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Nueva York

Àlex Rigola, terapia con Woody Allen

El director estrena «Maridos y mujeres» en La Abadía con Luis Bermejo, Nuria Mencía, Israel Elejalde, Elisabet Gelabert, Alberto Jiménez y Miranda Gas

De izda. a dcha., Miranda Gas, Israel Elejalde, Elisabet Gelabert, Nuria Mencía y Luis Bermejo y Gelabert, en la función
De izda. a dcha., Miranda Gas, Israel Elejalde, Elisabet Gelabert, Nuria Mencía y Luis Bermejo y Gelabert, en la funciónlarazon

Hay pocas almas sensibles a las que no les entren ganas de invadir Nueva York –con intenciones totalmente pacíficas– al ver una película de Woody Allen. Al menos las mejores, que son muchas, aunque también haya mucho relleno en la filmografía de un director que sale a título por año. Pero sin duda, «Maridos y mujeres» está en ese grupo de clásicos, junto a «Annie Hall», «Manhattan», «Septiembre», «Desmontando a Harry» o «Match Point», por citar algunas de sus cumbres. Ahora, por primera vez en España, la película de 1992 llega los escenarios, al de La Abadía en concreto, dirigida por Àlex Rigola y con un reparto envidiable y muy vinculado a la casa madrileña: Luis Bermejo en el papel del protagonista –el profesor que en su día encarnó el propio Allen–, Nuria Mencía como su mujer, Miranda Gas en la piel de la alumna objeto de deseo, Israel Elejalde y Elisabet Gelabert como la pareja de amigos aparentemente perfecta que de repente se separa, y Alberto Jiménez, que se reparte dos papeles. Acostumbrados a ver a Rigola (Barcelona, 1969) dirigir tragedias sangrientas como «Ricardo III» y «Coriolano» o textos contemporáneos pero de profundo sentido trágico como «2666», choca en él este viaje al universo de sentimientos, relaciones personales e infidelidades de Woody Allen. «No me considero una persona excesivamente violenta ni que quiera hacer un teatro de violencia ni de choque. Evidentemente, quiero que sucedan cosas en los espectáculos. Pero me gusta más aliarme a palabras como literatura y arte. Éste es un gran texto literario: lo que me interesa más de la película es el guión, y por eso parto de él», matiza el director, de paso por Madrid en un alto en su ir y venir entre Barcelona y Venecia. Desde 2010 reparte su tiempo entre su ciudad y su lugar de trabajo, donde acaba de prorrogar dos años más como director de la sección de artes escénicas de la Bienale.

Explica Rigola que «Maridos y mujeres» disecciona el mundo de la convivencia «de una forma brutalmente obscena. De las relaciones de pareja, en toda su crudeza y realidad se habla muy poco. Hay una serie de tópicos que casi todo el mundo reconoce, pero que quedan callados; por ejemplo, lo poco que se folla después de diez años de pareja». Esto sucede, asegura, «porque tenemos una invención de la Edad Media llamada amor. Y básicamente toda nuestra literatura, incluso todo el cine y teatro que hemos visto, habla siempre de los momentos de máxima plenitud, en los que hay una pasión que es caduca y una sensación de atontamiento, que por suerte también lo es, porque si viviéramos constantemente en ellos al final iríamos drogados por la vida. Es un tema claramente tabú: fueron felices y comieron perdices, y nadie te dice qué pasa después». Lo clavó Woody Allen en una de esas frases lapidarias suyas: «Hay quien vive toda la vida enamorado del amor».

Filosofía asequible

Aquí, Allen y Rigola tratan de diseccionar ese fenómeno. Y asegura el director: «El guión tiene diálogos de mucha profundidad. Es una de las grandezas de Woody Allen: es profundamente filosófico. Pero este análisis del ser humano, desde su relación con la muerte y con el amor, hasta de dónde venimos y a dónde vamos o si existe o no Dios, lo hace de una manera muy llana, que nos llega a todos; con él no necesitamos la complejidad de Schopenhauer para entrar en la filosofía».

«En la película, aunque hablen a cámara, están haciendo una sesión de psicoterapia. Aquí hacemos un acto confesional con el público, que pasa a ser nuestro psicoterapeuta». Así, su escenógrafo de cabecera, Max Glaenzel, se lleva el montaje al sitio idóneo: el diván. «Hemos hecho un cuadrado de sofás donde invitamos al público a sentarse con nosotros. Después está la grada también, pero no ves dónde comienza el escenario y dónde la grada». Y asegura: «Algunos dirán que el elemento que define a la pareja es la cama, pero no es así: es el sofá. Es el espacio por excelencia donde se conversa y se convive».

Rigola defiende los altibajos creativos del neoyorquino : «Uno es uno, se va a repetir toda su vida. Tiene un camino artístico que crea y desarrolla, pasa por variaciones, pero también mantiene sus genes desde el inicio, y unas temáticas que vuelven. La repetición y el intento de salirse de ella van a provocar que haga cosas deficientes». Y asegura sobre el éxito de una producción que, en su caso, «cada vez me distancio más de eso. Evidentemente, está muy bien que un autor venda libros, y que una película tenga millones de espectadores, pero eso no me da una demostración de calidad. Y veo, en el mundo del teatro, que para los propios profesionales cada vez más lo bueno es lo que llena». Algo que, critica, «nos va a llevar a la estupidez del mecenazgo», un concepto en el que no cree: «Va a ser la muerte del artista».Y lanza dos preguntas: «¿De verdad crees que Coca-Cola va a invertir en el Teatro de La Abadía, o lo va a hacer en el musical de la Gran Vía? ¿La persona, institución o empresa que merece ese dinero público, porque en el fondo lo es –se refiere a las deducciones fiscales–, es la que tiene mejor capacidad de movimiento para conseguirlo, o es una política sobre los artistas que creemos que deben ser potenciados? Aparte que me parece absurdo que hablen de mecenazgo cuando acaban de aplicarnos el 21% de IVA».