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Opinión

¿Qué quieres ser? ¡Heredero!

La sociedad está cambiando porque heredar es para muchos la única posibilidad de tener piso en propiedad o mantenerse sin angustia

Alquiler de vivienda EUROPAPRESS

La autonomía es un espejismo, nacemos empotrados en una generación y cada época dicta su sueño. En el siglo XVII era hacer las américas; en los Estados Unidos del XIX, buscar oro, y en los años 80 del pasado siglo, dar el pelotazo empresarial y cubrirse de brillantina. El último grito es heredar. Este año se heredarán en los países desarrollados seis billones de dólares, según ha calculado «The Economist». Las transmisiones se han duplicado en Francia desde los años 60, en Alemania se han triplicado, en Italia suponen el 15 por 100 del PIB y en España, un 53 por 100 más.

La sociedad está cambiando porque heredar es para muchos la única posibilidad de tener piso en propiedad o mantenerse sin angustia. No hablamos de imperios urbanísticos, sino de los mileuristas que recogen los frutos de la laboriosa y ahorrativa generación previa de hormiguitas de clase media. Quienes vivieron la Guerra Civil tenían como única prioridad sobrevivir y los que vinieron detrás protagonizaron el desarrollismo, pero eran tan vívidas las conversaciones antiguas de ciudades donde se comieron perros y gatos en los tiempos del hambre, que incluso los que nacimos en los 60 y 70 nos matamos a estudiar para no condenarnos a la miseria de los abuelos.

Los jóvenes han olvidado aquellos parámetros y padecen su propia variante de la precariedad. Como de sobra relata Ana Iris Simón, tienen el móvil por única propiedad, comparten piso y creen que viajar barato es mejor que fundar una familia. ¿Qué perspectiva de mejora puede tener un joven? Las magras propiedades de sus padres. De la misma manera que las herencias de la revolución industrial cultivaron en el siglo XIX capas enteras de muchachos retratados por Henry James, que viajaban por Europa haciendo el «Grand Tour» y buscando una boda que consolidase el patrimonio, está naciendo una nueva sociedad de pequeños herederos que los investigadores tendrán que desentrañar.

El problema es que, con toda su cohorte de zozobras, la necesidad trae un pan bajo el brazo. «La precisa tiene un pincho» resumía mi suegra, que era andaluza. Ese acicate explica el florecer europeo después de la Segunda Guerra Mundial, la sanidad universal, los transportes colectivos, la educación de las masas. El impulso duró hasta nosotros y actualmente los jóvenes lo han olvidado porque reposan en los sistemas públicos y la sobreprotección familiar.

Habrá que considerar si mirar fijamente los ahorros de los tuyos o soñar con sus cosas congela la capacidad de lucha o augura nuevos emporios. Está en ciernes una nueva «Weltanschauung», menos arriesgada, ordenada a conservar y administrar lo recibido, defenderlo del Estado voraz. Un generación que pivota sobre el impulso de los que van muriendo. Me niego a ser pesimista, es sólo curiosidad preguntarme cómo será.