Opinión

Las mujeres, silenciadas en la Iglesia (y en el cónclave)

Lucetta Scaraffia es historiadora

Varias religiosas una misa en la Catedral de la Almudena en honor al Papa Francisco, a 21 de abril de 2025, en Madrid (España). El Papa Francisco ha fallecido esta mañana, a las 7.35 horas, a la edad de 88 años, en su residencia de la Casa Santa Marta del Vaticano. El Pontífice ha fallecido un día después de su última aparición en público coincidiendo con el Domingo de Resurrección en el que se asomó al balcón principal de la basílica de San Pedro para impartir la bendición 'Urbi et Orbi'. 21 ABRIL 2025;MONJAS;MONJA Gabriel Luengas / Europa Press 21/04/2025
Varias religiosas una misa en la Catedral de la Almudena en honor al Papa Francisco, a 21 de abril de 2025, en Madrid (España). El Papa Francisco ha fallecido esta mañana, a las 7.35 horas, a la edad de 88 años, en su residencia de la Casa Santa Marta del Vaticano. El Pontífice ha fallecido un día después de su última aparición en público coincidiendo con el Domingo de Resurrección en el que se asomó al balcón principal de la basílica de San Pedro para impartir la bendición 'Urbi et Orbi'. 21 ABRIL 2025;MONJAS;MONJA Gabriel Luengas / Europa Press 21/04/2025Gabriel Luengas / Europa Press

En las congregaciones que precederán al próximo cónclave para discutir la situación de la Iglesia, ¿habrá mujeres, especialmente religiosas, con derecho a hablar? Este será el momento de la verdad, la prueba de que, verdaderamente, en el largo pontificado de Francisco algo ha cambiado en lo que se refiere al lugar de la mujer en la Iglesia. Por ahora no lo parece. De hecho, el tradicional desinterés por su voz, su pensamiento, continúa. Ninguna reunión importante en la Iglesia prevé que haya relaciones prominentes, o incluso relaciones justas, de mujeres, religiosas o laicas. Esta ausencia demuestra que todavía están reservadas para un papel de meras ejecutoras de las directivas de los superiores eclesiásticos, a pesar de la presencia de algunas mujeres en una posición al menos aparentemente en la cúspide de la vida eclesial, en la que en realidad las mujeres participan en gran número, por ejemplo en las parroquias. Hay mujeres en la Iglesia, son muchas y hacen mucho. Y además de trabajar, las mujeres en la Iglesia católica piensan. Escriben, reflexionan, proponen, discuten, estimulan. Sin embargo, todavía no cuentan para nada. A pesar de las palabras pronunciadas por Francisco desde el inicio de su pontificado –especialmente al principio– y a pesar de sus promesas. Pero a menudo hemos visto esta fuerte brecha entre las palabras audaces del Papa y su práctica de gobierno, y no nos sorprende tanto. La suya ha sido en todo caso una elección eficaz porque entre declaraciones, gestos simbólicos y decisiones al menos aparentemente valientes, incluso en lo que se refiere a la lamentable condición de la mujer en la Iglesia, circula una vulgata positiva, que celebra a Francisco como un gran innovador. Bergoglio ha mostrado una gran sensibilidad hacia los gestos simbólicos: comenzó inmediatamente, de hecho, el 28 de marzo de 2013, celebrando el Jueves Santo en la cárcel juvenil de Casal del Marmo en Roma, cuando también lavó los pies de dos niñas, una de las cuales era musulmana. Nunca había sucedido que un Pontífice eligiera a una mujer para «interpretar» a los apóstoles durante la Misa «en la Cena del Señor». A partir de ahí se sucedieron palabras, gestos y decisiones. En la exhortación «Evangelii gaudium» dedicó varias líneas a la presencia de la mujer: «Las reivindicaciones de los legítimos derechos de la mujer, partiendo de la firme convicción de que el hombre y la mujer tienen la misma dignidad, plantean a la Iglesia cuestiones profundas que la interpelan y que no se pueden eludir superficialmente». Con motivo del jubileo de la Misericordia, el Papa suspendió la norma que obligaba a una mujer que quisiera confesar el aborto, un pecado gravísimo, a dirigirse a un obispo, o a un sacerdote especialmente delegado por el obispo. En esencia, a tal penitente se le prohibía la posibilidad, incluso reconocida a un asesino, de confesarse con cualquier sacerdote. Prueba de la terrible severidad, de la absoluta falta de caridad que la jerarquía eclesiástica mostraba hacia las mujeres. Francisco primero la suspendió y luego, afortunadamente, la abolió.

No hay que olvidar tampoco que proclamó a María Magdalena como «apóstol de los apóstoles». Y aunque abrió a las mujeres los ministerios del acolitado y lectorado, ellas siguen excluidas del ministerio más importante, el diaconado. Mientras tanto, Francisco ha tratado de complacer a las mujeres concediéndoles algunos puestos en los órganos curiales y vaticanos. En paralelo, sigue sin resolverse el omnipresente abuso sexual a las monjas por parte de clérigos.

Mientras no se escuche la voz de las mujeres que denuncian los abusos, su situación en la Iglesia estará siempre destinada a la sumisión y al abuso.

Tal vez no les permitan hablar a las congregaciones antes del cónclave por miedo a que finalmente denuncien y apoyen la necesidad de hacer justicia.