Trabajo social

La cara B del verano: cuando los problemas sociales se disparan

La violencia de género, la soledad no deseada o la conciliación familiar son problemas que se agudizan en la época estival

Ancianos y soledad no deseada
Ancianos y soledad no deseadaCristina BejaranoLa Razón

El verano supone, para muchos, la ilusión de disfrutar de las vacaciones y el merecido descanso de las responsabilidades laborales o de la cotidianidad. Sin embargo, detrás de la idílica estampa se ocultan problemáticas sociales que se agudizan debido a las peculiaridades propias de esta época del año. Es el caso de la violencia de género. La reducción de la jornada laboral o los días libres traen consigo, en la mayoría de los casos, cambios de rutinas o un aumento del tiempo de convivencia entre las parejas. Por lo que, hay más oportunidades para que los maltratadores cometan sus actos. Pero la violencia de género no es el único problema social que se agrava en verano. Existen situaciones nada excepcionales que en verano pueden pasar desapercibidas.

“En verano, a menudo, se tiende a asumir que todo se detiene y que la vida, en general, se toma un respiro. Sin embargo, la realidad es que las necesidades sociales siguen existiendo y surgiendo porque la vida continúa. Y, en muchos casos, se vuelven más graves. En este agravamiento también influyen otros factores, como el hecho de que los sistemas, servicios y recursos que como ciudadanía tenemos a nuestra disposición para nuestra protección, por regla general, están pensados para contextos y escenarios previamente determinados en la cotidianidad, exceptuando quizás las emergencias sociales”, comenta Francisco García Cano, director gerente del Colegio Oficial de Trabajo Social de Madrid.

Uno de los problemas que suelen agravarse en el periodo estival es la conciliación familiar. Esta suele presentar desafíos específicos en términos de organización y equilibrio entre las responsabilidades familiares y las demandas laborales. Y es que, con el fin del curso académico, los padres se ven en la obligación de tener que ajustar sus horarios laborales para poder cuidar de ellos o, en su defecto, optar por recursos (campamentos, cuidadores, actividades recreativas…) que permitan que sus hijos estén atendidos, lo que implica gastos adicionales. Equilibrar las necesidades de los hijos con la capacidad económica o la flexibilidad laboral de sus tutores puede generar presión sobre los estos últimos y, en consecuencia, altos niveles de estrés.

“Muchas familias dependen del sistema escolar para poder conciliar. Puede que el municipio al que pertenezcan les ofrezcan alternativas en modo de campamentos de verano, (bien directamente o bien a través del tercer sector); sin embargo, aun así, se tienen que dar dos circunstancias para que puedan optar a estas alternativas: que la familia pueda sostener económica mente la oferta de estos campamentos y que las plazas sean suficientes”, comenta García Cano. Así, aunque algunos municipios ofrezcan campamentos de verano subvencionados para ayudar a estas familias, la disponibilidad y la calidad de estos campamentos varían ampliamente según la localidad. La conciliación familiar se convierte en un desafío aún mayor para aquellos que no pueden acceder a estos campamentos y no cuentan con una red de apoyo para el cuidado de sus hijos mientras trabajan. “Estos son los casos que solemos ver desde el Trabajo Social”, asegura el director gerente.

Otra de las dificultades que entraña la culminación del curso escolar es la falta de comedores escolares. Durante el periodo lectivo, este recurso se convierte en un pilar fundamental para muchas familias de bajos recursos, pues permite asegurar una alimentación adecuada para los niños y niñas. Sin embargo, al culminar el curso escolar, este recurso desaparece, dejando a estas familias en una situación precaria. Para empeorar la situación, muchas de estas familias son beneficiarias del Ingreso Mínimo Vital (IMV) o Rentas Mínimas, cuyos montos se distribuyen a lo largo del año, lo que significa que, durante los meses de verano, deben enfrentar una carga económica adicional para suplir esta carencia. “Puede que estas familias puedan recurrir a algunos de los campamentos de verano que algunos municipios organizan y que pueden estar total o parcialmente subvencionados, según la situación socioeconómica de las familias. Pero, en cualquier caso, dependerá del municipio que exista esa posibilidad”, lamenta Francisco García Cano.

La soledad no deseada

El verano también agrava la soledad no deseada. Un problema que, aunque sea particularmente relevante entre las personas mayores, también afecta a los jóvenes. Un estudio del Observatorio Estatal de la Soledad no Deseada (SoledadES) revela que el 40% de las personas afectadas por la soledad no deseada son jóvenes. La cifra se duplica en las personas mayores de 65 años. La soledad no deseada afecta al 13,4% de la población, con una media de 6 años en esta situación, y tiene efectos negativos tanto en la salud física y mental como en la calidad de vida de quienes la padecen. “En verano, ocurre que aquellas personas que dependen de la ayuda informal de vecinos y vecinas pueden encontrarse en una situación de mayor vulnerabilidad cuando estos se encuentran fuera de la localidad por motivos vacacionales. Los Servicios de Ayuda a Domicilio (SAD) también pueden ser menos accesibles durante esta temporada, dejando a las personas mayores en situaciones de riesgo sin el apoyo necesario”, indica el portavoz del Colegio Oficial de Trabajo Social de Madrid.

Discapacidad y provisión de apoyos

En el ámbito de la discapacidad y la provisión de apoyos, las complicaciones también son evidentes en verano. “Algunas situaciones pueden requerir de una autorización judicial en función de cómo esté formulada la sentencia. Pensemos en procesos de enfermedad, disposiciones económicas o altas hospitalarias con necesidades de apoyo. A pesar de que, en estos casos, los juzgados de guardia son lo que deben atender el caso, nos encontramos con las dificultades de sobrecarga que nuestro sistema tiene. Además, hay casos que son gestionados por entidades tutelares cuyas trabajadoras sociales pueden encontrarse de vacaciones. Así, son otras compañeras sin conocimiento del caso las que son requeridas para tomar decisiones, en un contexto ya de sobrecarga”, informa el experto.

La falta de personal es otro problema que se agudiza en verano. Muchos servicios no cuentan con sustitutos para las vacaciones, lo que lleva a un aumento en la carga de trabajo de los profesionales del trabajo social y la atención de emergencias. En centros de salud mental, por ejemplo, la atención puede aumentar debido a la soledad, la falta de cuidadores principales y las alteraciones en las rutinas de las personas atendidas. “Por ejemplo, las trabajadoras sociales de Atención Social Primaria disfrutan de su merecido descanso a costa de engrosar su lista de espera o sobrecargarse con la atenciones de emergencias que se pueden generar”, denuncia el trabajador social.

Así, el verano, lejos de ser una pausa en las problemáticas sociales, puede exacerbar muchas de las dificultades que enfrentan las personas más vulnerables. La falta de recursos disponibles, la coordinación insuficiente entre diferentes instancias y la ausencia de servicios de apoyo pueden dejar a
muchas personas en situaciones precarias o de riesgo.