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Eurovisión 2022: Chanel reconquista el orgullo de España

Con derroche de voz, perreo latino y reinvención de lo cañí, ‘Slomo’ logra un tercer puesto, el mejor desde 1995, en un festival que ganó Ucrania

Suenan las penúltimas notas y susurra “SloMo”. Sonríe a cámara. Medio cómplice. Medio gustándose. Como si nada. Cuando ha hecho de todo. Los tres minutos más aprovechados de la televisión española en tres décadas.

Lo que Chanel ejecutó anoche en el Pala Olímpico de Turín sobrepasa los 459 votos que cosechó -221 del jurado y 238 de televoto-, logrando un tercer puesto, el mejor para España desde 1995 con Anabel Conde y ‘Vuelve conmigo’ .

Solo es apto para las juezas rumanas de la rítmica y para que se recreara en cada pirueta con sus comentarios Paloma del Río. Ella, que parece no haber roto un plato cuando habla, pero que cuando se pone el tacón, digievoluciona a diva. Si Uribarri levantara la cabeza, habría disfrutado como nunca del Chanelazo en grado Super Bowl elevado a la enésima potencia con un chorro de voz al que no se le nota una sola respiración, su perreo latino y su cañí revisitado con abanico, floreo flamenco, trompetazo, golpe de melena y el mono torero de Palomo Spain. Excesivo, quizá para un amish, pero no para un festival necesitado de adrenalina que jugó a ser en demasía lo que no era: un talent show de cantautores.

El sábado noche no está hecho para un maratón de intimismo baladí digno de hilo musical de outlet. Como la realización y la producción que se dejó en manos de la RAI: desde ese mamotreto semicircular averiado que afeó las puestas en escena, pasando por un suelo libre de mopa, hasta un descontrol de cámaras imperdonable para el programa televisivo más visto del planeta. Menos mal que, para salvar el orgullo transalpino, estaban Mika y Laura Pausini, que desplegó su Spotify premium y un ‘Volare’ a palo seco.

El caso es que Chanel se quedó a las puertas de la victoria. Ucrania ganó la guerra con 631 puntos, gracias al televoto. Ovación de principio a fin. Y tocaba que toda la Europa catódica le respaldara. Los organizadores del festival tuvieron el atino de echar a Rusia con un efecto mediático mayor que el cerrojazo petrolífero. Y ahora tocaba que en ‘prime time’ se le gritara al pueblo masacrado que se está con ellos. A través de ‘Stefania’, rapeaban a sus madres, esas que han tenido que huir mientras sus hijos se quedaban en el frente. No es un decir. Y es que los miembros de Kalush Orchestra estaban en primera línea de fuego hasta que comenzaron los ensayos.

También se le resistió a la española uno de los favoritos. Superó a la sueca Cornelia Jakobs que emulaba a la mejor Bonnie Tyler de todos los tiempos, pero no a Sam Ryder de Reino Unido, que escondía a Freddie Mercury debajo de ese pelazo rubio de bote saneado. Ambos merecieron estar en lo más alto por méritos propios. Más atrás quedó el dúo impostado italiano, formado por Mahmood y Blanco, que forzaron complicidad gay para hacerse con el favor del colectivo.

No se engañen. Lo importante no es participar. Nunca lo ha sido. Al menos en un país donde la canción que se envía a Eurovisión acaba siendo auditada en el Congreso y donde su representante sufre amenazas de muerte en redes sociales por hacer perfecto lo imposible y ganarse su pasaporte a Turín.

Por eso, lo que anoche hizo Chanel es mucho más que darse un baño de televoto y votos de jurados de media Europa. Ahora que la curranta de los musicales ha demostrado que se puede acariciar la victoria y logra que varios alcaldes echaran un órdago para acoger un futurible certamen, cabe preguntarse si el festival es ‘freak’ o realmente el ‘freakismo’ forma parte del adn de un país que se arrima al olor del triunfo que más calienta, pero que defenestra al más puro estilo directora del CNI a aquel que ofrece el más mínimo síntoma de debilidad.

El caso es que la artista hispanocubana devolvió anoche a los españolitos esa emoción y el orgullo de recontar votos de unos y de otros, recapacitando sobre aquello del voto geoestratégico vecinal. Que no, que cuando se lleva un producto de ingeniería musical y televisiva exprimiendo cada segundo de actuación como si fuera el último, se vuelve a casa, no solo con los deberes hechos, sino con un puñado de puntos libres de politiqueo. Eurovisión no se conquista con Marta Riesco. Se enamora a golpe de profesionalidad integral e integrada.

Probablemente Eurovisión no suponga el lanzamiento al estrellato de Chanel y en dos semanas se reincorpore a los ensayos del musical de Nacho Cano como si no hubiera pasado nada. Cuando sí ha pasado. Ha demostrado que es posible rozar la gloria cuando las cosas se hacen como se debe. Con el mejor coreógrafo. Con unos planos de microinfarto. Y con una artista que lo vale, porque se lo trabaja. Chanel Número 5. Chanel que tenía esencia de Número 1.

El toque ‘kitsch’ que da vida al festival

Eurovisión no sería Eurovisión sin su horterío glam que permite soportar dos horas largas de actuaciones y que encarnaron los lobos amarillos noruegos adictos a las bananas, los divertidísimos moldavos, la Miss Beige serbia lavamanos, el viudo australiano, y el rumano aprendiz de Chanel con su ‘Hola mi bebébé’. Y no se olviden de la versión francesa de las Tanxugueiras, que quedó penúltima en las votaciones. Testeo revelador. Pero, para ‘kitsch’, el glamour de Nieves Álvarez otorgando los ‘twelve points’ españoles desde Benidorm.