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Pluralismo cultural, un cuerno

Commitment March in Washington DC
Commitment March in Washington DCGAMAL DIABEFE

Sun Jarraitu y yo llevamos dos semanas discutiendo sobre la posibilidad de insertar culturas de fuera de Europa en nuestros países europeos. Discusiones frescas, de las que merecen la pena. Que si el Tao encajaría con las misas de domingo en los pueblos castellanos; que si el animismo africano tiene lugar en Zamora, donde los chopos crecen a toda velocidad gracias a los fertilizantes artificiales, solo para que sean talados sin piedad al cabo de cinco años. Le hemos dado al coco durante dos semanas, y el coco de Sun Jarraitu es de los poderosos. Ella sabe muchas cosas y señala a reputados pensadores europeos que atrajeron para sí las ideas asiáticas, a saber, un puñado de ejemplos: Giordano Bruno (quemado en la hoguera), Nietzsche (abandonado a su supuesta locura), Galileo (encarcelado y defenestrado por el tribunal inquisidor), el movimiento hermenéutico (campo de abono para la crítica de Bunge), Alejandro Magno (asesinado por sus generales en Babilonia). Yo niego la posibilidad de un pluralismo cultural, no confundir con multiculturalismo, y le señalo los finales horribles de todos aquellos individuos que se enfrentaron a las tradiciones de sus sociedades. Que el hábito no hace al monje, que no es oro todo lo que reluce, que las excepciones no confirman la regla.

Entonces ella se pone a mi nivel para hablarme de un movimiento masivo, un repunte en la historia que fue Mayo del 68, y menciona los cambios sociales que trajeron consigo para conformar un mundo globalizado y abierto hacia un pluralismo cultural. Yo le hablo del resultado de ese pluralismo cultural.

Porque, a ver, que alguien me diga qué nos ha llegado de los asiáticos. En el plano intelectual encontramos bibliotecas abarrotadas de libros de Murakami, Mishima y Lao Tse (y ya) que prácticamente nadie lee. En el plano general encontramos restaurantes japoneses en cada esquina, películas coreanas, pantalones bombacho que compramos en un mercadillo que nos dijeron que habían tejido en el Nepal, entretenimiento. Que de los africanos no nos llegó la danza y la sangre, solo imágenes pavorosas de pateras a punto de reventar. Y el Jazz. Esa música que los negros tocan para los blancos.

Entonces yo me reniego a reconocer que es posible un pluralismo cultural en la actualidad mientras Jarraitu sigue erre que erre, probablemente con razón, y me especifica que las grandes ciudades como Nueva York atraen para sí culturas escupidas desde cualquier rincón imaginable de nuestro planeta. Nueva York: los hispanos en Harlem, los afroamericanos en el Bronx, los descendientes de alemanes e irlandeses llenándose los bolsillos en Manhattan. Le digo entonces que en estas ciudades la fusión de culturas no es real, es un espejismo, porque a la hora de la verdad podemos encontrar movimientos como Black Lives Matter que anuncian esta falta de cohesión entre culturas.

Y, ya que estamos hablando de Nueva York, o de Estados Unidos en general, que es el país que supuestamente ha mamado un mayor número de culturas de fuera de su tierra. No parece precisamente un ejemplo de la concordia. Cada dos por tres ocurren tiroteos y momentos de drama. Y le dije a Jarraitu que, si Nueva York hubiera conseguido efectivamente el pluralismo cultural, la jugada les ha salido rana, y que la unión de culturas parece bastante peligrosa y violenta. Porque las culturas dicen cosas, cositas, blablá, y otras culturas dicen otras, blablá, y muchas veces ocurre que lo que dicen una y otra no encajan del todo, y la gente se enfada, se asusta, mata, y la cultura victoriosa se alzará por encima de las demás, amputadas y masacradas en el campo de batalla de la sociedad.

