
Reflexión por Eurovisión
Eurovisión 1992: la exclusión de Yugoslavia y el espejo de las sanciones actuales
Las sanciones de la UER no son nuevas de cara a Eurovisión, un ejemplo muy llamativo fue lo ocurrido en Yugoslavia en el año 1992, que contrasta mucho con las decisiones actuales

La reciente confirmación de que Israel participará en Eurovisión 2026, pese a las críticas y al boicot anunciado por España, ha reactivado un debate antiguo: ¿cómo decide la UER cuándo intervenir políticamente en el festival? Más allá del caso actual, existe un antecedente clave que suele olvidarse: la exclusión de Yugoslavia en 1992.
Antes de Rusia: cuando Yugoslavia también fue expulsada de Eurovisión
Aquel año, la República Federativa de Yugoslavia (reducida a Serbia y Montenegro) fue apartada del certamen debido a las sanciones de la ONU durante la guerra de Bosnia. La decisión marcó un precedente contundente: incluso un país que había sido víctima del nazismo podía ser sancionado por acciones contemporáneas. Durante la Segunda Guerra Mundial, los serbios sufrieron persecución sistemática en el Estado Independiente de Croacia, especialmente en el campo de concentración de Jasenovac, donde murieron más de 300.000 serbios junto a miles de judíos y romaníes. Sin embargo, esa memoria no impidió que la comunidad internacional actuara cuando se produjeron crímenes posteriores. Este dato cobra relevancia hoy porque subraya algo esencial: haber sido víctima histórica no convierte a ningún país en intocable. La exclusión de 1992 demostró que la justicia internacional puede y debe aplicarse, más allá de los traumas del pasado.

El contraste con algunas posturas actuales resulta llamativo. En 1992 Alemania participó en el festival sin cuestionar la sanción a Serbia, pese a la historia compartida de persecución durante el nazismo. Pero hoy ha sugerido que podría retirarse si Israel fuese excluido, apelando a su responsabilidad histórica con el Holocausto. No se trata de comparar contextos, sino de señalar cómo la memoria se utiliza de manera desigual según el caso. La historia del certamen muestra que Eurovisión es, inevitablemente, un escenario político. Recordar 1992 ayuda a entender que la coherencia ética debería guiar cualquier decisión: la justicia solo es justa si se aplica a todos por igual, independientemente del poder, la sensibilidad histórica o el país implicado.
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