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Paco, “tú eres el toreo”

Ureña abre la Puerta Grande con una dura lesión de costillas y una faena absolutamente increíble al sexto en San Isidro

El diestro Paco Ureña sale por la puerta grande en el trigésimo segundo festejo de la Feria de San Isidro / Foto: Rubén Mondelo
El diestro Paco Ureña sale por la puerta grande en el trigésimo segundo festejo de la Feria de San Isidro / Foto: Rubén Mondelolarazon

Ureña abre la Puerta Grande con una dura lesión de costillas y una faena absolutamente increíble al sexto en San Isidro.

El gallo de pelea venido del Perú cerraba su San Isidro. Tres de tres. Dejaba atrás una Puerta Grande apoteósica y una faena al toro de Adolfo en la tarde X y a la hora Y que si no hubiera sido por la espada le hubieran llevado en volandas. Volvía Andrés Roca Rey. Y a su vez, al unísono un llenazo de “no hay billetes” para despedirse de Madrid por San Isidro. Pero el gallo de pelea no vino solo. Paco Ureña revolucionó todo como un huracán. Una tormenta de emociones que nos sobrecogió, impactó y acabó por llenar de la más absoluta felicidad. A secas. Hasta el desquicie. Tan frenético ese torbellino de verdad, de toreo, de lentitud que resoplábamos, como quien intenta ajustarse a la realidad mientras la realidad te hace volar. Soñémoslo.

Había movido Paco las muñecas a la perfección en el saludo de capa al primero. Fue ahí su primer “aquí estoy yo” y como si hubiera sembrado ese imán sobre él del que ya nunca jamás pudimos ni quisimos desprendernos. A aquellas verónicas de recibo les siguió una media belmontina de morirte ahí mismo. Quitó Roca en su turno, a la chicuelina y replicó Ureña, porque era su tarde, aunque todavía no lo sabíamos. Saborazo tuvieron los delantales con el compás abierto, aunque el embrujo llegó en la media de nuevo, arrebujada, prieta, a la cadera, al infinito. Honor a los toreros buenos. De lleno en la tarde habíamos entrado. Pero el toro no lo sirvió en bandeja, más bien nos asfixió la energía, la buena, porque en la irregularidad de sus viajes había peligro. Una vez pasaba y al otro recortaba y en medio de esto, ocurrió aquello que pudo acabar en tragedia. El toro se le fue directo. Y en el camino recto encontró a un torero cabal y honesto que le entregó el pecho. Pánico en el tendido. No podía ser. No debía ser. Se recompuso. Ni un atisbo de lo que la verdad escondía bajo el vestido de torear. Siguió por el pitón zurdo, por donde había sido prendido. Sin mirarse, sin echar el paso atrás, sin dudar, entero, íntegro y torero. Todos los muletazos por ese mismo pitón donde vivió el infierno. Hay detalles que subliman la tauromaquia.

La espada no quiso y el premio fue una vuelta al ruedo gloriosa. Unánime. Abandonó la plaza después camino de la enfermería. Y no salió. No salía. En su turno el quinto, se corrió el lugar y avanzó posiciones Roca Rey. Con las costillas lesionadas, infiltrado y bajo su responsabilidad regresó para torear el sexto. La justicia divina y el toreo grandioso de Ureña hizo el resto para convertirse en la faena más emocionante, de las que se te pegan a las paredes del estómago, te retuercen y te parten en dos. Le salió todo. Desde los comienzos. La plenitud que lleva persiguiendo años se hizo verdad aquí y ahora. En Madrid con el sexto. Soberbio el comienzo y un recital de toreo después. Primero por el pitón diestro, que era por donde más viajaba el toro de noble condición y con una cadencia y un tiempo inverosímil al natural, y eso que le costaba más al animal. Los ayudados del final... Ureña, después de su invierno más duro, de la cornada de Albacete donde perdió un ojo, Paco regresaba a Madrid para bordar el toreo y cosernos las emociones a los 24.000 que estábamos allí hasta dejarnos hermanados.

La espada fue y todos detrás. “Torero, torero” desde el tendido. Vítores. Grandeza. Al toro le costó caer, porque la espada estaba un punto contraria. Se alargó el tiempo, no la intensidad de lo gozado. Las dos orejas, la puerta grande, era todo para él. Se agolpó la multitud, tremenda multitud, en la Puerta Grande y le destrozaron en esa salida a hombros. Paco, como bien dijo un compañero de tendido, “tú eres el toreo”. La verdad, la honestidad, el temple, la ligazón, la entrega, el valor sin necesidad de alardes, el sufrimiento que persigue la gloria. Y Ureña se fue de Madrid como el héroe que es. Condecorado.

Arrasó con todo de tal manera que cuesta situarse más allá de él. Roca tuvo que defender su sitio con un exigente tercero, que humillaba, huía y cuando se encelaba hacía hilo con peligro. Fue una faena de poder y le funcionó la cabeza. El rajado quinto le quitó del combate, a pesar de que cumplió con creces las expectativas.

Castella abrió función y estuvo correcto con un primero de buena condición, pero que no viajaba hasta el final. Se alargó mucho con el cuarto, complicado, en una faena de más a menos.

La tarde fue del murciano, Ureña, “Tú eres el toreo”. Y qué grandes eres Paco.

Ficha del festejo:

Las Ventas. (Madrid). 33ª del abono de San Isidro. Corrida de la Cultura. Se lidiaron toros de Victoriano del Río, 1º, noble, humilla, pero flojo y de corto recorrido; 2º, irregular, incierto, humilla pero desigual; 3º, exigente y rajado; 4º, complicado; 5º, rajado; 6º, bueno y más en las manos de Ureña.

Lleno de “no hay billetes”.

Sebastián Castella, de negro y oro, pinchazo, estocada caída, descabello (silencio); estocada trasera y defectuosa (silencio).

Paco Ureña, de coral y oro, pinchazo, estocada caída (vuelta al ruedo); estocada (dos orejas).

Roca Rey, de y oro, pinchazo, estocada (silencio); dos pinchazos, estocada (silencio).

► Parte médico de Paco Ureña

«Contusión parrilla costal izquierda con posible fractura; contusión escápula izquierda, pendiente de estudio radiológico. Pronóstico reservado». Bajo su responsabilidad saldrá a matar al quinto, en sexto lugar. Se corre turno.