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Los grandes innovadores no son lobos solitarios

Los grandes innovadores no son lobos solitarios, sino colaboradores que trabajan en equipo, dice el biógrafo de Steve Jobs, Walter Isaacson, en su nuevo libro “The Innovators” (Los Innovadores), que pone rostro a los hombres y mujeres tras la revolución digital.

“El ordenador e internet figuran entre las invenciones más importantes de nuestra era (...) No nacieron en una buhardilla o en un garaje de la mano de inventores solitarios (...) En lugar de eso la mayoría de las innovaciones de la era digital son fruto de la colaboración”, explica Isaacson en su libro.

El escritor pone como ejemplo el caso de Jobs, a quien se recuerda por ser un gran visionario con un carácter difícil, pero no, según dijo en una charla reciente en el Museo de la Historia del Ordenador en Mountain View (California), por haber creado “el equipo más leal” en Silicon Valley.

El biógrafo de Jobs asegura que, cuanto más piensa en el legado del fundador de Apple, más convencido está de que gran parte de su éxito reside en ese equipo fiel.

La innovación “requiere equipos, colaboradores y la estructura poco jerárquica” que caracteriza a los gigantes tecnológicos de Silicon Valley, explicó Isaacson durante su paso reciente por Mountain View.

Su libro empieza con la historia de la matemática y escritora británica Ada Lovelace, hija del poeta Lord Byron y a quien a menudo se describe como la primera programadora de ordenadores

El libro acaba de la misma forma que empieza, con Lovelace, quien, en opinión de Isaacson, reúne la combinación de creatividad, humanismo y conocimiento científico, en cuya intersección se generarán las grandes innovaciones del futuro, según el autor.

“Gran parte de la primera ronda de innovación implicó el servir vino viejo -libros, periódicos, artículos de opinión, canciones, programas de televisión, películas- en nuevas botellas digitales”, señala el escritor al final de su libro.

Isaacson considera que nuevos servicios, plataformas y redes sociales están abriendo la puerta a la imaginación individual y a la creatividad colaborativa.

“La interacción entre la tecnología y las artes originará eventualmente nuevas formas de expresión y formatos de medios”, destaca Isaacson.

El libro predice que esa innovación llegará de la mano de aquellos que puedan “vincular la belleza con la ingeniería, las humanidades con la tecnología y la poesía con los procesadores”.

“En otras palabras, procederá de los herederos espirituales de Ada Lovelace, creadores que pueden florecer donde las artes se cruzan con las ciencias y que tienen un rebelde sentido de asombro que los hace estar abiertos a la belleza de ambos”, concluye “The Innovators”.

El relato de la revolución digital de Isaacson recuenta la historia de los pioneros informáticos de la década de los 30 en EE.UU., cuando la innovación se concentró en el terreno militar.

Tras el comienzo de la II Guerra Mundial, un ordenador completamente electrónico, bautizado con el nombre de Colossus, ayudó a descifrar códigos alemanes.

Más tarde las Fuerzas Aéreas y la Marina estadounidense hicieron acopio de microprocesadores que se utilizaron en misiles que tenían como objetivo alcanzar Rusia o Cuba.

Fue necesario que los precios se redujesen para que esos microprocesadores pudiesen utilizarse en productos de consumo y no solo armas.

El libro está lleno de anécdotas, como cuando el cofundador de Apple, Stephen Wozniak, creó un circuito capaz de burlar al teléfono que usó para hacer una llamada gratis a larga distancia al Vaticano.

Los Laboratorios Bell, fundados en el año 1925 en el estado de Nueva Jersey (este de EE.UU.) por la empresa AT&T ocupan también un lugar destacado en “The Innovators”, al gestionar, durante años, uno de los presupuestos más altos en el mundo de la investigación tecnológica.

Los grandes innovadores contemporáneos, como Jobs, o los creadores de Google, el extrovertido Larry Page y el tímido Sergey Brin, ocupan también parte de un libro que compara el desarrollo de internet, una colaboración entre gobiernos, académicos y “hackers” con la construcción de una catedral, en la que no hay un solo arquitecto, sino equipos de trabajadores especializados.