Viajes
Diez pueblos de interior para visitar durante el verano
A lo largo del territorio nacional pueden encontrarse pequeñas joyas culturales que suponen una experiencia diferente a los veranos de sol y playa
Puede sonar a frase recurrente pero este es el verano ideal para practicar el turismo de interior. Para quien busque relajarse de los ajetreos de la pandemia, escapar del barullo urbanita, dar el esquinazo a la familia política, aprender algo nuevo, conocer más profundamente la riqueza cultural apabullante de nuestro país, cada uno de estos diez pueblos de interior pueden suponer pequeñas joyas para investigar durante los meses de verano. A la altura de los mojitos en Ibiza, que diría yo.
Frías (Burgos)
Para los que no soportan el calor. Siempre hay quienes se quejan de que en el interior hace un calor espantoso y quienes dicen que así no pueden estar y que es un espanto y que en la playa al menos está la playa, y más allá el mar, y que el mar refresca. Pero en Frías, como su propio nombre indica, no hace demasiado calor. Esta joya encajonada entre quiebros de montaña en las Merindades de Burgos puede considerarse una Cuenca en miniatura por sus casas colgadas, un bastión de delicia a ojos de los fanáticos de la arquitectura militar. El castillo que domina los hogares fundido en su peñasco supone una visión magnífica.
Y la naturaleza estalla de colores húmedos alrededor de la localidad, fácilmente accesible gracias a numerosas rutas disponibles para el viajero (entre la que se incluye el camino de las cascadas junto a la ermita Nuestra Señora de la Hoz, puro frescor). Tampoco pueden faltar los paseos por el pueblo encantador durante los días de lluvia veraniega, aprovechando las horas de humedad que se suceden y el encanto de las callejuelas centenarias.
Setenil de las Bodegas (Cádiz)
Para los que buscan el mejor terraceo. Uno de los pueblos blancos más conocidos debería visitarse al menos una vez cada verano, aunque solo sirva para rendir culto a los dioses del vino y de las fiestas. Empotrada contra la roca, febrilmente hilada en decenas de calles estrechas, inclinadas, misteriosas, fantásticas, cada visita a Setenil equivale a una página del sueño. La calle Cuevas de Sol (recibe mayores dosis de luz al encontrarse orientada hacia el sur) y la calle Cuevas de Sombra (cubierta por el saliente de la roca, tapa toda luz posible y aporta al visitante un frescor agradecido) son dos de las más típicas, ideales para tomar una cerveza en cualquiera de sus terrazas, aunque tampoco es mala idea deambular por los recovecos que nos salgan al paso.
Pero cuidado que nos salta una primera leyenda en la ermita de San Sebastián, la primera edificación cristiana tras la conquista de los Reyes Católicos. Dice que su emplazamiento se debe a que fue aquí donde la Reina Isabel dio a luz un hijo prematuro que falleció a las pocas horas, al que puso de nombre Sebastián.
Laguardia (Álava)
Para los aficionados al vino. Pura delicia de piedra parda con aromas afrutados y macerados en viento riojano. Un destino que señala a los amantes del vino, los forofos de la historia y los nostálgicos del toque de parsimonia rural que domina este tipo de localidades empapadas de cultura. Porque igual que podemos pasear entre las terrazas que sacaron de un cuento y visitar la Iglesia de Santa María de los Reyes, también podríamos hacer una, dos, tres, cuatlor, cincho catas de vinos en cualquiera de las bodegas excelentes que decoran la región.
¿Quizá pueda tentar al lector con unos vinos de Bodegas Campillo? O mejor, ¿por qué no establece su base en Laguardia y dedica los días siguientes a explorar las bodegas de Marqués de Riscal, Muga y Martínez Lacuesta, situadas en pueblos cercanos? Creo que Laguardia es el destino ideal para saciar ciertos caprichos con la elegancia que requieren, paladeándolos a conciencia y sin perder de vista el escenario apacible del campo riojano.
