
Salud
La felicidad es buena para la salud
Por cada punto de mejora en el índice de felicidad de un país la mortalidad baja un 0,43%

La felicidad es la mejor receta. Mucha gente no tendría ningún problema en afirmar que una persona feliz es más sana, que el estado de ánimo positivo, la tranquilidad, la satisfacción emocional son ingredientes de una vida con mejor salud. Pero, ¿está demostrado científicamente?
Un curioso estudio publicado en la revista «Frontiers in Medicine» (Reino Unido) ha querido demostrar si existe alguna conexión entre la felicidad y la salud y determinar cuánto bienestar emocional se corresponde con bienestar físico.
Para ello se ha empleado nada más y nada menos que un panel de datos obtenidos desde 2006 a 2021 en 123 países. Los datos fueron recogidos a través del llamado National Life Ladder Score, una medición del estado global de felicidad por países a partir de numerosas encuestas, sobre todo la Encuesta Gallup Mundial y el Informe Global Sobre Felicidad. Este monitor registra la percepción subjetiva de bienestar emocional y arroja una puntuación de 0 a 10 donde el cero es «sentir estar viviendo la peor vida posible» y 10 «sentir estar viviendo la mejor vida posible».
Junto a estos datos, el trabajo ha analizado factores impactantes en la salud de todo tipo en todos los países analizados.
Entre ellos, la tasa de mortalidad, el gasto sanitario, la prevalencia de la obesidad, el consumo de alcohol, la exposición a contaminantes, el PIB per capita, y la prevalencia de ciertas enfermedades.
Los resultados son significativos. Por cada punto porcentual de mejora en el índice de felicidad de un país, la mortalidad desciende un 0,43%. Pero este efecto solo empieza a notarse a partir de una puntuación 2,7 en el mencionado índice de felicidad. Es decir, las regiones que tienen una peor percepción subjetiva de su bienestar han de superar un umbral mínimo para comenzar a beneficiarse de las mejoras.
Algunas condiciones y patologías tienen una relación directa con la sensación anímica general de los ciudadanos. A menor índice de felicidad mayor es la tendencia a la obesidad y el alcoholismo que afectan directamente en la mortalidad. En otros casos, la relación es ambigua. Por ejemplo, vivir en una gran ciudad puede ser perjudicial en países con bajo índice de felicidad y beneficioso en regiones con índice alto.
El análisis es muy interesante a la hora de evaluar el impacto global de las llamadas enfermedades no transmisibles, es decir, las patologías que no se contagian y que provocan ya tres cuartas partes de las muertes en el mundo (cáncer, enfermedades del corazón, asma, diabetes, entre ellas). No se conocen a ciencia cierta todas las causas que provocan este abanico de patologías. Pueden aparecer como resultado de factores genéticos, ambientales o de hábitos dañinos. Algunas son la consecuencia de todo ello a la vez.
Pero desde hace tiempo se viene investigando si existen otros agentes que provocan su aparición. La felicidad o, más bien, su ausencia podría ser uno de ellos.
Los autores de este estudio, realizado en colaboración entre instituciones científicas de Rumanía y Pakistán, creen haber encontrado la respuesta. Efectivamente, la felicidad es un factor sanitario, pero solo en países que han alcanzado un umbral mínimo de satisfacción de su población.
Los países que reportan índices de felicidad por encima de 2,7 suelen compartir algunas características. Gastan más dinero por ciudadano en políticas sanitarias, tienen redes sociales más tupidas, disfrutan de gobiernos más estables y presentan mejores índices de calidad ambiental. Obviamente este estudio cuenta con una limitación importante: la definición de felicidad es subjetiva.
Todos los datos relacionados con el bienestar emocional se han recogido a través de encuestas personales.
Será necesario realizar investigaciones posteriores que incluyan cruces con datos objetivables como las hospitalizaciones, las bajas laborales o el gasto en farmacia a medida que la felicidad de un país mejora o empeora.
En cualquier caso, este trabajo redunda en los resultados de otros anteriores.
En 2021, una publicación de la Facultad de Medicina de Harvard demostró que la gente que se describe a sí misma como feliz tiende a acudir menos al médico y a vivir más años. Según la investigación, las conexiones personales y sociales estimulan el bienestar emocional que, a su vez, es un promotor del bienestar físico.
Hacer que una población sea más feliz no es sencillo. Pero los trabajos ahora presentados sugieren que el índice de felicidad podría convertirse en una prioridad de salud pública para los gobiernos.
Ello significaría la obligación de generar programas que aborden el seguimiento y mejora de ese índice. ¿Cómo? Invirtiendo en políticas de estímulo de las relaciones sociales, mejorando canales de comunicación, eliminando barreas medioambientales y aumentando el gasto en prevención de enfermedades mentales, por ejemplo.
Una receta para ser feliz debería formar ya parte del recetario moderno.
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