San Miguel
La terna de debutantes desperdicia, aun con orejas, una novillada de lujo en Sevilla
la terna de noveles que debutaba hoy en la Maestranza de Sevilla, desperdició, en mayor o menor medida, el excelente juego de una novillada de El Parralejo de las que pueden calificarse como “de lujo”
Los seis utreros, finos de hechuras, sin gran ofensividad de cabezas y de muy agradable presencia, ofrecieron a los toreros una nobleza y una entrega constante, hasta el punto de ponerles en bandeja, a los tres, un sonado y rotundo triunfo que no llegaron a alcanzar por una larga lista de defectos, algunos lógicos y comprensibles en novilleros poco rodados, pero otros no tanto.
A Perera, que según la apariencia estadística fue el único de los tres que se salvó de la quema, le mantuvo a flote su buena actitud, sus ganas de estar ahí en todo momento ante un lote completo, con distintos matices, pero con el que, pese a todo, no llegó a centrarse ni terminó de cuajar como merecía.
Su primero, al que recibió de capa con las rodillas en tierra, tenía unas arrancadas suaves y rítmicas, siempre con el hocico a ras de arena y con unas fuerzas medidas que aconsejaban una mayor sutileza en el trazo de la que aplicó el joven extremeño, que solo llegó al tendido en los forzados alardes finales en la distancia corta.
Inexplicablemente, fue entonces, sin sentido alguno, cuando se arrancó a tocar la banda, forzando un triunfalismo preconcebido que derivó en el corte de esa primera oreja intrascendente, como la que volvería a cortar del sexto, gracias a la manga ancha de un presidente que también debutaba en el palco maestrante.
Este último fue un novillo que nunca dejó de galopar entregado a todos los encuentros, incluido el del picador, y con el que Perera se dio a una labor embarullada y falta de reposo, en la que la “actitud” que se pide a los novilleros no fue suficiente para tapar su falta de acople y de serenidad para llevar templadas y verdaderamente toreadas tan buenas embestidas.
La novillada tenía cierta expectación en los ambientes taurinos por ser la del debut de luces en la Maestranza de Manolo Vázquez, nieto del gran torero local del mismo nombre y representante de la quinta generación de esta saga de célebres profesionales. Y para celebrarlo, el destino le tenía preparado un lote inmejorable, dos novillos de una nobleza tan dulce y permisiva que se antojaban los más adecuados para quien quiere seguir la delicada filosofía familiar.
Pero Vázquez, ante dos auténticas “yemas de San Leandro”, acusó, más allá de su poco rodaje, una escasa convicción en sí mismo y sobre muy poco asentamiento y firmeza de plantas a la hora de los embroques para concretar en algo más consistente las que no pasaron de ser pinceladas sueltas de muy buen gusto y, en un esfuerzo supremo con el cuarto, una tanda de tres sabrosos naturales. Para más inri, también le falta intentar entrar a matar sin irse tan descaradamente de la suerte.
Por su parte, Jaime González-Ecija, también sevillano, se alargó en dos turnos de muy largo metraje en los que amontonó pases y más pases destemplados y enganchados, por no decir tironazos, que nunca remató por debajo de la pala del pitón, un segundo que repitó con cierto temperamento y un quinto que no quería levantar la cara del suelo y que lo puso todo en el encuentro.
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