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Yo, robot

La ciencia ficción es cada día menos de lo segundo y más de lo primero. Dos de cada diez españoles están dispuestos a implantarse algún tipo de chip en el cuerpo que haga las veces de teléfono móvil. Los cíborgs ya están aquí

cyborg
movilJosé MaluendaLa Razon

Las referencias en el cine y la literatura a la fusión del hombre y la máquina es ingente, imposible hacer una síntesis, pero la llegada de las series como producto de consumo masivo ha afinado, aún más si cabe, la capacidad premonitoria de la ficción. «Black Mirror» y «Years and Years» se llevan la palma de esta tendencia imparable hacia el contenido distópico, otro concepto de moda que está en boca de todos. Ambas series plantearon escenarios futuristas con un punto que nos parecía de locura pero que se ha demostrado bien pegado a la realidad. En el caso de «Years and Years», la producción británica que ha causado furor este año, una de las protagonistas se implanta en el cuerpo un chip que le permite coger el teléfono móvil descolgando... la mano. Este tipo de implantes tecnológicos está presente ya en muchos países como Suecia, donde más de 4.000 ciudadanos llevan algún dispositivo insertado en su esqueleto para, en teoría, hacerles la vida más fácil. En España, sin ir más lejos, el 20 por ciento de la población estaría de acuerdo en llevar implantes electrónicos que les garantizaran las prestaciones del «smartphone» y casi un tercio accedería a que sus hábitos de vida estuvieran totalmente monitorizados si, a cambio, pudieran disfrutar de grandes descuentos en productos y servicios.

El transhumanismo, el movimiento que aspira a superar nuestra condición mortal a través de la tecnología, es hoy una filosofía en auge. Tal y como explica Mark O’Connell en su libro «Cómo ser una máquina» (editorial Capitán Swing), es un intento de que nos liberemos de nuestra propia biología gracias a los avances informáticos, aunque esto significaría otro tipo de dependencia, en este caso a la tecnología. Para preparar su libro, O’Connell llevó a cabo una investigación exhaustiva en la que conoció a tipos de toda condición, de Silicon Valley a oscuros garajes de Pittsburgh. A todos ellos parece unirles la misma motivación: prolongar la vida a costa de lo que haga falta. Aunque eso signifique hacernos más cíborgs que humanos.