Reto
Pongamos que nos encontramos en un bar de Malasaña. Tú llevas gafas redondas y una chaqueta arremangada hasta el codo. Yo, en cambio, visto algo más descuidado. Sonríes al verme saludar desde la puerta. Lo hago con un sencillo movimiento de mano que, según se mire, puede parecer hasta ridículo. Me acerco y, aunque aún no hemos intercambiado ninguna palabra, ya sé que debo tener más cuidado de la cuenta. Y no es por tu rasgada mirada ni por el tatuaje que escondes bajo el reloj, sino más bien por el amarillo que tiñe tu ropa. Las personas que visten de este color suelen ser optimistas y con una gran vitalidad, por lo que hasta ahí todo perfecto. Pero también tienen tendencia a engañar y mentir con bastante facilidad. ¿Y ninguno de los dos quiere eso en una primera cita, verdad? Yo voy de rojo granate y, aunque mi camiseta parezca sacada de una serie de los 80, transmito confianza y seguridad. Porque de eso se trata, ¿no?
¿Se podría decir, entonces, que vestimos lo que somos? ¿Que tu amarillo representa lo hipócrita que eres? ¿Que mi rojo es parte de ese tesón que tanto me caracteriza? Y todo esto sin apenas habernos saludado. Pues la Psicología del color dice que sí. Este campo de estudio está dirigido a analizar cómo percibimos y nos comportamos ante distintas tonalidades que nos rodean, así como las emociones que suscitan entre nosotros. Por lo que los rojo Javier, amarillo Begoña y lila Guillermo existen y nos definen con mayor o menor precisión. Así lo han reivindicado, en los últimos meses, miles de personas a través de Instagram, donde ha surgido toda una corriente dedicada a explotar esta tendencia. El perfil @tunombre.pantone se ha dedicado a asociar cada nombre propio a un tono concreto de toda la gama Pantone. De hecho, ya cuenta con 2.490 publicaciones, entre las que aparecen los naranja Alberto, verde Francisco y marrón Andrés. No obstante, si bien la asociación desarrollada por la diseñadora Raquel Allan no obedece a ninguna razón empírica, también plantea una cuestión de lo más interesante: más allá de que nos representen o revelen datos de nuestra personalidad, ¿nos pertenecen estos pigmentos?
Para responder a esta pregunta, la primera referencia que tenemos que tomar es la del Vantablack, la sustancia más oscura del planeta. Absorbe el 99.96% de la luz recibida y hay quienes consideran que las cosas pintadas con este color son como auténticos agujeros negros.Hoy la conocemos gracias a la insistencia del artista Anish Kapoor, que la lleva reivindicando más de seis años por todo el planeta. “Se siente más que se ve”, defendió el escultor angloindio durante una entrevista en BBC Radio 4. Su origen esta relacionado con la aviación, pues se ideó para cubrir el fuselaje de aviones espía. Sin embargo, Kapoor quiso ir más allá y consiguió que la empresa Surrey Nanosystems le vendiese los derechos de uso exclusivo del este material “para explorar su lado más artístico”. O dicho de otra forma: se apropió de él y, por tanto de sus características. Incluido el aspecto. Este hecho provocó un revuelo sin precedentes en toda la comunidad creativa, que se preguntó cómo alguien podía apropiarse de algo que supuestamente nos pertenece a todos. Además, de ser así, ¿qué hubiese sido del Guernica, de Pablo Picasso, sin el negro? ¿O qué habría hecho Francisco de Goya si no hubiera podido utilizarlo en Los desastres de la guerra?
Otro caso similar ocurrió con Yves Kleyn. El artista francés murió a los 34 convencido de que su International Klein Blue trascendería su obra tras patentarlo en los años 60. Y así ha sido. Se trata de lo que muchos ya han calificado como el azul prohibido, pues para hacer uso de él, como ocurre con todo lo registrado, hay que pedir permiso. En este caso a la viuda y gestora de su legado, la también artista alemana Rotraut Klein-Moquay, y a su actual marido y director de la fundación del artista, Daniel Moquay. En esta misma situación también se encuentran otras tonalidades como el púrpura Perkin, el rosa Schauss, el gris Payne, el rojo Upsdell… “A través de ellos podemos comunicar la personalidad de una persona o de una firma sin que medie ninguna palabra. De ahí que muchas compañías quieran hacerse con su titularidad para que nadie más pueda hacer uso de los valores y triunfos que ellos les han dado”, explica Gabriel Sánchez, psicólogo experto en Publicidad y Marketing. Cada uno responde a unas características y propiedades muy precisas que son, en definitiva, las mismas que fijó Pantone en la década de los 50 para diferenciar unos tonos de otros.
