Religión

Francisco, un «cultureta» del arte como grito de denuncia social

El primer Papa en acudir a la Bienal de Venecia visita el pabellón del Vaticano que ha transformado una cárcel en altavoz de las presas y los artistas para «reconocer, proteger y reconocer a todos»

Francisco se convirtió este domingo en el primer pontífice de la historia en pisar la Bienal de Venecia, la principal feria de creación artística del planeta. Y no para abonar un alegato en defensa del patrimonio eclesial o por una vertiente «cultureta» para fichar algunas piezas con el fin de desapolillar los Museos Vaticanos. La razón de ser de su escapada dominical de Roma tuvo como eje reivindicar la faceta más provocadora del arte: su compromiso social. De hecho, el helicóptero papal despegó directamente de la Ciudad del Vaticano y tomo tierra en el interior de la cárcel de mujeres que se encuentra en la Isla de la Giudecca. Allí se ubica el pabellón de la Santa Sede en la Bienal. No es la primera vez que el Vaticano toma parte en la cita internacional, pero sí convertir el centro penitenciario en un alegato sobre la dignidad del ser humano a través de la cultura. Y es que la propuesta católica pasa por ser una experiencia inmersiva. O lo que es lo mismo, la prisión es el pabellón y los visitantes tienen que experimentar, en primer lugar, lo que supone acceder a una cárcel para contemplar un conjunto de pinturas, esculturas, cortometrajes y danzas configurados entre ocho artistas y las internas.

«Permanecer en una cárcel puede marcar el comienzo de algo nuevo, a través del redescubrimiento de bellezas insospechadas en nosotros mismos y en los demás, simbolizadas por el evento artístico en el que vosotras estáis contribuyendo directamente», entonó Francisco ante las ochenta mujeres con las que se encontró a las nueve de la mañana en el patio enrejado de la prisión. Lejos de ser un discurso poético, el Papa argentino se envolvió en la bandera de la Doctrina Social de la Iglesia que está marcando su pontificado, para denunciar que «la cárcel es una realidad dura». De hecho, no dudó en denunciar «el hacinamiento, la falta de instalaciones y recursos, los episodios de violencia» que «generan mucho sufrimiento». A la par, puso en valor a la prisión como «lugar de renacimiento material y moral». Por ello, alzó la voz para reclamar que «el sistema penitenciario también favorezca a los presos y reclusos herramientas y recursos para el crecimiento humano, espiritual, cultural y profesional, creando las condiciones para una sana reinserción».

Tras saludar una a una a las internas, el pontífice soltó un espontáneo «todos somos hermanos aquí y nadie puede negar al otro». Fue su manera de criticar la estigmatización de quienes se ven condenados por algún delito. Es más, con contundencia, les dijo a las mujeres: «Nadie quita la dignidad de la persona». Lo repitió y el particular auditorio correspondió con una ovación. El Papa entonces, redobló su apuesta verbal: «Por favor, no aíslen la dignidad, no aíslen la dignidad, den nuevas posibilidades». Como regalo, el Papa les entregó un icono bizantino del Virgen que, en sus propias palabras, «representa la ternura de la Madre, una ternura que la tiene con cada uno de nosotros». Las internas correspondieron con productos que elaboran en los talleres de formación, entre ellos, un solideo y unos jabones.

Justo después, Francisco se dirigió a uno de los espacios reinventado por las mujeres: la capilla de la cárcel. Allí, en la iglesia de la Magdalena, Francisco se sentó junto a un grupo de artistas. Ante ellos, expuso el porqué de irrumpir en la Bienal. «No me siento extraño a su lado», comenzó bromeando el Papa, para justificar su presencia: «Me siento como en casa. Y creo que en realidad esto es cierto para todo ser humano, porque, a todos los efectos, el arte tiene el estatus de ser ‘ciudad refugio’, una ente que desobedece a la violencia y la discriminación para crear formas de pertenencia humana capaces de reconocer, incluir, proteger, abrazar a todos». «Todos, empezando por el último», subrayó en línea de aquel inclusivo «todos, todos, todos», lanzado a los peregrinos que el pasado verano participaron en la Jornada Mundial de la Juventud de Lisboa.

Echando mano del Deuteronomio para explicar el concepto de «ciudad refugio», Francisco presentó el arte como un medio de expresión para defender «los derechos humanos y buscar formas de reconciliación». Bajo esta premisa, planteó la posibilidad de crear «red de ciudades refugio» que sean capaces «liberar al mundo de antinomias sin sentido y ahora vacías, pero que buscan apoderarse del racismo, la xenofobia, la desigualdad, el desequilibrio ecológico y la aporofobia, ese terrible neologismo que significa ‘fobia a los pobres’».

A partir de ahí, aseveró que resulta «más urgente que nunca distinguir el arte del mercado». «El mercado promueve y canoniza, pero siempre existe el riesgo de que ‘vampirice’ la creatividad, robe la inocencia y, finalmente, instruya fríamente sobre qué hacer», dijo ante los responsables de la Bienal.