Adiós al teclado

Escribir a mano: lo que la pantalla le oculta al cerebro

La ciencia lo confirma: usar lápiz y boli favorece una mayor conectividad cerebral

Niños en el colegio dando clase
Niños en el colegio dando claseAlejandro OleaLa Razón

Casi cuatro millones de años atrás nació una de las mujeres más importantes de la historia de la humanidad. Llegó a vivir apenas 20 años, pesaba menos de 30 kilos y caminaba por lo que hoy es Etiopía.

No sabemos a qué se dedicaba, ni siquiera su apellido, pero sí su nombre: Lucy. Lo que ha hecho famosa a esta australopiteca es que, si bien tenía el cráneo de un tamaño comparable al de un chimpancé, Lucy se desplazaba sobre sus miembros posteriores, caminaba erguida, lo que muestra que estaba evolucionando hacia la hominización, el enlace con los homínidos en los que nos hemos convertido.

Y, en el sendero por caminar erguida, Lucy se distinguió por una particularidad: al hacerlo sus manos quedaban libres. Durante los siguientes millones de años la mayor evolución no se produjo en la pelvis, la columna o las rodillas, sino en el cerebro y en su conexión con las manos. Estas comenzaron a mostrar una precisión exquisita para fabricar herramientas y, por extraño que pueda parecer, también para dar forma al lenguaje.

De acuerdo con un estudio publicado en 2019 y liderado por Adrien Meguerditchian, primatólogo de la Universidad de Marsella, los gestos de las manos permitieron que el lenguaje evolucionara dando a los objetos y a las acciones la representación necesaria para que surgiera la sintaxis.

El equipo de Meguerditchian no solo analizó a humanos sino a otros primates para descubrir el uso de lenguajes de signos y demostró que muchos de ellos tienen más de 100 signos distintos para objetos cotidianos. El vínculo entre mano y cerebro es uno de los mayores disparadores de la evolución si lo pensamos en profundidad. Quizás la frase clave sea la que escribió la experta en psicología evolutiva Virginia Berninger en su libro Alfabetización del cerebro para educadores y psicólogos: «Usamos nuestras manos para acceder a nuestros pensamientos».

Y un ejemplo del peso que tienen nuestras manos es que, a nivel cerebral, es muy diferente lo que hacen con un teclado y lo que hacen con lápiz y papel. Para la mayoría de nosotros basta con unos meses de práctica para que la mecanografía se vuelve automática. Sin embargo, aprender las geometrías precisas que componen los caracteres escritos a mano lleva años.

Y no se trata solo de cuándo aprendemos a escribir, también se ha visto en adultos. Un estudio de Marieke Longcamp, neurocientífica de la Universidad de Maastricht, entrenó a niños que aún estaban aprendiendo el alfabeto para escribir letras a mano y reconocieron las letras más fácilmente que cuando ella les mostró las teclas. Cuando probó esto en adultos, enseñándoles a escribir a mano o mecanografiar letras bengalíes desconocidas, los resultados a corto plazo eran muy similares. Pero una semana después ya había diferencias importantes: quienes aprendieron a escribir las letras a mano recordaban mucho mejor.

El valor de la cursiva

En el estudio, Longcamp señala que esta diferencia se debe a la actividad motora que desencadena ver letras escritas a mano. Escribir y luego leer un carácter que hemos dibujado activa instrucciones neurológicas que nuestro cerebro archiva, «esta memoria no existe en el teclado», concluye el estudio.

Sí, pero muchas personas dirán que escribimos con una mano, mientras que, al usar el teclado, usamos ambas. lo que genera una mayor coordinación y requiere mayor procesamiento. Según Yves Guiard, neurocientífico cognitivo del CNRS (Centro Nacional para la Investigación Científica de Francia), la mano dominante, la que escribe a mano, tampoco está sola. La otra mano está constantemente trabajando, ajustando sutil y precisamente la posición del papel decenas de veces sin que nos demos cuenta. Y es este trabajo coordinado entre ambas manos lo que hace que nuestra letra sea tan diferente a la de otras personas, tanto como para ser utilizada como prueba en diferentes juicios.

