Logroño

¿Verdad o atrevimiento en la calle Laurel?

Completar una ruta gastronómica en la calle más divertida de Logroño requiere a día de hoy una serie de trucos y triquiñuelas para que la sombra del coronavirus no oscurezca su disfrute

CALLE LAURELHOSTELEROS LAUREL30/05/2021
CALLE LAURELHOSTELEROS LAUREL30/05/2021HOSTELEROS LAURELHOSTELEROS LAUREL

Ayer fui testigo de un suceso sorprendente. Caminaba por cerca de la calle Laurel en Logroño (la mítica calle de bares que lleva apareciendo en los noticieros cada pocos días, como ejemplo ideal para demostrar la irresponsabilidad de algunos individuos frente a la pandemia del coronavirus) cuando me encontré con unos colegas de la televisión preparando la cámara y todo el tinglado previo a la grabación de una noticia. El reportero afilaba sus sílabas contra el micrófono, el cámara ajustaba la lente, un destello de perversión periodística brillaba en sus ojos inquietos. El objetivo señalaba sin tapujos a una despedida de soltera la mar de divertida que pululaba por ahí bebiendo unas cervezas, disfrutando de la amistad verdadera, el buen tiempo, ese calorcito delicioso y fresco que arrastran los últimos días de primavera. En la calle Laurel no había mucha gente, no era hora todavía. Apenas se acercaban los primeros comidillas para saborear la ráfaga de pinchos y tapas que sirven por ahí. Pero aquí encontramos el milagro de la televisión, tres horas después, con el noticiero de la noche, cuando pude ver desde el sofá al mismo reportero de la calle Laurel, a la misma despedida de soltera, en el punto exacto en que los encontré. La única diferencia fue que donde yo vi una calle medio llena, tirando a vacía, en el televisor se me mostró una imagen impactante de puro bullicio, descontrol, juerga en definitiva, que lógicamente sería capaz de sacar de sus casillas a cualquier ciudadano responsable.

¿Verdad o atrevimiento? ¿Es cierto que en la calle Laurel los especímenes adictos al buen comer se apelotonan como sardinas en una lata de conserva barata? ¿Resulta en un atrevimiento, casi una audacia, venir aquí a picotear? Pues es que depende de la hora. A las siete de la tarde no hay mucha gente. A las diez de la noche asoma con un griterío alegre el bullicio de la capital riojana. La verdad tiene horarios y el atrevimiento también. ¿Verdad o atrevimiento? Pues depende, oiga, depende, que no todo es blanco o negro.

Fotografía de la calle Laurel.
Fotografía de la calle Laurel.Martin Silva Cosentinodreamstime

Entonces visitar la calle Laurel se ha convertido en los últimos meses en una ciencia. Para visitarla de forma responsable sería necesario hacerlo en los horarios adecuados, organizar la ruta de pinchos con anterioridad, llevar una mascarilla de repuesto, buscar los huecos, ser inteligente, rehuir a las despedidas de soltero para no salir en el primer plano de los noticieros. Así podremos disfrutar de ciertas maravillas de un bocado, joyas aromáticas acompañadas por un cosechero carbonizado con regusto a lavanda, miel, cereza, frutos del bosque, aceituna, crema de puerros o lo que se le antoje al bodeguero poner en la etiqueta. Por tanto, el horario ideal para visitar la calle Laurel sin caer en la irresponsabilidad ciudadana sería entre las siete y las nueve de la tarde, justo antes de que comiencen las noticias de la noche. Y dicho esto podemos empezar.

El Restaurante Kabanova puede suponer un excelente comienzo en nuestra ruta gastronómica. La huerta riojana se reúne en pequeños bocados de un corte fresco y sofisticado (tienen opciones para celiacos), como pequeños experimentos elaborados por un científico chalado y genial. Cada bocado equivale a un plato en cualquier restaurante de lujo porque contiene las mismas dosis de innovación, complejidad en los sabores y texturas, creatividad y técnica, solo que sale más barato. Es el comienzo ideal porque no sirven platos pesados que nos aten al sitio por siempre jamás. En su lugar nos abren el apetito con ingredientes de temporada, estimulan nuestro paladar. El resto es empezar. Tampoco puede faltar el vino Rioja que acompañe a la tapa pero aquí cabe un inciso, una nueva operación dentro de la compleja ecuación que compone una ruta de tapeo por la calle Laurel. Si conduces, no bebas, esto es evidente; pero si no conduces, cuida tu cuerpo alternando en cada uno de los locales que visites una deliciosa copa de vino con un vaso de agua, agua y vino, vino y agua, o te encontrarás con que te has quedado con hambre pero las piernas ya no te responden como deberían, y volverás a casa mareado, hambriento e incómodo. Y esa no es forma de acabar esta experiencia deliciosa, no señor.

