
Estreno
“Reinonas” incendia la tele en el Día del Orgullo
Un estreno en Sundance que presenta un retrato chispeante y humano de una comunidad drag en el norte de Inglaterra

Algunas amistades no se eligen, se manifiestan. Entre una peluca torcida, un labial corrido y una versión catastrófica de “Make You Feel My Love”, puede nacer una red emocional mucho más fuerte que cualquier vínculo de sangre. Lo saben bien quienes habitan la ficción de “Reinonas” (“Smoggie Queens”), una comedia británica ambientada en Middlesbrough, ese rincón del norte de Inglaterra que raramente aparece en televisión para algo que no sea una noticia triste o un programa de crímenes. Esta vez, en cambio, la pantalla se llena de colores, plumas y acentos que no piden permiso para existir.
La propuesta de la BBC llega a tiempo a SundanceTV para el Día del Orgullo LGTBIQ+ y se inscribe en una corriente reciente que busca representar la diversidad sin encasillarla en la tristeza permanent. La clave aquí es otra: mostrar que también hay espacio para el desmadre, el cariño entre excéntricos, la risa sin límite y el fracaso en plataformas de ocho centímetros. Esta no es una historia de superación; es una comedia sobre intentar que todo encaje… aunque se caiga todo en el intento.
En el centro del embrollo está Dickie, una drag queen cuyo talento como performer es inversamente proporcional al tamaño de su ego. Lo interpreta Phil Dunning, también creador de la serie, que ha sabido construir un personaje tragicómico, tierno y molesto a partes iguales, capaz de arrastrar consigo a un grupo que, sin quererlo del todo, termina convirtiéndose en familia. Dickie no está solo en sus crisis narcisistas: lo acompaña Mam, un drag veterano que combina sabiduría pop con secretos mal gestionados, Lucinda, la amiga heterosexual que se ha cansado de besar sapos, Sal, una cantante que lidia con una relación dañina sin perder su agudeza, y Stewart, el novato del grupo, que aún no ha salido del armario en casa y parece vivir a caballo entre el pánico y la ilusión.
La trama se mueve entre la sátira y lo entrañable, sin perder de vista el tono de sitcom de manual. Hay brunchs temáticos con vestuario náufrago, persecuciones absurdas en furgonetas y hasta un drag show con tintes detectivescos. Todo con una estética que abraza lo cutre como si fuera alta costura. No se busca la belleza visual sino la autenticidad: lo torcido, lo torpe, lo real. Y funciona.
Parte del encanto está en que, más allá de lo ridículo, cada personaje esconde un dolor que no pide protagonismo, pero nunca desaparece. Stewart quiere ser libre pero choca con una abuela que lo rechaza. Mam arrastra la culpa de un pasado que no se borra con purpurina. Sal intenta ser escuchada mientras la invalidan con comentarios venenosos. Y hasta Lucinda, que parece la más equilibrada, carga con la incomodidad de no sentirse del todo parte. Nada de esto se convierte en drama solemne, pero tampoco se esquiva. La serie sabe alternar el tono sin cambiar de piel: no pasa de la comedia a la tragedia, simplemente muestra cómo coexisten.
La idea de “familia elegida” es el hilo invisible que lo une todo. Aquí nadie está salvando a nadie, pero sí sosteniéndose mutuamente en caídas cotidianas. Y eso es lo que le da valor a este grupo de personajes que podrían haber caído en la caricatura, pero logran esquivarla gracias a una interpretación coral precisa, cargada de matices. Ninguno roba el show, pero todos aportan: desde la torpeza entrañable de Stewart hasta el arte de Mam para decir mucho sin levantar la voz. Incluso Dickie, con sus delirios de grandeza y sus canciones desafinadas, termina por despertar empatía, aunque sea por agotamiento. Esta serie no grita: te guiña un ojo. Su humor es más de situación que de gag, más de ritmo que de ingenio afilado. Y eso le da un aire más sincero, menos pretencioso.
Incluso el tratamiento visual evita los brillos innecesarios: los espacios son reales, las luces naturales, el vestuario lo suficientemente desprolijo como para parecer de verdad. No hay una estética pulida ni una obsesión por lo glamuroso. Todo tiene ese sabor a barrio, a local de ensayo, a club pequeño con grandes emociones. Y es ahí donde mejor se mueve esta historia, lejos de la gran ciudad y de los discursos prefabricados.
Puede que no todos se identifiquen con Dickie o Mam, pero hay algo profundamente humano en cada escena: esa sensación de estar perdidos juntos y, aun así, seguir bailando. “Reinonas” es un homenaje humilde a quienes hacen del caos cotidiano un acto de resistencia. Una serie que no necesita pedagogía ni bandera gigante para decir lo que quiere decir. Le basta con mostrar a un grupo de personas tratando de quererse mientras sobreviven a sí mismas. Y en ese proceso, consigue algo que no abunda: hacer reír sin burlarse y emocionar sin golpe bajo.
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