Semana Santa
Francisco, altavoz «contra la ferocidad de la guerra»
El Papa preside en la basílica de San Pedro la Vigilia Pascual, la celebración católica más relevante del año
La basílica de San Pedro, en penumbras. Y un silencio expectante. Tan solo unas pequeñas brasas al comienzo de la nave central rompen la oscuridad. Francisco bendice el fuego y se enciende el cirio que acompañará las principales celebraciones litúrgicas a lo largo de este año y que representa la luz de Cristo Resucitado. Arrancaba así anoche la Vigila Pascual, la más relevante para la Iglesia católica.
« Es la Pascua de Cristo, la fuerza de Dios, la victoria de la vida sobre la muerte, el triunfo de la luz sobre las tinieblas, el renacimiento de la esperanza entre los escombros del fracaso», entonó el Papa después en su homilía con el templo epicentro de la cristiandad ya plenamente iluminado. Francisco presentó entonces a Jesús de Nazaret como el «Dios de lo imposible que, para siempre, hizo correr la piedra y comenzó a abrir nuestros sepulcros para que la esperanza no tenga fin». «Hacia Él, entonces, también nosotros debemos mirar», planteó justo después.
El Obispo de Roma compartió estas reflexiones ante los miles de fieles que abarrotaban el templo en una celebración que arrancó a las siete y media de la tarde. Después de que el pasado viernes, el pontífice argentino optara por no asistir al Coliseo de Roma para participar en el tradicional viacrucis de Viernes Santo debido a las inclemencias meteorológicas y para preservar su salud, ayer presidió la misa sin problema alguno en su voz y sin signos visibles de cansancio, pero sí con una actitud orante permanente. Eso sí, con la ayuda de la silla de ruedas para sus trayectos más largos.
Las mujeres y la losa
Al adentrarse en el Evangelio de Marcos, el Papa invitó a los peregrinos que le escuchaban en la basílica a ponerse en el lugar de aquellas mujeres, que contemplaron la piedra del sepulcro con el temor de pensar que representaba «el final de la historia de Jesús, sepultada en la oscuridad de la muerte». «A veces sentimos que una lápida ha sido colocada pesadamente en la entrada de nuestro corazón, sofocando la vida, apagando la confianza, encerrándonos en el sepulcro de los miedos y de las amarguras, bloqueando el camino hacia la alegría y la esperanza», relató Francisco. Así, definió estas situaciones de fracasos y miedos cotidianos que puede padecer cualquier persona como «escollos de muerte» que «nos roban el entusiasmo y la fuerza para seguir adelante».
Con esta premisa, dio un salto más allá en su alocución para no quedarse únicamente en aquellas encrucijadas interiores, sino para poner negro sobre blanco en otras tantas losas mortecinas que asolan la humanidad. De esta manera, el Papa no tuvo problema alguno en denunciar «los muros del egoísmo y de la indiferencia, que repelen el compromiso por construir ciudades y sociedades más justas y dignas para el hombre». De la misma manera, ejerció de altavoz de aquellos «anhelos de paz quebrantados por la crueldad del odio y la ferocidad de la guerra». El Sucesor de Pedro no citó expresamente los conflictos de Ucrania y Gaza, puesto que esas referencias directas las suele evitar dentro de las homilías y sí las menciona de forma explícita en otros foros, como la meditación dominical del ángelus o como previsiblemente hará hoy cuando imparta la bendición Urbi et Orbi desde la logia central de la basílica.
En este contexto pascual, el pontífice argentino animó a su auditorio a confiar en Cristo como aquel que, «después de haber asumido nuestra humanidad, bajó a los abismos de la muerte y los atravesó con la potencia de su vida divina, abriendo una brecha infinita de luz para cada uno de nosotros». El Papa no dudó en asegurar que el Resucitado «abrió una página nueva para la humanidad». Tanto es así que, para Jorge Mario Bergoglio, «si nos dejamos llevar de la mano por Jesús, ninguna experiencia de fracaso o de dolor, por más que nos hiera, puede tener la última palabra sobre el sentido y el destino de nuestra vida». «Ninguna derrota, ningún sufrimiento, ninguna muerte podrá detener nuestro camino hacia la plenitud de la vida», enfatizó Francisco en su meditación.
Todos estos apuntes los llevaron al Papa concluir que «Jesús es nuestra Pascua, Aquel que nos hace pasar de la oscuridad a la luz, que se ha unido a nosotros para siempre y nos salva de los abismos del pecado y de la muerte, atrayéndonos hacia el ímpetu luminoso del perdón y de la vida eterna». A partir de ahí, lanzó un último consejo a su particular parroquia vaticana: «Hermana, hermano, deja que tu corazón estalle de júbilo en esta noche santa». Y remató su intervención haciendo suyo un cántico creado por el monje benedictino francés Jean-Yves Quelle: «Es la Pascua del Señor, es la fiesta de los vivientes».
Un detalle a tener en cuenta en esta homilía de Francisco es el hecho de que incluyera una cita de Karl Rahner, uno de los teólogos alemanes de referencia durante el Concilio Vaticano II que siempre abogó por una reforma estructural de la Iglesia. A él se remite Jorge Mario Bergoglio en su meditación para detallar que «nosotros los cristianos decimos que la historia tiene un sentido, un sentido que abraza todo, un sentido que no está contaminado por el absurdo y la oscuridad, un sentido que nosotros llamamos Dios». «Hacia Él confluyen todas las aguas de nuestra transformación; éstas no se hunden en los abismos de la nada y del absurdo porque su sepulcro está vacío y Él, que estaba muerto, se ha mostrado como viviente», pronunció Francisco, pero en palabras del pensador germano.
Una ausencia muy presente en el viacrucis
Francisco renunció a presidir el tradicional viacrucis del Viernes Santo en el Coliseo de Roma para cuidar su salud, una decisión que trascendió instantes antes del inicio de la multitudinaria oración. El Papa siguió el acto desde su residencia y estuvo muy presente en el acto en tanto que, por primera vez en los once años de pontificado, él mismo escribió las meditaciones de cada una de las catorce estaciones que relatan el camino de Jesús al Calvario. Entre las reflexiones que compartió, se detuvo en la ternura de la Virgen María, la valentía de la Verónica al enjugarle las lágrimas y aquellas que salen a su encuentro antes de llegar a su destino final. «Ayúdanos a reconocer la grandeza de las mujeres, las que en Pascua te fueron fieles y no te abandonaron, las que aún hoy siguen siendo descartadas, sufriendo ultrajes y violencia», imploró el Papa. A partir de esta referencia, el Papa lanza una pregunta comprometida: «¿Cómo reacciono ante la locura de la guerra, ante los rostros de los niños que ya no saben sonreír, ante sus madres que los ven desnutridos y hambrientos?».
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