Sevilla

José Luis de la Cruz Vigo, las manos milagro contra la obesidad

Ha operado a 6.000 personas con graves problemas de sobrepeso. No solo ha mejorado su salud, sino que también les ha librado de una vida de «miradas continuas» y «cuchicheos».

Le llaman el «Curro Romero de la cirugía» pero él prefiere huir de piropos para así centrar la atención en sus pacientes. Foto: Efe
Le llaman el «Curro Romero de la cirugía» pero él prefiere huir de piropos para así centrar la atención en sus pacientes. Foto: Efelarazon

Ha operado a 6.000 personas con graves problemas de sobrepeso. No solo ha mejorado su salud, sino que también les ha librado de una vida de «miradas continuas» y «cuchicheos».

El deporte –asegura el doctor José Luis de la Cruz Vigo– forma parte de mi vida cotidiana: camino y monto en bici cada día, y trabajo con pesas para evitar la pérdida de masa muscular a mi edad». No lo hace para ser un Adonis. «Considero fundamental en un cirujano –agrega– mantenerse en forma para evitar el cansancio durante las operaciones, ya que constituye una fuente de errores».

Distinguido con toda clase de premios, condecoraciones y halagos, al doctor De la Cruz lo único que le importan son sus pacientes: «Es una gran satisfacción haber ayudado a tantísimas personas», asegura con rostro radiante. Aun así, no le pareció mal que un conocido cirujano de Sevilla le piropease a su modo, motejándole «el Curro Romero de la cirugía».

Razón no le falta, desde luego, al doctor De la Cruz, porque ya ha cambiado la vida en el quirófano a más de 6.000 personas. Se dice pronto. Y si no, que se lo pregunten a Iñigo. Pesaba 135 kilos con dieciséis años y ahora está hecho un pincel con sus 87 kilitos. Ha perdido, en efecto, 48 kilos en la mesa de operaciones, pero lo más importante de todo es que ha vuelto a nacer. «En el plano social –comenta ahora Iñigo, satisfecho y agradecido– no era fácil soportar las miradas continuas y los cuchicheos de la gente. Jamás iba a la playa; me parecía un espectáculo dantesco. Mi vida giraba alrededor de la comida...».

Casi todo el mundo, en cuanto conoce a un cirujano o a un pianista, visualiza sus manos. Pero José Luis de la Cruz prefiere matizar: «Es frecuente que te digan: Dios le conserve las manos. Y aunque son muy importantes, se opera con la cabeza».

Con la cabeza, precisamente, pero también con las manos hizo él uno de sus muchos «milagros»: operar a un minero, durante seis largas horas, para despojarle de decenas de kilos de peso. Con la particularidad de que aquel minero había sufrido ya varias intervenciones delicadas tras ser aplastado por una vagoneta que le destrozó el colon y la vejiga.

La cirugía es más una vocación que un don para él. «He conocido cirujanos muy dotados técnicamente, con mucho don innato, pero malos cirujanos por realizar un diagnóstico erróneo o una indicación inadecuada», comenta.

Se declara creyente: «Jesucristo es el cirujano por excelencia, el gran extirpador de males de la historia. Jesús es el Maestro. “Líbranos del mal”, le pedimos a diario».

La historia, por cierto, le fascina. Es un médico humanista. Disfruta leyendo biografías de conquistadores españoles como Pizarro o Nuñez de Balboa; y también las vidas de Blas de Lezo y Antonio Oquendo. Le indigna, en cambio, que se tergiverse la historia y recomienda en este sentido leer «Imperiofobia y Leyenda Negra». «Un libro –dice– imprescindible en todos los colegios e institutos de nuestro país». «Debemos reafirmarnos –añade– como españoles pertenecientes a la nación más importante que ha existido».

Por eso mismo, entre otras razones, le entusiasma la película «La Misión», del director franco-británico Roland Joffé, pues refleja, a su entender, «la ingente labor española en el Nuevo Mundo y la perniciosa influencia de otros países que contribuyeron a crear nuestra falsa leyenda negra».

