The Million Dollar Homepage | Inventos absurdos que volvieron millonarios a sus dueños

El efecto ‘batamanta’: inventos absurdos que volvieron millonarios a sus dueños

No sirven para nada, pero han sabido llamar la atención de más de 30 millones de personas. ¿El motivo de su éxito? Nadie lo sabe

Existe una página web olvidada y desactualizada que, en 2005, hizo millonario a un joven estudiante británico. De hecho, a día de hoy, sigue dándole sus frutos a pesar de que no ha cambiado absolutamente nada de ella. Es fea y está desfasada. Su contenido roza la vergüenza y, por qué no, puede dañar la autoestima de muchos. Pero, oiga, ahí está. Ella y sus cientos de anuncios de discos, juegos, pastillas, coches, cervezas… porque sí, aquí el objetivo era publicitarse para toda la vida. ¿Se imagina una especie de valla donde siempre aparezca el mismo eslogan? Pues algo así. The Million Dollar Homepage ha dado 1.037.100 dólares a Alex Tew, que desde entonces no la ha vuelto a actualizar.

Hace 11 años, puso a la venta un espacio de 1000x1000 píxeles por un dólar cada uno. La inversión mínima era de 100 dólares a cambio de un bloque de 10x10. De esta forma, los compradores recibían la propiedad permanente de ese espacio y podían dibujar un pequeño banner de estilo noventero que llevaba enlazada una URL. Tew vendió todos ellos en 138 días. De los 2.816 enlaces originales que representan la totalidad del lienzo, 547 son inaccesibles y 489 redirigen a otros dominios. A pesar de ello, ahí sigue. Y lo que entonces parecía una absurdez, hoy lo sigue pareciendo, pero con unos cuantos miles de euros más en la cuenta corriente. ¿Un éxito sin precedentes? Hay quien habla de pericia, pero la mayoría prefiere llamarlo suerte.

Esto que parece sacado de una rocambolesca película de Tim Burton, cuenta con algún que otro caso similar más. Por ejemplo, la aplicación I’m rich. En español, significa Soy rico y eso es ni más ni menos a lo que su dueño quiso aspirar cuando la difundió en la App Store de Apple. Ahora bien, como es de esperar, no sólo basta un nombre rimbombante para conseguir dicho objetivo. Tiene que haber algo más. Al menos, un detalle que la convirtiese en la nueva WhatsApp, Telegrama o TikTok. Pues no. Su creador, Amin Heinrich, quiso hacerse de oro de la nada. Y en eso se quedó. La app salió al mercado por 799,99 euros y sólo tenía una función: mostrar una piedra roja sobre un fondo negro. Y se acabó. La gran pregunta que cabe hacerse, entonces, es: ¿alguien la adquirió? La (triste) respuesta es sí.

Al poco tiempo, y sin mediar ninguna explicación, fue retirada de la tienda. Algo similar a lo que experimentó Flappy Bird. El famoso juego de pájaros causó furor en todo el planeta hace tan sólo unos años. Sin embargo, apenas duró unos cuantos meses en la red, pues su diseñador la retiró sin mediar palabra. Dong Nguyen recibía por ella 50.000 dólares diarios, por lo que nadie encontró una buena explicación para semejante decisión. Lo que ocurrió después resulta cuanto menos llamativo: debido al fenómeno fan que desató y ante la imposibilidad de descargarla, comenzaron a realizarse subastas de móviles con la aplicación instalada a través de eBay. Alcanzaron cifras astronómicas.

Sí, ¿cómo es posible que ideas tan ilógicas, disparatadas o caóticas sean capaces de producir tan siquiera un único euro? Esa es la duda que mucha gente tiene al escuchar historias como éstas. No hay que olvidar, en este sentido, la revolución que causó la batamanta a través de la teletienda. Su origen se remonta a 1998, cuando Gary Clegg y Ryan Lafayette desarrollaron el primer prototipo. En la actualidad, existen varias versiones de ella y se encuentra disponible en distintos colores. No obstante, lo más curioso es el boom comercial que desató nada más llegar al mercado. Hasta el punto de que, en sólo cinco años, recaudaron 500 millones de dólares y despacharon más de 30 millones de unidades. Ahora, dos décadas después, sigue vendiéndose utilizando el humor como principal arma.

Así son las Doogles, las ‘Rayban’ perrunas
Así son las Doogles, las ‘Rayban’ perrunasArchivo

‘Rayban’ perrunas

Si usted tiene entre 25 y 40 años, lo más probable es que haya disfrutado de unos de los inventos japoneses más reconocidos: el tamagotchi, una mascota virtual creada en 1996 por Aki Maita y comercializada por Bandai. Tal fue su impacto que muchos fabricantes decidieron crear clones con mayor o menor acierto, lo que provocó numerosas disputas sobre si eran auténticos o no, así como sobre las ventajas y desventajas del original. Más allá de eso, todos los que poseían uno tenían una característica en común: se desvivían cuando sonaba ese particular sonido que indicaba que algo le ocurría al bicho. Es curioso, pero sí: pagábamos por cuidar un aparato. Hoy en día, se ha vuelto a levantar el mismo fervor. En parte, gracias a la fiebre noventera que nos invade. Aunque, eso sí, adaptados a nuestro siglo.

Siguiendo la estela de los perros, pececitos y gatos, encontramos las Doogles. Para que lo entiendan fácilmente: son las Rayban perrunas. O, dicho de otra forma, lentes polarizadas que se adaptan a la perfección a sus peculiares cabezas y que impiden que padezcan problemas oculares. Incluso, existe la opción de tratar la miopía canina a través de ellas. Fueron un éxito en 2004, cuando se vendieron en más de 4.500 tiendas de un total de 16 países. ¿Curiosas? Sí. ¿Estrafalarias? Por supuesto. Como también lo fue la pet rock. La propuesta de Gary Dahl surgió después de escuchar aquel año cómo sus amigos se quejaban de sus mascotas. Fue entonces cuando se le ocurrió crear una de piedra que no diera problemas.

Tras hacer de este pensamiento una realidad, se propuso comercializarla a un precio de 3,95 dólares. Así, en poco más de seis meses, se embolsó más de 15 millones de dólares. Hoy, se estima que ya haya rebasado los 56. A todos estos artificios hay que sumar otros tantos que van desde esponjas-micrófono hasta hielos de dentadura, pasando por bolis-tenedores o mopas infantiles. Suenan incongruentes, extravagantes y rancios, pero la realidad es que detrás de ellos se esconden popularidad y dinero. Tal vez, no al nivel de las grandes empresas tecnológicas, pero sí a la altura de una buena jubilación o mejor juventud. En la absurdez, a veces, también está la evolución.