Viajes

Cuando viajes a un país en conflicto no te olvides de mentir

Los viajes a las zonas rojas del mundo requieren de un comportamiento específico que te permita volver de una pieza a casa

Soldados malienses patrullando la frontera con Níger.
Soldados malienses patrullando la frontera con Níger.PAUL LORGERIEREUTERS

Las luces que titilan debajo del avión son iguales que las de cualquier otra ciudad africana. Enormes manchas formadas por praderas en penumbra funcionan como los agujeros negros, están rodeadas de constelaciones blancas y rojas e incluso azules. Cada una de esas lucecitas corresponde a un hogar, la esquina de una calle, la terraza de un restaurante, cada una de esas lucecitas marca un punto misterioso y emocionante para los pasajeros del avión. El viajero mira obnubilado por la ventanilla y comienza a construir historias, sueños, situaciones, películas y deseos rodeando a cada una de esas lucecitas patéticas, tan pequeñas que, fíjese, tan pequeñas que el avión pasa rugiendo sobre ellas y retuerce con temblores los tejados de chapa que iluminan y las palabras que se murmuran a su cobijo y hace que brinquen pedacitos de arena seca y roja como el azafrán.

Mi avión mastica el humo de Bamako y aterriza con suavidad. Y ya estoy aquí, me resbalan por las sienes las primeras gotas de sudor. Ya formo parte de las luces incógnitas que veía hace pocos segundos, del misterio de la noche violentada, de la fragilidad que se derrumbará sin remedio bajo el rugido del siguiente avión. Solo entonces puedo caminar al control de pasaportes y observar con ojo atento qué tipo de personas vienen de visita a un país sumido en uno de los conflictos más cruentos del Sahel en la última década. Y fíjese que el muestrario de viajeros que circulan hasta la ventanilla como modelos en una arriesgada pasarela pluricultural es mucho más variado de lo que uno podía imaginar en el avión. Allí delante se ríen histéricamente cuatro alemanas de cincuenta años con los labios lascivos y mirando como locas a los hombres negros y esbeltos que caminan con pasos elásticos a nuestro alrededor. Fragmentos de su conversación me permiten saber que vienen a hacer turismo sexual en Malí (una de ellas, la que parece ser la líder del grupo, ya hizo esto en Senegal y cuenta batallitas divertidísimas a sus amiguitas). En las próximas dos semanas encontrará cada una a un joven maliense con quien cumplir todas las fantasías sexuales que reprimieron en su juventud, al que pagarán una bonita suma de dinero, le colmarán de baratijas y posteriormente abandonarán supuestamente saciadas para regresar a la triste y gris Alemania.

Cerca de ellas conversan dos militares mejicanos que vienen de Tijuana. Sé que son militares mejicanos que vienen de Tijuana porque son nuevos aquí y ellos todavía no saben que cada palabra que digan en Malí será absorbida por decenas de oídos a la vez, que luego sus palabras correrán con una precisión asombrosa de boca en boca hasta acabar alojadas en los cerebros pertinentes. Cerebros que cogerán las palabras dichas por los militares mejicanos en el aeropuerto y harán un correcto uso de ellas para satisfacer sus intereses más estrafalarios. Ellos todavía no saben (aunque pronto aprenderán) que sus mochilas con la bandera mejicana han llamado la atención de toda la fila de pasajeros, de los mozos de las maletas, de los policías, de las paredes, del aire húmedo, de las hojas de los árboles. Dentro de pocos días todo Bamako sabrá que dos militares mejicanos procedentes de Tijuana aterrizaron en el aeropuerto este día de octubre, a esta hora, y nadie lo olvidará jamás.

Un chino destaca por encima de todos los demás. Va vestido con un mono blanco para repeler al coronavirus y lleva doble mascarilla y gafas de buceo mientras espera achicharrado a que sea su turno para entregar el pasaporte. Mira a su alrededor con un aire desconfiado y arrogante. Nadie se acerca él, tampoco se acerca él a nadie. Pero todos sabemos por qué está aquí y no hace falta escuchar su conversación.

Un soldado maliense saluda en Bamako tras el golpe de Estado de agosto de 2021.
Un soldado maliense saluda en Bamako tras el golpe de Estado de agosto de 2021.H.DIAKITEAgencia EFE

Cuando viajas a un país en conflicto, todo es un secreto, todo es información útil para cualquiera, hasta el detalle más insignificante de la mochila que no tuviste en cuenta antes de salir de casa. Tu nombre es información, tu lugar de nacimiento es información, tu profesión es información, tu alojamiento es información, tu ropa es información, hasta tu puñetero equipo de fútbol es información útil para alguien que espera pacientemente en los alrededores de los hoteles y de los aeropuertos a coger la información fresca con las manos y llevarla corriendo a quien esté dispuesto a pagar por ella. No lo olvides cuando viajes a un país en conflicto.

Pero a los pocos días de estar aquí todos han aprendido la regla. Pronto aprenden que son dueños de una información valiosísima que nunca consideraron importante pero que ahora, cuando las terrazas de los cafés se atiborran a media tarde y Bamako busca temas de conversación interesantes, se vende al precio del maíz, o puede que incluso más cara. Es entonces cuando los recién llegados comienzan a integrarse. Comienzan a mentir. Mienten sin parar. Y la ciudad la construyen poco a poco decenas de miles de mentiras, puede que millones de ellas arrastrándose por los canalillos de alcantarillado y que después salen del grifo, se beben con ansia, regresan a las alcantarillas. Cuando pisas una tierra donde se da tanta importancia a la información, es inevitable que la mentira surja con fuerza. Mientes cuando dices de donde eres, a qué te dedicas, qué está ocurriendo realmente en el norte del país, quién es de fiar y quién no, mientes cuando te preguntan tu profesión, por tus padres, por tu esposa, por tus hijos. Mientes sin parar para proteger la información que te mantendrá vivo. No importa quién seas y a qué te dediques. Mientes como un cosaco hasta convertirte en una persona gris y triste, ignorante e inútil que no pueda despertar el interés de nadie.

Mientras los madrileños mienten para darse aires de importancia, para destacar… en Bamako se miente una y otra vez para desaparecer en el polvo, el humo de la ciudad y sobrevivir una semana más. Y este cambio mínimo transforma una ciudad de forma radical, casi más que cualquier conflicto, lo digo en serio. No existe una constante a la que aferrarse porque lo que ayer era cierto, hoy es falso; quién era tu amigo ayer, mañana puede traicionarte con la naturalidad del que conoce a rajatabla las normas de la mentira y de la información en esta ciudad.

Las alemanas tendrán que aprender esta útil norma antes de zambullirse de cabeza entre las piernas de su amante maliense. Los mejicanos tendrán que aprenderlo. El chino tendrá que quitarse el mono de protección blanco que tanto llama la atención y aprenderlo. Que cuando se viaja a un país en conflicto debes mentir sin parar, casi enfermizamente, y debes recopilar toda la información que te rodea antes de que otros más astutos te la roben a ti.