Italia vencedora
Rocío Carrasco (casi) gana Eurovisión
Francia y Suiza se cuelan en el podio con las canciones que Telecinco fichó como sintonías para su docuserie en un certamen que gana Italia
Una aparición a lo Pitita. De esas que no se sabe discernir si es alucinación o revelación. El Balmain de Rocío se dejaba entrever en el destello fucsia que cegaba por segundos al Palomo Spain suizo. La Carrasco también se colaba en ese foco a contraluz de la Édith Piaf francesa. Juraría que era el proyector de la docuserie. Por momentos, hasta Carlota Corredera parecía emerger como copresentadora el festival. Obsesión o devoción. Ralladura catódica, prueba de que Telecinco se ha llevado de calle el festival de Televisión Española. Por Francia o por Suiza. Elijan. La Fábrica de la Tele no tuvo pudor alguno en convertir en sintonía de la hija de la Jurado a los favoritos para ganar el certamen de Róterdam. Lo de menos era regalar una promo gratis a la pública y castigar unas décimas de share a su Deluxe.
Francia y Suiza. Mano a mano. Casi en lo más alto por méritos propios, tal y como demostró el voto del jurado que se entregó a la causa. La gala, también víctima de una paliza de su novio, con una voz de desgarro delicado y un plano secuencia que soportó como nadie. Él, cantando a la fatalidad con un medido falsete de postín, pero algo sobreactuado.
Al final se les coló Italia gracias al sorpaso del televoto con 524 puntos. ¿El éxito? Una canción rock de postureo que ganó San Remo y que por momentos parecía una oda a la localidad madrileña de Parla. Título: ‘Zitti e buoni’. Intépretes: Maneskin.
En cualquier caso, Vasile y sus chicos lograron que ‘Tout l’Univers’ y ‘Voilá’ se pegara al oído del telespectador patrio más que el hilo musical de Mercadona o el soniquete de los Fernández -que sí, son muy amables, palabra-. Y ahí estaba esa Nieves Álvarez dando los ‘twelve points’ a la gala Barbara Pravi y los diez al suizo Gjon’s Tears, como si el prompter lo hubiera escrito el mismísimo Valdeperas.
En total, 24 puntos para ese ‘spin-off’ llamado ‘Cantar la verdad para seguir viva’. Porque Eurovisión ha sobrevivido al año de desierto pandémico. A estas alturas y 65 años después, solo se puede concebir el eurofestival como una cata ecléctica a digerir con Almax, donde encontrar lo mejor y lo peor de cada casa. Un regresó sin mascarillas, con PCR, y con más confeti de lo imaginable, con estilismos imposibles, fuegos artificiales poligoneros, gallos de cristalería devastada... Todo para configurar un espectáculo gamberro y ‘chochi’ de varietés que hace de la vida un meme. Y del meme una canción. Pongamos a San Marino como icono irrebatible. No se podía acumular más Cobocalleja en un escenario en tan solo tres minutos. Terapia a golpe de exceso. Y no es crítica, sino elogio del programa televisivo más visto del planeta -ríanse de la Super Bowl-, que sigue mostrando músculo con un despliegue técnico babilónico
En la retina se quedará grabada esa Beyoncé ‘oversize’ maltesa con un torrente de voz que no necesitaba micro para que se escuchara en casa de la reina Máxima. Pero quienes amenazan con aparecerse en sueños –más bien pesadillas- son el ángel caído noruego, la diablesa chipriota con retales musicales de Lady Gaga, el soniquete ensordecedor de la ucraniana, la matrioska rusa que berrea o las serbias perrean sin piedad. Para archivar en la posteridad de ‘Cachitos de hierro y cromo’, los indies islandeses, que ofrecieron su actuación enlatada porque dos dieron positivo y se tuvieron que quedar encerrados en el hotel. Ritmo ochentero, coreografía de Canción Misionera y una ingenuidad que atrapa. Como la paranoia escenográfica lituana. El mal fario del amarillo se la refanfinfló. Con su ‘Discoteque’, representaban a esa Europa entera desatada después de tanto confinamiento y toque de queda. Sin saber donde ir, entrar o salir. Mística eurovisiva. Voilá.
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