Historia

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La fuga de Ramón Franco

La idea de su traslado a la fortaleza de San Cristóbal, en Pamplona, le hizo urdir un plan perfecto.

La fuga de Ramón Franco
La fuga de Ramón Francolarazon

La idea de su traslado a la fortaleza de San Cristóbal, en Pamplona, le hizo urdir un plan perfecto.

El 18 de noviembre de 1930 la Justicia militar condenó a Ramón Franco, hermano del caudillo y héroe del Plus Ultra, a cuatro meses de arresto con pérdida de tiempo de servicio y de antigüedad por cada uno de los artículos publicados en «Heraldo de Madrid» los días 28 y 31 de octubre en contra de la Monarquía de Alfonso XIII. Pero Ramón no estaba dispuesto a cumplir los ocho meses de arresto que le correspondían por sus dos artículos. Por si fuera poco, el preso se enteró un día de que pensaban trasladarle a la fortaleza de San Cristóbal, en Pamplona, para evitar que recibiera visitas.

Enseguida protestó con ironía: «Debe hacer mucho frío en Pamplona, y yo ando muy delicado. Me parece que voy a tener una ciática que va a impedirme todo movimiento».

Pero a esas alturas ya había decidido fugarse. Gracias a los amigos y familiares que le visitaban logró hacerse con un auténtico arsenal de sierras, limas, cuerdas y demás herramientas necesarias para la huida. Pronto tuvo en su poder hasta pistolas y bombas de mano. El detenido temió así que los centinelas descubriesen todo su arsenal en uno de los registros rutinarios de su celda. Fue entonces cuando experimentó una profunda reconversión interior, que le llevó a pedir permiso una mañana para orar en la capilla de la prisión. El capellán, sorprendido, solo sabía dar gracias al cielo por el milagro obrado en aquella alma.

Pero, en realidad, Ramón pretendía obtener así un molde de la cerradura que abría la verja del camarín donde, en un altar, se veneraba la imagen de la Virgen de la Merced. Bajo esa imagen, en un hueco que había, ocultó todo su arsenal. Previamente, Pablo Rada, el mecánico del Plus Ultra, le había hecho llegar, mediante una visita, la llave fabricada por él mismo. Su último día prisión, su esposa Carmenchu le llevó un cestillo con la comida y las mudas de ropa limpia. En el canasto iban una bandeja de aperitivos, una cacerola con percebes recién cocidos, obsequio de su familia, y una botella de coñac, la cual identificó él como la señal convenida para la fuga. Hurgó entre la ropa del canastillo y descubrió el último accesorio que necesitaba: una cuerda anudada, larga y resistente, por la que pensaba deslizarse unos 15 metros hasta el pavimento de la calle Rosario, donde le aguardaría Rada con un automóvil para emprender la huida. Durante varias noches, Ramón serró pacientemente los barrotes de la ventana de la capilla con ayuda del comandante Alfonso Reyes, que cumplía condena por un presunto delito de malversación de fondos. Ambos se turnaban, aprovechando el ruido del motor de la amasadora de una panadería cercana. Pronto, todo estuvo listo para la gran evasión. Ramón había cuidado incluso su forma física, gracias a un duro entrenamiento gimnástico y a un régimen alimenticio que le hizo perder ocho kilos.

Un coche a la espera

Pero el plan era más complicado de lo que parecía, pues a la altura que debían salvar Ramón y Reyes para alcanzar la calle se unía el peligro de ser descubiertos por el centinela de guardia permanente, cuya garita estaba muy cerca de allí. A las dos de la madrugada del domingo 24 de noviembre los dos presos se descolgaron por la cuerda. Rada les aguardaba con el coche al pie de la ventana, acompañado de un capitán de mutilados al que le faltaba una pierna, que era hermano del comandante Reyes. En las inmediaciones se habían apostado varios hombres armados, dispuestos a intervenir si el plan fracasaba.

Rada había detenido el automóvil, fingiendo una avería. Levantó el capó y dejó los faros encendidos. El centinela se acercó a comprobar qué pasaba, mientras Franco y Reyes descendían por la soga. Rada le entretuvo unos minutos, tras los cuales el guardia regresó a su garita convencido de que la avería estaba resuelta.

Durante su breve diálogo, el mecánico del Plus Ultra se había percatado de que, con la intensa luz de los faros, el centinela no podía ver absolutamente nada de lo que estaba sucediendo en la parte posterior del coche. Horas después, mientras los evadidos se hallaban ya a salvo, un funcionario de la prisión halló en la celda de Franco una carta de éste para el general Berenguer.

Tras recordarle su responsabilidad en el desastre de Annual, propiciado por su subordinado Fernández Silvestre, Ramón le advertía que tenía los días contados como presidente del gobierno. Era el sarcástico colofón de un revolucionario.

LA CARTA AL GENERAL BERENGUER

Desafiaba Ramón Franco al general Berenguer, el 24 de noviembre de 1930, en esta carta: «No he perdido ningún territorio ni he producido por ineptitud la muerte de 10.000 españoles. Confié en sus palabras cuando vino a restablecer la Constitución en todas partes. No fue eso lo que hizo, sino solamente salvar a la Monarquía, haciendo caso omiso del sentir popular, hoy más oprimido que nunca. Los que de corazón somos liberales sentimos sonrojo al ver la libertad escarnecida y pisoteada. Me habéis encerrado en una jaula de hierro, sin pensar que los gorriones mueren dentro de las jaulas, y pensando en su ofuscación que era de la misma naturaleza que usted, que vivió encantado en una jaula de oro [...] Hoy soy yunque y usted martillo; día vendrá en que usted sea yunque y yo martillo pilón. Mientras tanto, no olvide que a la libertad he entregado mi vida».