Religión

Las mujeres, las crucificadas por las que reza Francisco

El Papa alza la voz en las meditaciones del tradicional viacrucis del Coliseo romano por «las descartadas que hoy siguen siendo sufriendo ultrajes y violencia»

Vatican City (Italy), 29/03/2024.- Pope Francis (L) arrives to celebrate Good Friday Mass for the Passion of the Lord at St. Peter's Basilica in the Vatican, 29 March 2024. (Papa, Italia) EFE/EPA/ETTORE FERRARI
El Papa durante la celebración de la misa de Viernes SantoETTORE FERRARIAgencia EFE

El silencio se cuela por cada uno de los rincones de la basílica de San Pedro en la que, sin duda, es la celebración más sobria de cuando se celebran en el templo epicentro de la catolicidad. El Papa Francisco ha presidido hoy la Pasión del Señor, que popularmente se conoce como los oficios del Viernes Santo, una liturgia de la Palabra sin eucaristía que tiene como eje la muerte de Cristo.

La austeridad y la invitación al recogimiento y al duelo personal se visibiliza hasta en el hecho de que el acto no se celebra en el altar mayor situado en el imponente baldaquino, sino en la capilla papal. Es ahí donde tuvo lugar el gesto más representativo del Viernes Santo, que es la adoración de la Cruz. Francisco, desde su silla de ruedas, se puso a los pies del Crucificado. Y lo hizo sin pronunciar alocución alguna, puesto que en esta jornada los Papas siempre ceden la palabra al predicador de la Casa Pontificia, el fraile capuchino Raniero Cantalamessa.

En cualquier caso, el Pontífice argentino ya había reflexionado antes sobre la Pasión y Muerte de Cristo semanas antes y lo ha dejado registrado de su puño y letra. Y es que, por primera vez en los once años que Jorge Mario Bergoglio lleva en Roma como Sucesor de Pedro, el Papa ha escrito las meditación del tradicional viacrucis que se celebra en la noche del Viernes Santo en el Coliseo. Hasta ahora, las reflexiones en torno al camino del Calvario las había encomendado a diferentes colectivos: desde los alumnos de un instituto hasta migrantes y refugiados.

Reflexión compartida

En esta ocasión, cada una de las palabras que se pronunciaron más allá de la Sagrada Escritura, nacen del propio Francisco. Así, en cada una de las catorce estaciones comparte reflexiones que dejan entrever el diálogo de tú a tú de un creyente con Cristo en el que muestra sus flaquezas y debilidades. Y a la vez, se muestra a un pastor, que lejos de dejarse atrapar por una mirada intimista, se ve interpelado por los crucificados de hoy, con el foco puesto especialmente en las mujeres y las víctimas de las guerras que asolan el mundo.

Así, se detiene en la ternura de la Virgen María, la valentía de la Verónica al enjugarle las lágrimas y aquellas que salen a su encuentro antes de llegar a su destino final. «Son esas mujeres, a las que has dado esperanza; que no tienen voz, pero se hacen oír».

Así, si el Jueves Santo lavó por primera vez los pies a doce mujeres presas de una cárcel de Roma a las que convirtió en «discípulas», ayer de nuevo las hizo protagonistas del Viernes Santo.

«Ayúdanos a reconocer la grandeza de las mujeres, las que en Pascua te fueron fieles y no te abandonaron, las que aún hoy siguen siendo descartadas, sufriendo ultrajes y violencia», implora el Papa en una nueva denuncia contra las víctimas del maltrato y de la trata que siempre se hacen presente en sus intervenciones. Es más, a partir de esta referencia, el Papa lanza una de las preguntas más comprometidas de su meditación: «Ante las tragedias del mundo, ¿mi corazón permanece frío o se conmueve? ¿Cómo reacciono ante la locura de la guerra, ante los rostros de los niños que ya no saben sonreír, ante sus madres que los ven desnutridos y hambrientos sin tener siquiera más lágrimas que derramar?».

No se olvida Francisco tampoco del compromiso con los más vulnerables del plantea. Y al recordar cómo a Jesús le quitan sus vestiduras, plantea: « ¿Te amo yo de verdad en los pobres, en tu carne herida? ¿Rezo por los que han sido despojados de dignidad? ¿O rezo sólo para cubrir mis propias necesidades y revestirme de seguridad?».

«¡Cuántas veces me he alejado de ti! Cuántas veces, como los discípulos, en lugar de velar, me dormí, cuántas veces no tuve tiempo o ganas de rezar, porque estaba cansado, anestesiado por la comodidad o con el alma adormecida», reconoce el Papa en la introducción del viacrucis, cuando se detiene en la escena de la oración del huerto, cuando los apóstoles no son capaces de acompañar a su Maestro. «Despiértanos, Señor, sacude el letargo de nuestros corazones, porque también hoy, sobre todo hoy, necesitas nuestra oración», entona Francisco después.

En esta misma línea, cuando el Obispo de Roma se sitúa en el momento en el que Jesús es condenado a muerte, no tiene problema alguna en preguntarle directamente al reo: «¿Por qué no te rebelas? ¿Por qué no levantas la voz y explicas cuáles son tus propias razones? ¿Por qué no rebates a los sabios y a los poderosos como siempre lo has hecho?».

«Jesús, tu actitud desconcierta; en el momento decisivo no hablas, sino callas. Porque cuanto más fuerte es el mal, más radical es tu respuesta», apunta el máximo responsable de la Iglesia católica, que deja caer cómo «me doy cuenta de que apenas te conozco porque conozco poco tu silencio, porque en el frenesí de las prisas y del hacer, absorbido por las cosas, atrapado por el miedo de no mantenerme a flote o por el afán de querer ponerme siempre en el centro». Pero lejos de quedarse ahí, Francisco reconoce que ese silencio finalmente «me estremece, me enseña que la oración no nace de los labios que se mueven, sino de un corazón que sabe escuchar».

Herida interior

Al abordar el sufrimiento de Cristo al llevar la cruz, el pontífice aterriza este episodio a la cotidianidad: «nosotros también cargamos nuestras cruces, a veces muy pesadas: una enfermedad, un accidente, la muerte de un ser querido, una decepción amorosa, un hijo que se perdió, la falta de trabajo, una herida interior que no cicatriza, el fracaso de un proyecto, una esperanza más que se malogra...».

En este punto, Francisco se siente interpelado: «Cómo rezar ahí? ¿Cómo hacerlo cuando me siento aplastado por la vida, cuando un peso oprime mi corazón, cuando estoy bajo presión y ya no tengo fuerzas para reaccionar?». El consejo que se da a sí mismo el Papa pasa por superar el «encierro en mí mismo, rumiando mentalmente, escarbando en el pasado, quejándome, hundiéndome en el victimismo» para descansar en Jesús, «porque quieres que en ti nos sintamos libres y amados». «Para que mi vida también cambie, te ruego, Jesús: ayúdame a bajar mis defensas y a dejarme amar por ti; justo ahí, donde más me avergüenzo de mí mismo», llega a expresar en otro momento el Papa en un signo de confianza plena en Dios frente a la «presunción de autosuficiencia».