No se deje engañar el lector por Jarraitu ni por cualquier otro sabio, háganme caso a mí, al idiota. El pluralismo cultural es una utopía. Me lincharán por decirlo pero lo creo de verdad. Lo máximo que hemos conseguido es un supermercado chino en la esquina de nuestra calle. Clases de yoga, fragmentos cuidadosamente seleccionados para entretenernos un sábado por la tarde. Pero cuando uno entiende que la cultura es aquella que se vive y se muere sin remedio, sin tiempo para más ideas, no podríamos llamar cultura a cenar hoy aquí y mañana acá, leer hoy a Márquez y mañana a Chinua Achebe. No podríamos llamarlo cultura, necesitamos una palabra nueva, quizá entretenimiento. En todo caso podríamos decir que las ciudades como Nueva York aspiran con fuerza las culturas que aterrizan acobardadas en su aeropuerto, para luego triturarlas y servirlas en bocaditos accesibles, son cócteles culturales de usar y tirar. La unión de culturas amputadas, exóticas para algunos, excitantes y emocionantes, ha derivado en una nueva cultura sublime, gloriosa y de un poder brutal: lo llaman consumismo. Que viene a ser la total exterminación de las culturas hasta crear una masa insípida, muy alejada de la violencia espiritual del budismo, o del respeto aterrador de la tribu por los ancestros.

La cultura no es la gastronomía ni la música, tampoco los colores o el libro aquél que leímos de un keniata. Cultura es muerte y vida. Una única vez. Sin tiempo para segundas oportunidades. Y está muy bien que no esclavicemos a los africanos y bebamos té y que podamos hacer yoga dos días a la semana hasta que nos aburra. Pero que no llamen a este bodrio pluralismo cultural. Háganos el favor, dioses de la comunicación. Llámenlo entretenimiento, reconozcan que la sangre que nuestros antepasados derramaron por nuestra cultura se ha reinsertado en nuestras venas, y no quedan cuchillos para abrirnos de cuajo y hacer que toda esa sangre desaparezca. La sangre es cultura: los primeros artistas la representaban en sus cuevas. Y todo lo demás… interpretaciones, ventas al por mayor, ilusiones, juegos de manos.

Señores de la barra del bar, no jueguen a ser modernos. El pluralismo cultural lo inventó Alejandro Magno y a ese se lo cargaron sin pestañear. Igual que los judíos fueron expulsados de mil tierras (hasta que volvieron a Israel y comenzaron a patear palestinos) y los uigures están en peligro de extinción, y los aragoneses pasaron por la espada cualquier revuelta que nació en los condados catalanes. Entiendan que el hombre reniega del pluralismo cultural. Vox reniega de Podemos y Podemos reniega de Vox. Somos monos a los que se les cayó el pelo por alguna especie de castigo divino, criaturas territoriales que han sufrido lo indecible por mantener su territorio a salvo de los intrusos. Somos animales que nacen llorando, cagan apretando los labios y mueren casi sin darse cuenta de que vivieron. Demasiado sencillos, por el momento, demasiado animales para no morder al intruso que se acerque.

Ojo, que las culturas deben respetarse y animarse y yo soy el primero en hacerlo con pasión, basta leer mis artículos del día a día. Pero de ahí a pedirle a un agricultor zaragozano que se ponga a ejercitar la práctica de Vajrayoguini del tantra del yoga supremo hay un trecho que no es nada sano. Igual que no deberíamos irnos a los templos de Angkor a predicar la palabra de Jesucristo. Vive y deja vivir es una máxima excelente. También lo es aquella que dice que cada oveja con su pareja, aunque no dejemos de ser un gran y único ganado.

Un pluralismo cultural como el que lleva dándose desde los años 60 no es el adecuado, y ya va siendo hora de que, visto lo que nos enseñan los noticieros, reconozcamos que no lo estamos haciendo bien. Cenar en un restaurante etíope en París mientras decenas de miles de africanos viven acinados en condiciones grotescas, en los suburbios de esa misma ciudad, eso no es pluralismo cultural. Es veneno. Y haríamos bien en recapacitar. Podríamos empezar buscando un cuchillo que nos desangre un poquito de la sangre de nuestros antepasados. Quizá así podamos volver a probar esta intrincada aventura del pluralismo cultural.