Por aquel entonces, esta empresa funcionaba como una imprenta comercial. Entre su personal, se encontraba un químico que se dedicó a catalogar todos los pigmentos que iban utilizando hasta dar lugar, casi sin querer, al sistema que hoy tenemos para identificar, comparar y comunicar los colores. Este procedimiento, que ayuda a reconocer cada uno por un código preciso, ha adquirido tal reconocimiento que, cada año, emite su particular veredicto sobre los que determinarán la temporada y las próximas tendencias. “Gracias a ellos, las marcas logran estimular los sentidos y proyectar su identidad”, añade Sánchez. De ahí que muchas quieran registrarlos a toda costa, aunque la realidad es que no pueden hacerlo con tanta facilidad. “Actualmente, en España, la única forma posible de tener un derecho exclusivo sobre un color es a través de una etiqueta comercial”, subraya Laura Martínez, abogada experta en Propiedad Intelectual e Industrial. “Esto es así porque no se les puede considerar una obra original, como ocurre con una canción o una película”.
Por lo tanto, para poder registrarlo en la Oficina de Propiedad Intelectual de la Unión Europea como tal, tiene que ser susceptible de representación gráfica y contar con la suficiente distintividad. Como ya ha ocurrido con el azulgrana del Futbol Club Barcelona o el lila de Milka. “De lo contrario, no se podrá proteger de ninguna manera. Ni mucho menos prohibir su uso a otras personas o negocios”, insiste Martínez. Eso fue lo que les ocurrió a Orange y Jazztel entre 2009 y 2013. El primer operador intentó inscribir su cuadrado naranja en la Oficina Española de Patentes y Marcas para que nadie más pudiera utilizarlo sin su permiso. A lo que el segundo respondió con un recurso. La Justicia resolvió a favor de este último tras considerar que ese color es habitual en el mercado y que debe estar disponible para cualquier compañía. Por lo que, volviendo a la cita del bar de Malasaña, si bien la chaqueta amarilla y la camiseta roja nos definían muy bien tanto a mi como a mi acompañante, en ningún caso nos podríamos convertir en dueños y representantes de sus tonalidades. Salvo que nos constituyamos como marca y demostremos los requisitos mencionados. Hasta entonces, los azul Hugo, negro Jordi y turquesa María se quedarán en una simple anécdota de Instagram.
448 C, el tono más feo del mundo
Es oficial. El opaque couché es color más feo del mundo. Y parece hay quórum mundial. Después de tres meses de estudio, un grupo de investigadores australianos llegaron a esta conclusión tras atribuirle calificativos tan desafortunados como sucio, monótono y oscuro. Pero no sólo eso, también lo asociaron con la muerte y el alquitrán. Si bien es cierto que este marrón verdoso no hace las delicias la mayoría, también lo es que se ha convertido en uno de los más famosos de toda la gama Pantone. De hecho, cuenta con hasta una cuenta en Twitter. Pero lo que más hay que agradecerle son sus continuas intentonas por disminuir el consumo de tabaco. ¿Cómo? Incorporándolo a las cajetillas. Los expertos pensaron que si la tonalidad que las recubría era suficientemente repugnante, más gente dejaría de fumar. El análisis lo llevó a cabo la agencia de marketing GfK Bluemoon, en 2016. Para ello, reclutaron a más de 1000 fumadores, a los que se les propuso diseñar un paquete que fuera lo menos atractivo posible para el consumidor. “Nuestro rol era ayudar a nuestro cliente a reducir la demanda, con el principal objetivo de minimizar el uso del producto”, explicó Victoria Parr, portavoz de la empresa, durante la presentación de la campaña. Los fumadores australianos fueron los primeros en comprar cajetillas con el 448 C, así como con imágenes y advertencias de las consecuencias mortales que supone este hábito. Su éxito fue tal que, posteriormente, la táctica también fue adoptada por los gobiernos británicos, franceses e irlandeses. Ahora bien, hubo represalias. Pantone salió a defenderle, señalando que no existían lo que muchos ya consideraba como el color más feo del mundo. Así, aseguraron que éste era popular para sofás y zapatos. Aunque la realidad es que casi nadie han optado por ropa o menaje de este tono tan particular.