Religión

Kike Figaredo: «Las sillas de ruedas son un sacramento de Dios»

El jesuita celebra 40 años de misionero en Camboya y 25 como prefecto, con el Domund de fondo

Kike Figaredo, jesuita misionero
Kike Figaredo, jesuita misioneroCedida

Kike está en forma. Y no solo porque cada mañana salga a correr. Nos se vislumbra arruga alguna en su fe ni asoman ojeras en su vocación «ad gentes». Este asturiano de 66 años mantiene intacta la mirada ilusionante de aquel joven jesuita que se plantó en Camboya en 1985. Soñaba con ser misionero y hasta la otra punta del planeta le envió su provincial de la Compañía de Jesús en lo que era algo más que una prueba de fuego. Se topó con un campo de refugiados con más de 160.000 personas deambulando. Entre ellos, unos seis mil niños soldados mutilados por las minas antipersonas de un conflicto que sigue pasando factura a una población que ve cómo las armas vuelven a levantarse en la frontera con Tailandia.

«Para mí, son mártires en vida. Ahí empecé mi misión, a aprender de la presencia de Dios en los otros. En medio de una guerra descubres que quien proclama la Buena Nueva no eres tú, sino esas personas. De la misma manera, descubres que Dios estaba allí antes de que tú llegaras», comparte Enrique Figaredo, que en estos días está de viaje por Europa, con escala en España. Entre otros motivos, para celebrar hoy el Domund, la Jornada Mundial de las Misiones, la campaña de solidaridad de referencia en la Iglesia española, que busca revindicar la labor de los cerca de diez mil hombres y mujeres de nuestro país que un día decidieron dejar su tierra para evangelizar en los lugares más recónditos y olvidados del planeta. En esta ocasión, con más cosquilleo interior para el jesuita. Cumple cuarenta años de su llegada a Camboya y veinticinco desde que fuera nombrado prefecto apostólico de Battambang.

Como Portugal

Esta prefectura católica abarca 82.000 kilómetros cuadrados y alcanza cinco millones de habitantes. Desde que se pusiera al frente de esta región, similar en extensión a Portugal, ha levantado 30 parroquias, todas con una pequeña guardería, para salir al rescate del absentismo escolar. Una hazaña en un territorio abrumadoramente budista, que practica el 97% de la población. «Estamos creciendo como locos», deja caer sobre los más de 8.000 católicos que forman su comunidad, frente a los poco más de dos mil que encontró a su llegada. De hecho, celebran una media de cien bautizos de jóvenes adultos al año, gracias a un equipo conformado por 22 sacerdotes, de los que cuatro ya son camboyanos, y 58 religiosas de once congregaciones, así como un centenar de catequistas. «Muchos quieren dar un paso al frente y ser católicos porque ven nuestra labor, porque somos testigos en el dispensario y en el ámbito educativo. Esa labor social es proclamación de la Palabra si se hace con cariño y con gestos audaces de susurrar el Evangelio. Eso la gente lo valora», dice, compartiendo el «milagro» de estas conversiones. Para Figaredo, la mejor prueba de que ha merecido la pena desgastarse por Cristo sería ver «que mi sucesor es un sacerdote camboyano», porque reflejaría la madurez de una comunidad pequeña, pero con una fe arraigada.

«La Iglesia, por definición, es misionera. De lo contrario, no sería Iglesia. Es la misión la que define a la Iglesia, no es la Iglesia la que define la misión», expone sobre su empeño por llevar la Buena Noticia, que siempre va de la mano de la opción preferencial por los más vulnerables y olvidados. «En un mundo de enfrentamiento, donde los liderazgos parecen militarizarse y ser cada vez más autoritarios, tenemos que mostrar que otro liderazgo es posible, urge llevar la misericordia de Dios a todos los rincones», defiende. Con esta premisa, fuera de todo proselitismo y sin pedir carné de pertenencia, Kike Figaredo ha abanderado la lucha para devolver la dignidad a las víctimas de las minas antipersona. Esta apuesta por la integración se visibiliza en las más de 60.000 sillas de ruedas que ha logrado financiar para los damnificados. «Las sillas de ruedas son un sacramento de Dios porque transforman vidas», asegura sobre un medio que es tan solo un eslabón de los múltiples proyectos que tiene en marcha y que pasan por ofrecer un presente y un futuro a quienes parecía que se los había arrebatado una discapacidad.

«Pienso en mis colaboradores más cercanos. Al director de Educación de la prefectura le cogimos del suelo mendigando y hoy está al frente de nuestras obras, mientras que todavía recuerdo lo que me dijo el padre de nuestra contable cuando me comprometí a formarla: ‘¡Para qué le vas a dar una oportunidad si es tonta!’». El obispo supo ver en ambos lo que otros ya daban por perdido. A la par, confiesa que nunca le ha pedido cuentas a Dios ni ha pensado en tirar la toalla al tocar de primera mano tantas heridas abiertas de difícil sanación. «El pobre Dios sufre tanto como yo», deja caer.

Encuentro papal

El último regalo que ha hecho a los suyos ha sido llevarlos a conocer a León XIV. Hace apenas unas semanas desembarcó con ellos en Roma. En un principio, tan solo iba a participar con otros miles de peregrinos en una audiencia general. Pero Figaredo tuvo la oportunidad de saludarlo y, de inmediato, se produjo un giro de guion. De un día para otro, organizó un encuentro personal con la delegación camboyana. «Que el hombre más ocupado del mundo sacara un tiempo para estar con nosotros es reflejo de lo humilde que es este Papa al abajarse a nuestras gentes y valorar todo lo que son. Todos se sintieron unidos al Sucesor de Pedro y bendecidos», enfatiza. Ahora, de vuelta a Battambang, le esperan no pocas tareas pendientes. Entre ellas, la puesta en marcha de una escuela para niños autistas, «una realidad creciente y desatendida», así como hacer de su Prefectura una «Iglesia verde y sostenible, que respete la Casa común», según el estilo «Laudato si», marcado por el Papa Francisco.