Otro aspecto interesante y beneficioso que ofrece escribir a mano y que a menudo solo vinculamos a escribir en un teclado es la edición y suma de contenido. En un ordenador podemos copiar y pegar, y agregar multitud de símbolos, pero en un papel la capacidad de hacer agregados laterales, flechas que unen contenido, escribir entre líneas o integrar texto con dibujos es mucho más intuitiva.

Escribir a mano ha demostrado también que los estudiantes que escriben ensayos de este modo hacen trabajos más extensos, más rápidos y con oraciones más completas y complejas. Así lo demuestra un estudio liderado por Virginia Berninger, profesora de psicología educativa de la Universidad de Washington, que estudia el desarrollo normal de la escritura y las discapacidades de la escritura. La única ventaja del teclado era cuando tenían que escribir el alfabeto.

Otro beneficio de la escritura a mano es la letra cursiva frente a la imprenta, algo que en un ordenador es complejo de conseguir y que contribuye al desarrollo cerebral. Así lo demostró un estudio liderado por Karin James de la Universidad de Indiana. Al escribir en cursiva, explica el estudio, «el cerebro desarrolla una especialización funcional que integra tanto la sensación, el control del movimiento y el pensamiento. Para escribir cursiva legible, se necesita un control motor fino sobre los dedos. Hay que prestar atención, y pensar en qué y cómo lo estás haciendo. Los estudios de imágenes cerebrales muestran que la cursiva activa áreas del cerebro que no participar en el mecanografiado».

Con toda esta información, llegamos al último estudio publicado que demuestra la importancia de escribir a mano. De acuerdo con un equipo de expertos, liderados por Audrey van der Meer, de la Universidad Noruega de Ciencia y Tecnología, la investigación del cerebro muestra que no es cualquier actividad motora la que facilita el aprendizaje, sino que es crucial coordinar con precisión los complejos movimientos de la mano mientras se da forma cuidadosamente a cada letra cuando se usa un lápiz o un boli. Al parecer, estos provocan diferentes procesos neurológicos subyacentes que proporcionan al cerebro las condiciones óptimas para aprender y recordar.

Conectividad cerebral

Para descubrir si el proceso de formar letras a mano daba como resultado una mayor conectividad cerebral, el equipo de Van der Meer, analizó las redes neuronales involucradas en ambos modos de escritura. Para ello recopilaron datos de electroencefalogramas de 36 estudiantes universitarios a quienes se les pidió repetidamente que escribieran o teclearan una palabra que aparecía en una pantalla. El grupo que escribió a mano utilizó un bolígrafo digital para escribir en cursiva directamente en una pantalla táctil, mientras que el otro grupo lo hacía en un teclado usando un solo dedo para presionar las teclas. En total los voluntarios estaban conectados a 256 sensores que medían su actividad cerebral. La conectividad de diferentes regiones del cerebro aumentó cuando los participantes escribieron a mano, pero no cuando usaban el teclado.

«Nuestros hallazgos –señala van der Meer– sugieren que la información visual y de movimiento obtenida a través de la mano controlados con precisión cuando se usa un bolígrafo contribuye en gran medida a los patrones de conectividad del cerebro y promueve el aprendizaje. Demostramos que cuando se escribe a mano, los patrones de conectividad cerebral son mucho más elaborados que cuando se escribe en un teclado. Se sabe que una conectividad cerebral tan extendida es crucial para la formación de la memoria y para codificar nueva información y, por lo tanto, es beneficiosa para el aprendizaje».

Propiocepción y el sentido vestibular

Si escribir a mano resulta ser mucho más importante para el desarrollo cerebral que hacerlo con una pantalla de por medio, estas últimas también tienen otro efecto negativo vinculado a la capacidad para procesar los sentidos.

Un estudio publicado en «JAMA Pediatrics» explica que el procesamiento sensorial está vinculado al juicio que realizamos sobre la información que recibimos a través de los cinco sentidos más conocidos, pero también a partir de la propiocepción (el saber o sentir dónde está nuestro pie o nuestra mano, sin necesidad de verlos) y el conocido como sentido vestibular, que incluye el movimiento, el equilibrio y la coordinación. El estudio señala que los menores que pasan más tiempo delante de una pantalla, aunque sea estudiando, tienen más problemas de procesamiento sensorial y experimentan demasiada estimulación de los sentidos auditivos y visuales, y muy poca del resto, lo que dificulta el aprendizaje.