Medinaceli (Soria)
Para los nostálgicos de Roma. Los romanos hicieron sus virguerías en Medinaceli, como era habitual en ellos. Construyeron una calzada que vimos hundirse desde la carretera, explotaron las salinas de los alrededores (evaporando el agua salada para quedarse únicamente con la sal) y construyeron, rozando el siglo I, una poderosa muralla que garantizase la protección de la villa. Con un roce imperial sentenciaron la importancia histórica y cultural de esta pequeña localidad, que desde lejos parecería una corona de piedra, y el cerro sobre el cual se asienta, una regia cabeza dispuesta a aguantar todos los embistes posibles.
Tampoco puede uno perderse el bellísimo Palacio Ducal de Medinaceli, construido con un claro estilo renacentista y declarado Bien de Interés Cultural en 1979. Hoy se gestiona bajo el nombre de Medinaceli Dearte, entre las experimentadas manos del galerista Miguel Tugores. El visitante podrá mordisquear aquí unos bocaditos de cultura, al pasear entre las exposiciones temporales que resaltan con agradable concordia en torno al patio interior del Palacio, y también podrá echar un vistazo a los mosaicos que se han rescatado de su época romana.
Mogarraz (Salamanca)
Para los curiosos. Se acumulan las experiencias al caminar entre las callejuelas sinuosas de Mogarraz, aprisionan el pecho y lo moldean con intensidad. En el Museo Etnográfico “La Casa de las Artesanías” podríamos destapar algunas de ellas. Porque creo que la importancia de Mogarraz y sus alrededores va más allá de los gestos estrambóticos. En el museo se conocerá más íntimamente el oficio de sus zapateros y tratadores de cuero, la tradición del bordado de textiles, las diferentes vestimentas que se elaboraron durante siglos. Más experiencias a destapar. El Camino del Agua se trata de un recorrido circular de 9 km que empieza y acaba en Mogarraz, atravesando también el valle del río Milanos y parte de Monforte de la Sierra. A mitad de camino encontraremos el mirador ideal para observar la localización del pueblo en su valle.
Del valle a las calles, de las calles a la Plaza Mayor, desde la Plaza Mayor hasta Iglesia Parroquial de Nuestra Señora de las Nieves. El paisaje que fluye desde la ventana de nuestro alojamiento lo ha dibujado la Sierra de Francia, un paraje misterioso, rico en naturaleza, ideal para una escapada.
Trujillo (Cáceres)
Para los interesados en conocer la historia de los conquistadores. El lugar de nacimiento de los exploradores Francisco de Pizarro y Francisco de Orellana se puede considerar algo parecido a la meca del viajero. Acudimos a esta localidad extremeña, palpando sus estatuas, en busca del consejo adecuado. Ellos nos podrán explicar mejor que nadie cómo se sentía al viajar al Nuevo Mundo (en el Centro de los descubridores), qué venturas y desventuras sufrió la familia Pizarro (Casa Museo de Pizarro) y cómo se veían las calles por las que jugaron de niños (la localidad mantiene su aspecto medieval en el casco antiguo). Merece la pena venir hasta aquí para comprender los paisajes que impulsaron a tantos hombres a desviarse del camino en busca de un futuro incierto, pasado el mar.
Merece la pena encontrar los detalles que nos permitan humanizar estas figuras históricas que dieron forma a nuestro país. Y deslizar los pies por las aceras de piedra, y refugiarnos en el Castillo de Trujillo y trepar uno a uno los escalones de la Torre del Alfiler. Las vistas desde allí arriba son espectaculares.
Tordesillas (Valladolid)
Para los fanáticos de los Reyes Católicos. Bullen los secretos en Tordesillas junto con las tramas y los escarceos del poder. Pero cada vez resalta con más insistencia el hecho de que se dio un secreto en Tordesillas, un secreto horrible, y es que la demencia de Juana fue multiplicada debido a su solitario encierro y exagerada hasta los límites de la leyenda para justificar que gobernase Carlos V en su lugar. El Palacio Real de Tordesillas fue el lugar de su encierro y ya lo demolieron pero todavía quedan piedras cuya opinión podemos preguntar. Cosas así. También podemos encontrar el lugar exacto donde se firmó el Tratado de Tordesillas, un acuerdo al que llegaron los Reyes Católicos con Juan II de Portugal, con el fin de repartirse los territorios recién descubiertos para Europa por Cristóbal Colón. Casi nada. El río Duero cruza a su lado y reporta cierto frescor durante los meses de verano.
