Turismo
Guía práctica para viajar a Rusia a la manera rusa
Entrar en Rusia siempre conlleva un sabor a aventura y júbilo. Sabemos que nos disponemos a introducir nuestro cuerpecillo delicado en un territorio inmenso y de una fuerza arrolladora, dejamos atrás cualquier temor que hayamos podido arrastrar por el camino y entramos, sin pensarlo más. Sirviéndonos de un tipo de valentía que solo poseen los viajeros más decididos bebemos vodka, luchamos contra osos, los amansamos, nos volvemos rusos por el espacio que ocupen nuestras vacaciones (porque todo el mundo sabe que cuando uno entra en Rusia debe convertirse inmediatamente en ruso, es casi un compromiso verbal del visado). Claro que cuando me refiero a Rusia, a la Madre Rusia, al Imperio, a la tierra de los zares, al mar de estepa que cobija el hielo de Siberia y la epilepsia de Dostoievski y los secretos más tenebrosos del comunismo soviético, cuando hablo de todo esto no me refiero únicamente a ciudades como Moscú o San Petersburgo, tan cercanas a Europa y asequibles para cualquier turista, tan bellas ellas; me refiero también a una sucesión de montañas de todos los tamaños y colores que crecen en el vergel de 12,7 millones de km² (como veinticinco veces España) que corre desde los Urales hasta las aguas huracanadas del Océano Pacífico.
Si el viajero visita Rusia que no vaya a Moscú o a San Petersburgo, y yo le ofrezco que arriesgue un paso más en su aventura de convertirse en ruso. Para ello el mejor destino es el este del país, lo más lejos posible de Moscú y de sus teatros, que se vaya más lejos de Omsk, más lejos, más, pase Krasnojarsk y de allí mire al este para deleitarse con la maravilla rusa durante los días arrancados de vacaciones. No se habla mucho de ello en las revistas de viajes pero merece la pena saber que la variedad cultural en Rusia es increíble, y que en la zona “popular”, que digamos, vive un tipo de sociedad bonita y atlética y estética y sometida a su oligarquía, más allá los rasgos se endurecen, el pelo del ruso comienza a castañear, y poco a poco los ojos se achinan hasta que estamos justo encima de Kazajistán, y encontramos una faceta de rusia vivísima y del todo asombrosa para el extranjero: de alguna forma ya lo sabíamos pero al escabullirnos de San Petersburgo y sus compinches mientras sorteamos las montañas por el macizo de Altái, nos encontramos con descendientes de tártaros, kazajos, cosacos, azeríes, musulmanes, cristianos ortodoxos, mongoles, chinos, gitanos, incluso puñeteros yupiks sonriendo como locos y helándose de frío en sus iglús del norte.
Dato curioso número 187 sobre Rusia: la bandera rusa se lleva utilizando de forma interrumpida desde que la acuñó su soberano Pedro Alekséievich I, allá por el siglo XVII.
Dato curioso número 189 sobre Rusia: Pedro el Grande era la clase de rey que torturó a su hijo acusándole de no cumplir las políticas del Estado, metió a su mujer a monja cuando se cansó de ella, fundó San Petersburgo porque le salió de los pantalones y se entendió con los suecos, los polacos y los otomanos a tortazo limpio.
Qué hacer para ser un ruso de verdad
No puede decirse en un artículo de este estilo nada más que curiosidades. Valga la redundancia pero es que es verdad que faltan páginas para describir con una precisión meridiana las culturas que pululan por allí, son demasiadas y riquísimas en ritos y tradiciones. Apenas comparten la miseria de deber su sangre a Rusia pero, si no hay guerras, si los de Moscú lo tienen controlado, ellos viven satisfechos con sus noches sempiternas de auroras boreales.
Pero sí pueden decirse los sitios a los que ir, y quizás una anécdota para mordisquear por el camino. Si quieres vivir una aventura plenamente rusa, no olvides:
1. Derrapar en las curvas mientras cruzas el macizo de Altái.
2. Bañarte en cualquier lago al este del río Yeniséi.
3. Regalarte una tarde de piragüismo en el mismo Yeniséi.
4. Hacer una parada para conocer a los hijos de los mongoles en Ulán-Udé.
5. Buscar la manera de montar una acampada veraniega en una esquina de la región de Lejano Oriente, en las llanuras de la Meseta Central Siberiana.
6. Luchar contra un oso en la Reserva Natural de Stolby y pagar la multa. O al menos consigue que no te robe los pistachos una ardilla.
No te olvides de hacer este viaje colosal en primavera o en verano. Si vas en invierno Rusia te masticará y te tragará sin piedad. Y si insistes en ir a San Petersburgo, al menos pásate a saludar en la Catedral de San Pedro y San Pablo a la tumba de Pedro Alekséievich I. Dicen del poderoso monarca que murió por una infección de la vejiga.
La anécdota
Fue cuando cruzamos la frontera de Barnaúl y nos encontramos cinco kilómetros Rusia adentro, ya plenamente rusos, y vimos larguísimos campos de marihuana a los bordes de la carretera. Muy ordenaditos y cuidados por sus dueños. Parecía aquello un sueño. No miré qué había más allá de la carretera pero imagínese que la carretera era un tacataca de aquella yerba engañosa meciéndose con absoluta tranquilidad. Nadie parecía preocuparse, ni siquiera la policía. Todo vibraba con la armonía de la Madre Rusia. Obviamente nosotros, los turistas, los occidentales asombrados, paramos al poco en una cuneta para comprobar que esta escena estrambótica fuera real (en ese momento desconocíamos que Rusia permite el cultivo del cáñamo y que aquello que veíamos eran plantas macho al 99,9%, aunque bastó una ojeada rápida para comprobarlo). A cualquiera le sorprendería encontrarse con una estampa como esta, parecían campos de girasol.
Ya íbamos a retomar nuestro camino cuando apareció un todoterreno con los neumáticos muy gruesos que escupían espumarajos de barro en cada curva. Subidos encima estaban cuatro gitanos que se pararon junto a nosotros. Juro que me he encontrado con tipos duros pero estos se llevan la mano. Eran unos tipos temibles. Piratas de la alfalfa conduciendo su pick-up y enseñando los brazos musculosos con tatuajes enrevesados, conocedores de todos los senderos escondidos en aquella hierba, como montaraces del cuchillo. Nos parecieron personajes directamente sacados de una novela de Arturo Pérez-Reverte, con cicatrices en las mejillas y todo, el disfraz completo, y como tal los vimos, entre emocionados y asustados porque estábamos viviendo una pequeña aventura rusa.
Nos preguntaron quienes éramos y qué hacíamos allí. Uno de ellos asomó un cuchillo o la pistola o se rascó un dedo y bostezó y ya estábamos todos tensos, a punto de disparar. Pero Pacho mantuvo la sangre fría y se explicó por todos: éramos cinco españoles que querían llegar de Madrid a Ulán Bator en furgoneta y que para eso teníamos que conducir un cachito al sur de Rusia. Que estábamos intentando aprender a ser rusos. Ellos se rieron en su idioma y nos miraban con esa mezcla de burla y admiración con que se mira a una cuadrilla de locos, y nosotros pues qué le voy a decir, también nos reímos, aunque estábamos un poco asustados. Luego uno definitivamente sacó la pistola y asomándola por la ventana dijo en inglés:
- You don´t come here no more, okey?
- Okay, amigo.
Eso creo que lo dije yo. Luego nos excusamos y nos despedimos muchas veces y muy rápido todos a la vez, dijimos adiós a la extraña visión del cáñamo y seguimos el camino a Ulán Bator.
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