Continúa la romería. Cada local se presenta como una posada abierta al peregrino hambriento. Páganos (cuyo nombre se debe al pueblo de origen de sus fundadores, no a que desconfíen del comensal) es de obligada parada porque sus pinchos morunos merecen pagar por ellos. En Páganos podemos elegir entre los pinchos morunos o la tortilla de patata, pero yo recomiendo dejar la tortilla para más adelante y atacar los pinchos sin remordimientos. Qué delicia, qué sabor. Si un asceta los probase no volvería a esconderse en el bosque. Y ya lo sabemos, copa de vino y vaso de agua, pincho moruno y a la siguiente parada.

Que se trata de un clásico en la gastronomía riojana y que podemos encontrar en casi cualquier local, pero que un local en concreto cocina con un arte, una delicia, una pasión incomparables. El plato: los champiñones a la plancha y rellenos de queso o gamba (o sin rellenar). El local: Bar Soriano. Es fácil de reconocer incluso para los que no me hagan caso con el asunto del vino porque su cartel tiene forma de champiñón. Más fácil imposible. Y encima te los traen cocinados. Vamos, que te dan todo hecho. Luego llega el turno del visitante para disfrutarlos, aquí entra su única obligación, masticarlos despacio y ser consciente de la suerte que tiene porque seguro que hay alguna ciudad del mundo donde está lloviendo y hace frío y la comida es tristísima y se hace de noche a las cinco de la tarde. Y nosotros estamos aquí, en la calle Laurel. Salimos en la tele y brilla un sol espléndido.

Continúa el asunto. Esto de tapear en la calle Laurel tiene algo de ciencia pero también tiene algo de ejercicio y de instinto cazador. Hace falta estar en forma para encontrar el mejor hueco en las terrazas (ya empiezan a asomar las multitudes pero todavía no toca retirada) y una sagacidad puramente hispánica para cargar con las copas de vino de todos los amigos sin derramar una gota. Siguiente parada, que digo: Bar Sebas. Aquí tomaremos la tortilla de patata codiciada y, toque agua o toque vino, se acompaña el plato con una copa de vino, porque su oferta de este líquido divino es excelente y no probarla equivale a faltar contra lo divino, es decir, supone un pecado grave, entonces podemos decir que quien visite la calle Laurel sin hacer su ofrenda de vino y tortilla de patata en el Bar Sebas estará pecando gravemente en contra de muchísimas tradiciones que el viajero no tiene derecho a dejar de lado.

Pedro Sánchez (que conoce bien los mejores destinos de España) cuando era candidato socialista a la Presidencia del Gobierno, durante una visita a la calle de Laurel de Logroño.
Pedro Sánchez (que conoce bien los mejores destinos de España) cuando era candidato socialista a la Presidencia del Gobierno, durante una visita a la calle de Laurel de Logroño.larazon

(Acaba de saltarme en el móvil la noticia de que 6.500 personas han tenido que ser desalojadas por aglomeraciones y botellones en Barcelona. Otros que no saben que lo que hoy está de moda es ir a pasar la tarde en la calle Laurel, pobres personitas.)

Blanco y Negro tampoco puede faltar en esta aventura que, tres copas de vino después, comienza a adquirir matices épicos. Los colores se simplifican en colaboración con el susurro lujurioso del invento de Baco y conviene sentarse y descansar, en el mismo sitio donde no hace falta que nos compliquemos con formas y colores extravagantes. Aquí, en Blanco y Negro. ¡Cómo agradece nuestro estómago un matrimonio de anchoas, (en aceite, curada en vinagre y semi-curada), con pimiento verde frito en un bollito caliente recién horneado! ¡Qué manera tan graciosa tienen de aplaudir nuestras fosas nasales cuando perciben el olorcillo de su tostada de queso de cabra y jamón, hecha en el horno hasta que el queso funde y el jamón se hace crujiente, con un toque de mermelada de frambuesa! ¡Cuánto nos gustan las migas de bonito con cebolla y pimiento, un bollito de pan recién horneado con migas de bonito y trocitos de cebolla fresca, al que se añade pimiento verde frito! ¡Cuánto frito! ¡ Y qué bonito todo! ¡Anda, mira, y salimos en la tele por tercera vez! Esto es estupendo, una gozada, los españoles somos gente maravillosa.

Bueno, así sigue. No voy a destriparle todo el método al lector porque parte de la gracia de la calle Laurel es ir las veces que hagan falta hasta que le pillemos el tranquillo. Las primeras veces quizá estemos un poco asustados, o puede que nos pongamos finos en la primera parada y ya no podamos más, o puede que comamos demasiado rápido (grave error en la calle Laurel) y nuestro estómago diga, basta ya, antes de tiempo. Las primeras veces en la calle Laurel están para aprender, eso sin dudarlo; poco a poco memorizaremos el nombre de los locales más suculentos y los vinos acertados para cada bocado.

Y ya terminando, que se hace tarde y me ha entrado el hambre, aquí va un consejito del viajero para cuando la calle Laurel se comienza a masificar y no nos sentimos del todo cómodos: visita la calle San Juan. Que viene a ser una calle Laurel de menor tamaño, a pocas manzanas de la original, por lo general menos masificada e igualmente deliciosa. Y si no me creen, vayan a La cueva de Floren para comprobarlo.