Televisión
Crítica de «La innegable verdad»: miseria para todos los gustos
Protagonizada por Mark Ruffalo, la nueva miniserie de HBO construye su trama a través de una sucesión casi interminable de sucesos trágicos
La mayor parte de la población del planeta está experimentando alguna forma de confinamiento, la economía mundial cae en picado y no hay más forma de ver a muchos de los seres queridos que a través de una pantalla congelada. Y ahora, además, por si aún no estamos suficientemente deprimidos, llega «La innegable verdad» para eliminar todo rastro de ánimo que pudiera quedarnos.
Dirigida por Derek Cianfrance –todo un experto a la hora de escenificar el sufrimiento–, la nueva miniserie de HBO tiene, en efecto, un problema de «timing». Se estrena en un momento en el que los espectadores tenemos más bien poco aguante para más penurias, aunque sean ajenas y ficticias. En todo caso, parece inconcebible que una ficción tan implacablemente y casi orgullosamente miserable resultara tolerable siquiera en tiempos de calma, salud y prosperidad.
Situada principalmente a principios de los años 90, la serie está protagonizada por los hermanos gemelos Dominick y Thomas Birdsey —ambos encarnados por Mark Ruffalo—, el primero consumido por la rabia a causa de su desastrosa vida y el segundo enfermo de esquizofrenia paranoide. En sus primeros compases, Thomas entra en una biblioteca y procede a amputarse una mano; según él mismo explicará después a Dominick, Dios le dijo que lo hiciera para protestar contra el conflicto del Golfo Pérsico. A causa del suceso, es ingresado en contra de su voluntad en un hospital psiquiátrico de alta seguridad donde sufrirá varios tipos de maltrato. Y eso, ojo, es solo el principio.
El relato va dando saltos atrás y adelante en el tiempo para rastrear no solo la historia de los gemelos –la escuela, la universidad, el matrimonio– sino también las de su madre, su cruel padrastro –la identidad desconocida de su padre biológico es uno de los conflictos dramáticos de la serie–, su abuelo italiano y la exesposa de Dominick.
Morboso despliegue
El catálogo de desgracias y atrocidades que este grupo humano sufre –y que Cianfrance a ratos intenta dotar de conexiones metafóricas con el historial bélico y las tendencias racistas y genocidas de Estados Unidos– es tan completo que acaba acercando la serie a terrenos autoparódicos: enfermedad mental, abuso doméstico, abuso sexual, abuso infantil, cáncer, sida, fallos cardíacos, violaciones, suicidio, explotación y hasta maldiciones familiares, todo ello ambientado en un mundo permanentemente grisáceo y capturado a través de claustrofóbicos primeros planos. El objetivo de tan morboso despliegue, claro, es hacernos creer que estamos viendo algo increíblemente profundo. «La innegable verdad» ha sido diseñada para acumular nominaciones a premios.
Llegado el momento, la serie finalmente ofrece un atisbo de esperanza a sus personajes, pero no el suficiente como para compensar todo el castigo que les impuso antes ni para justificarlo narrativamente. Y ni siquiera entonces queda claro cuál es el verdadero significado de tanto dolor y tanta desolación. Por eso, en última instancia la única forma sensata de sentarse frente a sus seis episodios sin correr el riesgo de sucumbir a la desesperación es tomárselos como algo parecido a una forma de psicología inversa. Enfrentarse a ellos, al fin y al cabo, inevitablemente hace que el espectador se sienta aliviado e incluso satisfecho por su propia situación vital, incluso teniendo en cuenta la maldita pandemia.
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