Admira también a otros personajes históricos de la talla de Alejandro Magno, Leonardo da Vinci, Miguel Ángel, Marie Curie o Santiago Ramón y Cajal. Y se rinde igualmente ante quien considera uno de los grandes padres de la cirugía moderna, Theodor Billroth, pionero de las resecciones de estómago en el siglo XIX; sin olvidarse tampoco de Philippe Mouret, que en 1987 extirpó la primera vesícula por «laparoscopia», inaugurando así una nueva era en la cirugía del siglo XX, junto con los trasplantes de órganos.

Ahora, en pleno siglo XXI, cuando la sanidad se ha deshumanizado, nuestro protagonista defiende que la relación médico-paciente «debe ser muy directa, sincera, respetuosa y sobre todo honesta».

A estas alturas, se preguntará el lector con razón quién es el candidato ideal para abandonarse en las expertas manos del doctor De la Cruz. Él mismo lo explica de modo científico y brinda acto seguido un ejemplo para que lo entienda todo el mundo: «La Organización Mundial de la Salud (OMS) –explica– establece que con un 40 de Índice de Masa Corporal (IMC) es necesario operarse. Este índice se obtiene dividiendo el peso en kilogramos por la altura al cuadrado expresada en metros. Es decir, que una persona con una estatura de 1,70 metros, por ejemplo, y un peso de 115 kilos debe pasar por el quirófano sí o sí».

En los estudios médicos se recomienda operarse a partir de 35 de IMC, para lo cual una persona con la misma estatura de 1,70 metros requiere un peso de 103 kilos. Incluso hoy se aconseja la intervención a partir de un IMC de 30, si existen ciertas enfermedades asociadas con una diabetes del tipo II mal controlada.

La intervención no resulta en modo alguno traumática, ni entraña riesgos graves para el paciente. Más bien al contrario: la obesidad es hoy la primera causa de muerte evitable en el mundo occidental. Está demostrado que una persona con 40 de IMC tiene una probabilidad seis veces mayor de fallecer si no se opera, que si lo hiciese.

«En la Clínica San Francisco, donde trabajo, –comenta el médico– empleo la cirugía laparoscópica: sin abrir, sólo por pequeñas incisiones, cuya mortalidad es de uno de cada 1.000 pacientes. La operación dura menos de dos horas y el paciente debe permanecer ingresado tan sólo alrededor de dos días».

Los beneficios son, pues, a todas luces, mucho mayores que los inconvenientes. Entre los casos que más han impactado al doctor figura el de un paciente diabético, en silla de ruedas y necesitado de oxígeno casi continuo que, tras operarse, lleva hoy una vida normal habiendo desaparecido su diabetes sin medicación alguna. O el de una joven que no salía de casa ni para sacar la basura por su falta de autoestima. E incluso el de un estudiante que permaneció un año entero en cama con el consiguiente fracaso escolar y que, tras la intervención, hace por fin una vida normal con calificaciones brillantes.

Al preguntarle cómo le gustaría ser recordado, comenta: «Me conformo con que se me tenga por una persona sencilla y cariñosa, honesta y comprometida con mis pacientes».

Raquel, desde luego, siempre le considerará así, porque también ha cambiado su vida tras perder 40 kilos gracias al doctor. «Tenía miedo de sufrir un infarto», asegura ella. Y añade: «Me afectaba también a mi relación de pareja».

Hoy, lo mismo que Jesús, quien llegó a pesar 120 kilos y ha logrado rebajarlos hasta 86, la vida ya no es igual para ellos. Es tan distinta como si hubiesen vuelto a nacer de nuevo. Lo mismo que la de Ángeles, quien ahora camina con 54 kilos menos sobre sus zapatos de tacón con aire de gacela.

Y, entre tanto, todos ellos saben muy bien que el doctor que hizo posibles semejantes prodigios tampoco les olvida y tiene siempre abierta de par en par la puerta de su consulta. No en vano, él comenta: «Con algunos pacientes mantengo una verdadera amistad».