Y no muy lejos de la localidad, encontramos Medina del Campo, que fue donde Isabel la Católica dictó su testamento y finalmente falleció. O Madrigal de las Altas Torres, que fue donde nació. O Arévalo, que fue donde encerraron a su madre...
Aínsa (Huesca)
Para los apasionados de la naturaleza. Los franceses, que son muy listos, percibieron pronto el olorcillo irresistible que atraviesa los Pirineos desde Aínsa y sus alrededores, y basta levantar una piedra en la comarca del Sobrarbe para que salgan cuatro bordeleses encantados de la vida. Entonces nosotros también deberíamos venir aquí para no perdernos una pizca del disfrute. Es lo justo. Nosotros también queremos paladear una cerveza analgésica en su Plaza Mayor, o corretear como chiquillos por las murallas de su viejo castillo.
Queremos jugar a los exploradores cuando salimos de Aínsa y visitamos los pueblos cercanos y nos gusta arriesgarnos con nuevas rutas de montaña (toda la información para tales planazos la tienes aquí), aunque la playa nos llame con insistencia. Porque Aínsa sirve además como una base excelente para explorar con calma los alrededores, con cautela, llegando a conocer una de las zonas más bellas de los Pirineos. Y lo mejor: apenas encontramos aglomeraciones de personas.
Consuegra (Toledo)
Para los locos del Quijote. ¿Sabía el lector que el hijo del Cid murió guerreando en la colina del Castillo de Consuegra? ¿Sabía el lector que Don Quijote se enfrentó en feroz batalla contra los molinos de viento que coronan la cima? Así funcionan las localidades de este estilo: ofrecen al visitante bocados de fantasía sazonados con realidad, en raciones ideales para evitar los empachos. Al que busque recorrer la Ruta de Don Quijote en el campo manchego, Consuegra puede suponer la parada ideal para descansar durante un par de días, después de haber visitado Argamasilla de Alba y la misteriosa Cueva de Montesinos.
El restaurante Gastromolino (sí, está situado en un molino) es de visita indispensable pero tampoco puede faltar el alojamiento en el hotel rural La vida de antes, un rincón acogedor y necesario en las llanuras de Castilla. A los comidillas les encantará saber que en este mismo hotel se encuentra el restaurante El Retorno, llevado de la mano de Pedro Rodríguez tras una larga carrera en los fogones del Hotel NH Eurobuilding de Madrid. Aquí se cena de maravilla y a un muy buen precio.
Olite (Navarra)
Para los fantasiosos sigue el camino hacia un paraje muy especial. Es Olite, que muchos años atrás fue una ciudad real. Sus casas más antiguas hacen de recuerdo de este pasado, ligeramente inclinadas sobre las aceras como ancianos encorvados por el peso de la edad, y decoradas con una serie de graciosas terrazas que se asemejan a diminutos escenarios de una obra de teatro. Se respira en las esquinas un olor muy peculiar. Es la confluencia del mundo viejo y la actualidad. Y en procesión entre estos edificios, como si algún tipo de memoria colectiva nos guiase sin necesidad de mapas, llegamos con facilidad a una estrambótica fortaleza que nunca habríamos imaginado: el Palacio Real de Olite, que hizo de residencia para Carlos III el Noble y su astuto nieto, el Príncipe de Viana.
La visita a Olite se divide entonces en dos recorridos: el primero será por la localidad, husmeando entre callejas y deambulando en busca de destellos de interés; la segunda, perdiéndonos en su palacio laberíntico, como arrancado a la fuerza de los cuentos de hadas, y admirando desde cualquiera de sus torres el bellísimo paisaje navarro que no parece tener final.
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