoles detenidos, en un porcentaje muy alto, por delitos de narcotráfico. «Estábamos viendo una realidad: el aumento de un 30% de ciudadanos españoles condenados en cárceles. Queríamos saber qué están viviendo, qué ha salido mal en sus vidas y qué hay detrás de este fenómeno». El 5 de octubre con su primera emisión consiguieron un 12,4% de «share», y a la semana siguiente el programa congregó a 2.186.000 espectadores. Después de nueve emisiones, más de 17 millones de personas han visto el programa, y no sólo en España.

Lola Sánchez es una española que llevaba cinco años encerrada en Bolivia con un cáncer terminal y sin tratamiento. «Después de la emisión del programa que narraba su caso, a los 15 días, se consiguió traerla de vuelta a nuestro país. En el punto donde se tocan el nivel personal con el profesional y es la satisfacción máxima. Yo quiero ser periodista para hacer cosas como ésta. Dentro de la ensoñación creo que sirve para mejorar el mundo», explica De la Serna.

Cárceles sin gobierno

En cada cárcel entra uno de los dos periodistas, uno de los dos cámaras, Jacobo García-Guereta y Armando Rey, y la productora colombiana Marcela Morales. «Yo ya había trabajado con Jon Sistiaga en Ecuador y Colombia. Cuando haces estos programas te enfrentas a una gran impotencia, con la expectativa de qué más se puede hacer desde el periodismo», dice Morales. Ella es la encargada de ser la cara visible del programa, la encargada de buscar los testimonios de los presos y conseguir los permisos para entrar en los recintos. «Cuando haces este trabajo descubres que realmente el Estado no controla las cárceles. Para poder adecuar el presupuesto al número de guardias necesario por presos utilizan líderes entre ellos con los que tienes que negociar para ver si les parece bien. En Bolivia no les gustó nada, no se pudo entrar y casi causamos un motín», narra Marcela. Ninguno de los participantes del programa se cuestiona los delitos cometidos ni las penas impuestas, pero sí las condiciones bajo las que se cumplen. Y siempre intentando sobrevivir, conservando la profesiona-lidad y toda la entereza de la que uno es posible, ya que «hasta que no ves las imágenes grabadas no te crees dónde te has metido. Te olvidas afortunadamente del entorno, aunque hay momentos tensos. Una de esas personas que me acompaña para conseguir testimonios, en un momento escondidos en un baño, me confesó que estaba allí por haber matado a su mujer y a su hijo de tres años, y que padecía esquizofrenia ¡si no se tomaba sus pastillas!

«Era imposible concebir esta serie sin grabar en las cárceles de El Salvador», explica la productora. «El programa de ayer es posiblemente el más duro de todo el programa. Se trata de la violación más grande de los DD HH y habla de la venganza de la sociedad contra las maras. En ella pasan hambre, sin asistencia médica y dejan que se mueran ahí dentro. Son auténticas ''bodegas humanas''». Para Jalis fue «de lo más impactante y pasamos mucho miedo. Hicimos ese programa con un sacerdote español, Antonio Rodríguez, especializado en esta lucha de bandas callejeras que se ha cobrado ya 50.000 vidas con un índice anual de 4.400. homicidios». Y las condiciones de las mujeres son aún peores, según De la Serna: «Viven ocho mujeres en dos metros cuadrados. Dos en el suelo, cuatro en dos pisos de literas y otras dos en una hamaca en el techo. Cuando tienen hijos, tienen 24 horas para salir del hospital para volver a la cárcel y llevándose a su niño con ella».

El éxito del programa ha hecho que sus creadores estén pensando en abordar otras latitudes y otros proyectos del mismo estilo. «Ahora estamos preparando un capítulo 11 que no estaba previsto para grabar un poco de los familiares de esos presos en España. También queremos continuar con cárceles en Marruecos, Venezuela e incluso Asia», matiza De la Serna.