De viaje

Valverde, España: la frágil frontera entre tres reinos muy belicosos

En un pueblo minúsculo de La Rioja encontramos una esquina deliciosa de nuestro pasado histórico

Cuadro de la Batalla de las Navas de Tolosa.
Cuadro de la Batalla de las Navas de Tolosa.DIL

Hoy salimos en busca de lo diminuto, lo que apenas es perceptible, insignificante para el ojo desentrenado. Buscamos algo tan diminuto que parezca invisible. Desdeñamos agotados las grandes ciudades de cristal, rechazamos lugares típicos como Estambul, Roma, Nueva York y Hong Kong. Días como hoy lo enorme nos suena demasiado aparatoso. ¿Por qué iba a ser más especial uno de estos nombres rimbombantes que, por ejemplo, Valverde? ¿Solo porque en estos lugares importantes nacieron y murieron emperadores, científicos que cambiaron el mundo, santos y poetas? ¡Poca cosa! Hoy despreciamos todos los nombres sagrados en el Universo plano que hemos creado en los laboratorios y salimos donde el aire barrunta sus cóleras con absoluta holgura, como un chiquillo dulce y travieso que sale a jugar después de completar sus tareas, sin aparatosas estatuas que atranquen su galope liberador.

Valverde. A simple vista no parece más que una parada de cinco minutos en el camino que nos lleva a una de las grandes ciudades, a Bilbao, a Pamplona, a Zaragoza. Pero hoy le contaré al lector un secreto del mundo de los viajeros, se lo susurraré muy bajito para obligarle a prestarme toda su atención: son estos lugares tan pequeños, como ornamentos tallados en la basta madera de la Tierra, quienes conforman los detalles significantes que mantienen la compleja estructura humana en pie. Sin pueblos como Valverde, las grandes ciudades estarían desnudas y se derrumbarían sin remedio. Te susurro un secreto de viajero: nunca comprenderás ciudades como Pamplona o Londres si no conoces antes las localidades casi invisibles, bella decoración atornillada en las cunetas, que las rodean impasibles desde hace cientos de años.

El mojón de Valverde

En el kilómetro 286 de la carretera nacional 113 encontramos un ejemplo, muy próximo a Valverde (La Rioja). Es un mojón de caminos que parece que se dejó por descuido un funcionario de principios del siglo XX. Con las esquinas descascarilladas y las letras como grabadas y repasadas por el viento. Es un objeto minúsculo dentro de una localidad minúscula de por sí, como si ese mojón perteneciese a un reino cuántico únicamente accesible para los microbios más escurridizos. Parece casi ficción que ese mojón recuerde un suceso (quizá una leyenda, quizá realidad, quizá un poco de ambas) que involucró durante tres horas a los tres monarcas más poderosos de la Península a finales del siglo XII. Los protagonistas del Cluedo de hoy: Alfonso II de Aragón, Alfonso VIII de Castilla y Sancho VII de Navarra.

Alfonso II de Aragón: apodado “el Casto” por los adjetivos calificativos de la meticulosa Historia, fue el tipo de rey que batalló sin cuartel contra franceses y catalanes rebeldes dentro de sus territorios (porque Niza formaba entonces parte del reino de Aragón, chúpate esa, Napoleón) e incluso plantó cara al legendario rey inglés Ricardo Corazón de León. Asedió Valencia, Cuenca y varias ciudades de la taifa de Murcia. A los catalanistas no les cae especialmente bien porque fue el monarca aragonés que estableció la estructura jurídica de Cataluña para integrarla dentro del reino de Aragón. Además fue un aliado incondicional del papa Alejandro III.

Alfonso VIII de Castilla: apodado “el Noble” por sus seguidores, debe su fama a ser uno de los monarcas cristianos involucrados en la batalla de las Navas de Tolosa. Pero antes de conseguir esta victoria para la Historia en 1212, fue derrotado por los almohades en 1195 (en una de esas derrotas sin paliativos y humillantes que corren directas a los intestinos, como un supositorio) en la batalla de Alarcos y juró venganza, estableció alianzas con los reinos cristianos y fue un hábil diplomático muy astuto cuyas habilidades resultaron, ahora sí, en la sonada victoria de las Navas. Fundó Plasencia en un arranque de gloria real y dedicó los primeros años de su reinado a batallar contra los navarros, invadió Álava, asedió Vitoria y Guipúzcoa.

«Batalla de las Navas de Tolosa», óleo pintado por Francisco van Halen en 1864
«Batalla de las Navas de Tolosa», óleo pintado por Francisco van Halen en 1864La Razón

Sancho VII de Navarra: apodado “el Fuerte” por su colosal altura y su ferocidad en la batalla, este rey apenas precisa una presentación. Las cadenas que cortó para liberar a los esclavos cristianos en las Navas de Tolosa (él también combatió esta batalla única) forman ahora parte del escudo navarro. Se casó con una de las hijas del conde de Tolosa (enemigo acérrimo de Alfonso II de Aragón) pero pronto la repudió y dedicó el resto de su vida amorosa a galopar con la espada desenvainada y a procrear bastardos por lo larga que es Navarra (o eso dicen). Ahora su tumba se encuentra en Roncesvalles, suponiendo un destino turístico habitual en la zona; la tumba de Sancho el Fuerte, orgulloso y procreador, para indignación de su espíritu de fuego, es un destino turístico habitual para muchos hombres que en vida habría decapitado sin remordimientos. Para que luego digan que los reyes tienen suerte.

Estos son los protagonistas de hoy. Su escenario es tan pequeño que apenas hay espacio en Valverde para hombres tan opulentos, los tres reyes tendrán que apretujarse mucho para caber en su asiento. Orgullos, rencillas, ambiciones son demasiado grandes para meterlas a una en el minúsculo espacio de Valverde. Pero el papa está harto de los conflictos entre cristianos y desea, no, ordena por mediación divina, levanta su cetro, reza glorias y padrenuestros a diestro y siniestro, invoca a San Pedro y a todos los santos crucificados para que los tres reyes hispanos se reúnan de una vez y se unan contra el único enemigo: Alá. El Implacable.

La cita de los tres reyes

Fíjese que importante es Valverde y que pequeño es. Hoy no llega a los 220 habitantes y en 1196, pues imagino que todavía tendría menos bocas para alimentar. Y sin embargo los tres reyes hispanos que llevaban décadas guerreando entre sí, estableciendo traicioneras alianzas matrimoniales, ordenando asesinar… se reunieron aquí para celebrar un almuerzo histórico que sería el primer paso hacia la alianza demoledora que consiguió la victoria de las Navas de Tolosa. Pero fíjese otra vez y mire bien, porque Valverde es en realidad inmensa. Fíjese bien. Tan grande es que los tres reyes eligieron esta localidad porque colindaba con los tres reinos, Castilla, Aragón y Navarra, y de esta manera tan original los tres reyes cupieron en sus asientos: los lacayos montaron una mesa triangular y Alfonso II se sentó en el lado aragonés, Alfonso VIII en el lado castellano y Sancho VII en el lado navarro.

La leyenda dice que Castilla trajo el cabrito, Navarra puso el vino y Aragón añadió los condimentos. La intención de esta reunión era la de establecer una serie de alianzas matrimoniales que permitieran la unificación de la Península bajo un único reino cristiano. También se decidió que, hasta que ese objetivo se cumpliera, los sucesivos reyes se encontrarían aquí para solventar sus violentas diferencias. Claro que la Historia nos ha mostrado que todos estos sueños no se consiguieron hasta tres siglos después. El asunto no funcionó porque Sancho el Fuerte solicitó al rey castellano que le devolviese los territorios “usurpados” a Navarra, a lo que Alfonso VIII contestó que, si de verdad iban a unificarse en un único reino, pues tanto daba a quién pertenecían La Rioja, Álava y Bureba. Y Sancho insistió, insistió, insistió desde su asiento en Navarra; Alfonso VIII se negó, se negó, se negó cómodamente reclinado en Castilla. Finalmente Sancho se levantó, por lo que parece bastante cabreado, y abandonó la reunión rompiendo todos los acuerdos previos.

¿Y no es impresionante? Que junto a un escupitajo de piedra al borde de la carretera ocurriera todo esto. En un lugar tan pequeño que apenas merece la pena visitar. Que ese mismo suelo que pisamos con indiferencia sirvió para asentar las posaderas de tres reyes poderosísimos que discutieron, bebieron vino, masticaron, escupieron, invocaron a demonios y que, solo 16 años después de esta reunión desastrosa (cuando Alfonso II ya era cenizas), reunieron el ejército que marcó de rojo una de las páginas más suculentas de la Historia de nuestro país.